La teoría de la evolución de Darwin, considerada hasta hace poco como un dogma, está desapareciendo, desacreditada por la misma ciencia que produjo ese fruto envenenado. Por el contrario, la visión cristiana de un diseño sobrenatural viene siendo cada vez más afirmada.
«La evolución es un dato probado más allá de cualquier duda razonable, habiendo dejado de ser una teoría, no merece tomarse el trabajo de discutirla«, declaró el portavoz del Festival de Ciencia, realizado en Génova en noviembre 2005, despreciando de ese modo un aspecto muy importante de la ciencia moderna, es decir, la necesidad de estar abierta a nuevas perspectivas.
En realidad, la verdad es casi lo opuesto. Los evolucionistas están tomando cada vez mayor distancia de la ciencia empírica refugiándose en un dogmatismo cercano al fanatismo ideológico.
Una hipótesis sin pruebas.
«¿Qué resta, entonces, del evolucionismo que permanezca válido de acuerdo al método científico? Nada, realmente nada«. Esta es la conclusión del periodista Marco Respinti en su libro reciente «Proceso a Darwin» (Darwin on trial, Piemme, 2007). Él agrega: “ninguno de sus postulados puede ser verificado o certificado basado en el método propio de las ciencias físicas. Todos sus postulados escapan a la verificación. ¿Basado en qué, por lo tanto, fuera de fuertes prejuicios de naturaleza ideológica, puede alguien afirmar o continuar afirmar que le hipótesis evolucionista es verdadera?«.
Realmente, la consistencia de una teoría científica está basada en su capacidad de ser verificada empíricamente, a través de la observación del fenómeno en la naturaleza o reproduciéndolo en laboratorio. La hipótesis evolucionista fracasa en ambos campos. «Por lo tanto –afirma Respinti– el darwinismo no pasa de una simple hipótesis, desprovista de un fundamento empírico o demostrable, además de no haber sido probada. La hipótesis evolucionista es completamente infundada ya que no rige ni siquiera en el propio campo en el que lanza su desafío«.
El director de “Il Dominicale“ llega a este «veredicto» después de un riguroso «juicio a Darwin», en el cual pasa en revista los principales argumentos que desacreditan la teoría, partiendo del silencio sobre la existencia de fósiles, al conflicto del antagonismo del darwinismo con la ciencia genética a la inconsistencia de la «teoría sintética», sostenida por el neo-darwinismo, sin contar con los numerosos fraudes con los que se han manchado destacados evolucionistas en la loca tentativa de fabricar las «pruebas» que la ciencia les rehusaba tenazmente.
Respinti concluye denunciando las deriva ideológica de la escuela evolucionista: «Afirmar categóricamente la absoluta validez de la teoría del evolucionismo de Darwin o la de los neo-darwinistas, basándose en el hecho que ponerla en discusión es ser anticientífico por definición, es la peor prueba que la razón humana pudo dar de sí misma«.
Un largo ocaso.
El ocaso de le hipótesis darwinista se ha acentuado en los últimos dos decenios. Basta recordar, por ejemplo, el trabajo realizado por el «Grupo de Osaka para el Estudio de las Estructuras Dinámicas», fundado en 1987, a partir de un simposio internacional interdisciplinario, convocado para «presentar y discutir algunas opiniones contrarias al dominante paradigma neo-darwinista«. Participaron científicos provenientes de todas partes del mundo, incluyendo al famoso genetista Giuseppe Sermonti, entonces profesor en la Universidad de Perugia, Italia.
En 1980, junto con el entonces joven paleontólogo Roberto Fondi, hoy profesor en la Universidad de Siena, escribieron Después de Darwin – critica al evolucionismo. (Rusconi). «La biología, explica Sermonti, no tiene ninguna prueba del origen espontáneo de la vida; más bien, la biología ha probado su imposibilidad. No existe una gradación de la vida de lo elemental a lo complejo. De la bacteria a la mariposa y al hombre, la complejidad bioquímica es sustancialmente la misma«.
Por su parte, Fondi muestra que desde la primera aparición de fósiles hasta hoy, la diversidad y la riqueza de las formas vivientes no ha aumentado. Nuevos grupos han sustituido los más antiguos, pero aquellas formas intermedias que los evolucionistas han buscado desesperadamente no existen. «La teoría de la evolución -concluye Sermonti y Fondi- ha sido objetada como pocas teorías científicas en el pasado«.
En «Las Formas de la Vida» (Armando, 1981), Sermont ha puesto posteriormente al desnudo otros obstáculos a la teoría de Darwin. Según el famoso genetista, el origen accidental de la vida como la transformación gradual de las especies por «mutación-selección» no son más sostenibles, porque la vida más elemental es increíblemente compleja, y porque está probado actualmente que la sucesión de los grupos vivientes ocurre «por saltos» y no «gradualmente».
Recogiendo la experiencia de 40 años, en 1999 escribió «Dimenticare Darwin – Ombre sul l’evoluzione (Rusconi). Con una argumentación escrupulosa, el autor demuele los tres pilares del darwinismo: la selección natural, la mezcla sexual y la «mutación» genética. Para él, la historia recordará la teoría de la evolución como el Gran Cuento.
No sólo creacionistas.
Sermonti ha sido más de una vez acusado de ser «creacionista», o aún un «fundamentalista religioso», a pesar de que él ha declarado que su visión científica no se sitúa en una perspectiva cristiana. Este es otro aspecto a destacar en la polémica contra el darwinismo, objetado simultáneamente de muchos partes, y no sólo por los cristianos.
En ese sentido es interesante destacar la reciente iniciativa editorial de Il Cerchio, ¿Seppelire Darwin? Dalla critica del darwinismo agli albori d’una scienza nuova» (¿Enterrar a Darwin? De la critica al darwinismo a los albores de una ciencia nueva), que recoge ensayos de siete especialistas, entre los cuales Sermonti, Fondi y Giovanni Monastra, director del Instituto Nacional de Investigación Científica sobre los alimentos y la nutrición. El título se refiere a la famosa frase del docente de matemáticas aplicadas del University College de Cardiff, profesor Chandra Wickramasinghe: «La probabilidad de la formación de la vida a partir de la materia inanimada es alrededor de 1 sido de 40.000 ceros… Es suficientemente grande para sepultar a Darwin y toda la teoría del evolución«.
«Por primera vez en Italia, la critica al darwinismo es presentada en toda su complejidad gracias a la contribución interdisciplinario de estudiosos de diversas orientaciones – leemos en la Presentación del libro- más allá de la polémica entre fundamentalista es neo-darwinistas e integristas religiosos, el ensayo de muestra como la crítica al ahora viejo paradigma neo-darwinista abre las puertas a una ciencia nueva«.
Crisis del paradigma positivista.
Francis Crick, quien descubrió junto con Watson la estructura del DNA, declara abiertamente: «un hombre honesto, armado sólo con el conocimiento de que disponemos, puede afirmar sólo que, en cierto sentido, el origen de la vida aparece hoy más como un milagro«.
En el mismo largo de onda Harold Hurey, discípulo de aquel Stanley Miller que pasó la historia por una tentativa fallida de recrear la vida en un laboratorio a partir de la así llamada «sopa primordial»: «Todos los que hemos estudiado el origen de la vida percibimos que a medida que nos adentramos en ella, se siente que es demasiado compleja para haber evolucionado de un modo cualquiera«.
En realidad, se necesitan mucha fe para creer en el evolucionismo… y esta fe, de cuño claramente positivista, que ahora comienza a debilitarse.
En Darwinismo: le ragioni di una crisi, Gianluca Marletta pone el dedo en la llaga, señalando que «la crisis del darwinismo es sobre todo la crisis del paradigma filosófico que le permitió su éxito«. «No se puede comprender el origen de esta doctrina –explica el autor romano– sin destacar el clima cultural de «positivismo triunfante» existente en el paso del siglo XIX al XX«.
Según Marletta, el darwinismo constituye una maravillosa ocasión para afianzar la visión positivista del mundo que se afirmaba en la época. El darwinismo representó el instrumento perfecto para trasplantar, en el campo biológico, los paradigmas mecanicistas y materialistas ya impuestos a las ciencias sociales. He aquí el verdadero motivo del éxito de esta teoría. Un motivo que comienza a colapsar por la crisis del paradigma positivista.
Ésto explica la tenacidad casi fanática con la cual los evolucionistas están defendiendo las propias convicciones. «Muchos temen -concluye Marletta- que la caída del darwinismo pueda arrastrar toda la visión positivista del mundo«.
El regreso de Dios.
El derrumbe del positivismo está trayendo de vuelta problemas que alguna gente pensaba haber podido eliminar definitivamente. Traumatizados por la caída de las viejas certezas, preocupados por el caos que cada vez más parece caracterizar esta postmodernidad, muchas personas están volviendo a ponerse las cuestiones fundamentales: ¿Mi vida tiene un sentido trascendental? ¿Existe un proyecto inteligente en la naturaleza? En suma, ¿existe Dios?
La socióloga Rosa Alberoni ha tratado de esto en un libro óptimo Il Dio de Michelangelo y la barba de Darwin, publicado en noviembre pasado por Rizzoli, con un Prefacio del Cardenal Renato Martino, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz.
El asalto de los «adoradores de Darwin«, explica Alberoni, es promovido por los «habituales ateos destructores, que tienen un fin obsesivo: eliminar a Cristo, destruir las civilización hebreo-cristiana, después de haberle chupado su sangre y esencia«.
Esta agresión, sin embargo, en el clima profundamente cambiado de la postmodernidad, tiene el riesgo de ser contraproducente: «El mito imponente del mono fue realmente lo único que impresionó a la gente común. Como ocurre con los soldados cuando son despertados en medio de la noche por una alarma, los cristianos creyentes y los hebreos ortodoxos se preparan para la defensa. O mejor, para la guerra, porque de guerra se trata ahora. (…) a nivel simbólico, el pomo de la discordia es el ancestro del hombre: ¿Dios o el mono? ¿Creer en Dios o en Darwin? Este es el problema sustancial del conflicto de nuestra sociedad«.
En otras palabras, una verdadera guerra de religión en los albores del tercer milenio. Es lo que los laicistas habrían querido evitar a todo costo…
Julio Loredo