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De tal modo las consecuencias de las elecciones norteamericanas pueden significar un gran vuelco en la situación de todo el mundo, que nos pareció importante comentar, en este programa semanal de Acción Familia, las expectativas que se abren no sólo para la sociedad norteamericana sino para todos los países influenciados por esa poderosa nación, entre los cuales se encuentra obviamente Chile.
Abordamos entonces la cuestión desde el punto de vista estrictamente a-político y de los intereses de la civilización cristiana, que son las perspectivas de Acción Familia.
En primer lugar conviene dejar en claro que lo que triunfó en los Estados Unidos fue claramente una reacción conservadora, disgustada con los rumbos que últimamente han norteado la política norteamericana.
Lo sustancial de esta reacción se confirma por el amplio respaldo que los candidatos republicanos obtuvieron en ambas Cámaras.
Un aspecto que ha sido resaltado por los comentaristas de prensa es que los católicos dieron, en su mayoría, el voto al candidato Republicano. Informa la página web Infocatólica que, “Un 52% de los católicos votó a Trump y un 45% a Clinton.
“El desprecio manifestado por el equipo de Hillary Clinton a los católicos y la indisimulada connivencia entre la multinacional del aborto y la candidata demócrata parecen haberle pasado factura”.
En efecto, la candidata Clinton hizo gala de sus posiciones contrarias a la influencia de la religión en la vida pública de los Estados Unidos y recibió millones de dólares para financiar su campaña por parte de organizaciones abortistas, entre las cuales, la famosa “Planned Parenthood”, que fue denunciada recientemente por la comercialización de órganos de niños abortados por ellos mismos”.
Esta reacción anti aborto es profundamente saludable y no puede dejar de ser vista con gran simpatía por todos los católicos del mundo entero. Piénsese por ejemplo en los recursos con que contaría la campaña abortista en Chile si hubiera subido Hillary Clinton.
Otro aspecto digno de ser mencionado es que la elección de Donald Trump indica un rechazo de la mayoría de la opinión norteamericana al “establishment”, es decir, a las instituciones y personalidades que representan aquella corriente de pensamiento que se conoce como “políticamente correcta” y que predomina entre los demócratas.
Si había una candidata “políticamente correcta”, era Hillary Clinton. Ella representaba todas lo que las corrientes ateas e izquierdistas llaman de “conquistas sociales”: la libertad completa en materia de costumbres morales, el aborto, las uniones homosexuales, la identidad de género. De ahí, su profunda hostilidad a la religión, en especial la católica y a todo lo que fuera conservador.
La pérdida electoral de este paradigma no puede dejar de ser vista con enorme alivio. Y, en ese sentido, el triunfo del candidato opositor lo vemos con simpatía y esperanza.
Sin embargo, con el triunfo de los conservadores, representado por Trump, surge una preocupación que hasta ahora no había tomado una importancia internacional tan destacada. Es que junto con los aspectos “conservadores” de quienes sostienen posiciones consideradas “políticamente incorrectas”, como son las restricciones a la inmigración descontrolada, la defensa de la identidad nacional, la promoción de la familia, el respeto por la religión,– se proyectan algunas dudas; y éstas consisten en saber hasta dónde llegará lo “incorrecto”, o más precisamente, qué guiará la “incorrección” de esas políticas.
Un ejemplo nos permitirá aquilatar esta preocupación. El actual presidente de Rusia.
Como se sabe, la propaganda rusa presenta a Vladimir Putin como un líder de mano dura, que desde hace varios años estaría promoviendo iniciativas “políticamente incorrectas”. La semana pasada, por ejemplo, inauguró una enorme estatua de 25 mts. de altura, del fundador de la Rusia cristiana, san Vladimir. Como en las antiguas películas, se podría decir que la coincidencia de nombres es pura casualidad…
Sin embargo, al mismo tiempo, casi como siendo otro brazo del mismo cuerpo, Putin ha sido todos estos años el aliado de los gobernantes que, en América Latina, han promovido el aborto y el casamiento homosexual, como Cristina Kirchner y Dilma Roussef.
Por otra parte, Putin declaró que el derrumbe de la Unión Soviética fue la mayor catástrofe del siglo XX y manifiestamente está tratando de reconstituir el antiguo imperio soviético, amenazando Ucrania y los Países Bálticos.
Hace parte de su posición no excluir ni condenar el período de Stalin, y menos aún el imperialismo ideológico y militar de la ex URSS en el mundo entero. En un intento de renovar ese expansionismo, el Kremlin celebró, estas últimas semanas, acuerdos con la Venezuela de Maduro y con la dictadura de Ortega en Nicaragua, sin perjuicio de que ambos no esconden su filiación marxista, o quizás precisamente por eso.
Es decir, las simpatías que despierta Putin por la propaganda que lo presenta como favorable a la familia y contra el aborto (a pesar de no haber hecho nada de sustancial en ese sentido), se diluyen cuando visto desde el prisma de sus simpatías por la época soviética y su ánimo expansionista.
En el caso del electo Presidente Trump, inquietan su carencia de principios que lo han llevado a asumir diferentes posiciones a lo largo de su carrera y sus declaraciones destempladas como candidato; pero sobretodo causan preocupación sus promesas aislacionistas, las amenazas de pasar la cuenta a la OTAN y a Corea del Sur por su defensa, los vínculos con la Rusia de Putin y con partidos europeos que defienden la identidad nacional con una retórica populista y sin referentes morales y religiosos. Todo ese conjunto de factores no puede dejar de proyectar una pesada sombra al porvenir.
Resumamos el dilema.
Cuando lo “políticamente incorrecto” constituye la oposición y la parte débil del panorama, sus posiciones son en general buenas, pues ellas se definen contrarias a todo lo malo de lo “políticamente correcto”. Pero ¿cómo se comportarán esos políticos “incorrectos” cuando ellos conquisten el gobierno y representen la parte fuerte? Si ellos se dejan guiar sólo por los caprichos del nuevo proletariado, el futuro no será tan promisor, pues de las reivindicaciones populistas, pudo salir el chavismo, así como el peronismo y el propio nazismo, y muchos otros “ismos” de nefastas consecuencias para la civilización cristiana.
Aún es temprano para poder decir si esas nubes que se abultan en el horizonte darán origen a lluvias benéficas o a temporales devastadores, pero sería ingenuo abstenerse de levantar el problema y sólo festejar la victoria conservadores en Estados Unidos, cerrando los ojos a los aspectos sombríos del panorama.
No podemos concluir estas líneas sin manifestar nuestras esperanzas de que los sectores pro familia y anti aborto, que se manifestaron con tanta claridad en estas elecciones americanas, consigan dirigir a esa poderosa nación por los rumbos que la hicieron autentica, cristiana y fuerte.