Hoy cumplo una antigua promesa de proporcionar a mis lectores una colección de textos pontificios sobre la propiedad privada. La tumultuosa situación de la época me había llevado a otros temas. Ahora, sin embargo, tengo la satisfacción de hacer brillar de nuevo estas áureas enseñanzas, tan olvidadas en ciertas publicaciones católicas, dándoles publicidad.
La propiedad privada, ¿un privilegio anacrónico?
La propiedad privada se presenta cada vez más, en esta época de hipertrofiada preocupación por lo social, como un privilegio desagradable y anacrónico al que sólo unos pocos egoístas, insensibles a la miseria que les rodea, se han adherido obstinadamente.
¿Es ese el pensamiento de la Iglesia? Esta pregunta es de capital importancia para nuestro público.
Para responder a tales preguntas por la voz misma de los Romanos Pontífices, aquí siguen algunas de sus enseñanzas sobre este asunto.
En primer lugar, consideremos una cuestión estrechamente relacionada con nuestro tema. Hablé de una preocupación hipertrofiada por lo social. Esta expresión, sin duda, puede haber hecho estremecer a algunos lectores. Porque si esta preocupación corresponde al interés general, ¿realmente se puede exagerar?
El pensamiento de la Iglesia
Sí, se puede. Su hipertrofia es muy dañina para el propio interés general; los Romanos Pontífices lo llamaron socialismo.
Por ello, la Iglesia asumió
Una protección de la persona contra la socialización total
“la protección de la persona y de la familia contra una corriente que amenazaba con provocar una socialización total que acabaría por convertir en una espantosa realidad la imagen aterradora del ‘Leviatán’. La Iglesia librará esta batalla hasta el fin, pues se trata de valores supremos: la dignidad del hombre y la salvación de las almas»
(Pío XII, Radiomensaje al Katholikentag de Viena, 14 de septiembre de 1952 – Discorsi e Radiomessaggi, vol. XIV, pág. 314).
Una maniobra de una minoría
Además, Pío XII ve la socialización total no sólo como una catástrofe general, sino también como una maniobra de una minoría privilegiada contra el bien común:
«al atribuir al pueblo en su conjunto la tarea propia, aunque parcial, de ordenar la economía para el futuro, estamos muy lejos de admitir que este cargo deba ser confiado al Estado como tal.
Sin embargo, al observar las actas de ciertos congresos, incluso católicos, sobre asuntos económicos y sociales, se puede notar una tendencia cada vez mayor a pedir la intervención del Estado, de modo que a veces se tiene, por así decirlo, la impresión de que es el único recurso imaginable. No cabe duda, según la doctrina social de la Iglesia, de que el Estado sí tiene el papel que le corresponde en la ordenación de la vida social. Para cumplir este papel, debe incluso ser fuerte y tener autoridad. Pero quienes invocan continuamente su fuerza y autoridad, haciéndolo responsable de todo, llevan al Estado a la ruina y realmente le hacen el juego a ciertos poderosos grupos de interés. El resultado es que toda responsabilidad personal en los asuntos públicos llega a su fin. De modo que cuando alguien habla de la obligación o de la negligencia del Estado, en realidad se refiere a las obligaciones o faltas de grupos anónimos entre los que naturalmente no piensa contarse.”
(Pío XII, Discurso del 7 de marzo de 1957 a la VII Congreso de la Unión Cristiana de Empleadores y Gerentes Italianos (UCID) – Discorsi e Radiomessaggi, n° XIX, página 30).
Defender la propiedad privada es favorecer los intereses del pueblo
Por su parte, León XIII demuestra que luchar en defensa de la propiedad privada es favorecer los intereses más fundamentales del pueblo:
«… la teoría socialista de la propiedad colectiva debe ser absolutamente repudiada porque es perjudicial para los mismos a quienes pretende ayudar, contrariamente a los derechos naturales de los individuos, desnaturaliza las funciones del Estado y perturba la paz pública. Quede, pues, bien establecido que el primer fundamento que debe establecerse para quienes buscan sinceramente el bien del pueblo es la inviolabilidad de propiedad privada»
(León XIII, Encíclica Rerum Novarum, 15 de mayo de 1891 – Editora Vozes, Petrópolis, pág. 12).
La igualdad socialista, causa de la miseria general
La igualdad socialista, considerada por tantos como la liberación de los pobres, fue denunciada por León XIII como la causa de la miseria general:
«En la medida en que los socialistas, por tanto, desprecian el cuidado de los padres y en su lugar introducen el cuidado del Estado, actúan contra la justicia natural y disuelven la estructura del hogar. Y aparte de la injusticia involucrada, también es demasiado evidente la agitación y el desorden que se producirían entre todas las clases, y ¡qué cruel y odiosa esclavitud de los ciudadanos resultaría! La puerta sería abierta a la envidia mutua, la detracción y la disensión. Si se abolieran los incentivos para el ingenio y la habilidad en la persona individual, la fuente misma de la riqueza necesariamente se secaría y la igualdad conjurada por la imaginación socialista sería, en realidad, nada más que uniformidad, miseria y mezquindad para todos y cada uno, sin distinción»
(Leo XIII, Rerum Novarum St. Paul Editions, Boston, Mass., 1942).
Soy católico. ¿Puedo discordar del Papa Francisco sobre la propiedad?
Se diría que el célebre Pontífice había previsto, con mirada inspirada, los fracasos económicos de Cuba y la miseria de trabajadores como los que se han levantado en Gdansk y otras ciudades de Polonia.
Origen de la propiedad privada
Respecto a la propiedad privada. ¿Cuáles son sus orígenes?
Uno de ellos es el propio salario del trabajador. Negar la propiedad es negar el salario y por lo tanto reducir al trabajador a la esclavitud. León XIII dice:
«Claramente, la razón esencial por la que los que se dedican a cualquier ocupación lucrativa emprenden un trabajo, y al mismo tiempo el fin que inmediatamente buscan los trabajadores, es procurarse bienes y retenerlos por derecho individual como suyos y como propios». Cuando el trabajador pone su energía y su trabajo a disposición de otro, lo hace con el fin de conseguir los medios necesarios para su sustento. Busca a cambio del trabajo realizado; de acuerdo a un verdadero y pleno derecho no sólo exigir su salario, sino disponer de él como mejor le parezca. Por lo tanto, si ahorra algo restringiendo los gastos e invierte sus ahorros en un terreno para mantener más seguro el fruto de su ahorro, una propiedad de este tipo es ciertamente nada más que su salario bajo una forma diferente, y, por esta razón, la tierra que el trabajador así compra está necesariamente bajo su pleno control tanto como el salario que ganó por su trabajo. Pero, como es obvio, es claro que en esto consiste la propiedad de bienes muebles e inmuebles»
(Leo XIII, Rerum Novarum, St. Paul Editions, Boston. Mass., 1942, páginas 7-8).
Otra forma en que se establece legítimamente la propiedad, es por la apropiación de cosas que no tienen dueño. Pío XI afirma:
«Los títulos para la adquisición de bienes son la apropiación de cosas sin dueño… en efecto, el que toma posesión de algo abandonado o sin dueño, a nadie hace injusticia, por mucho que algunos digan lo contrario»
(Pío XI, Encíclica Quadragesimo Anno, 15 de mayo de 1931 – Editora Vozes, Petrópolis, págs. 21-22).
En consecuencia, el hombre también puede convertirse legítimamente en propietario de la tierra. León XIII enseña:
«El hombre con su inteligencia capta innumerables cosas, sumando y vinculando el futuro con el presente; además, es dueño de sus propias acciones; además, bajo la dirección de la ley eterna y el gobierno universal de la Divina Providencia, es, en cierto modo, su propia ley y su propia providencia, por lo que tiene derecho a elegir las cosas que considere más adecuadas no sólo para el presente sino también para el futuro, de donde se sigue que el dominio no sólo sobre los frutos de la tierra sino también sobre la tierra misma debe reposar en él, ya que por su fecundidad ve que está destinada a suplir sus necesidades en el futuro. Las necesidades del hombre se repiten continuamente, satisfechas hoy, hacen nuevas demandas mañana. Por lo tanto, la naturaleza necesariamente pone a su disposición algo estable y permanente, capaz de proporcionarle continuamente medios. Ese elemento sólo puede ser la tierra, con sus recursos siempre fecundos».
(León XIII, Encíclica Rerum Novarum, del 15 de mayo de 1891 – Editora Vozes, Petrópolis, pág. 7).
Estas consideraciones ya me han llevado bastante lejos. Los textos que se han citado ofrecen material más que suficiente para la reflexión. Así que nos detendremos aquí por ahora.
Este artículo fue publicado originalmente en la Folha de S.Paulo, el 30 de mayo de 1971. Ha sido traducido y adaptado para su publicación sin revisión del autor.