Probablemente Ud. recuerde en sus remotos cursos de catecismo que, de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios, el más importante es el primero: “Amarás al Señor sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”
Le deben haber explicado en ese entonces, que la razón por la cual este Mandamiento es el principal se debe a que, si éste no se cumple, será imposible cumplir con los otros nueve.
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En efecto, sólo podemos ser capaces de vencer el egoísmo, es decir, el amor destemplado a nosotros mismos, y amar al prójimo, si amamos a Dios sobre todas las cosas.
Un gran doctor de la Iglesia, San Agustín, enseñaba que en esta vida existen sólo dos amores: El amor a Dios hasta el olvido de sí mismo; y el amor a sí mismo hasta el olvido de Dios, o sea, el extremo egoísmo.
“… Dos amores hicieron dos ciudades. El amor a sí mismo hasta el olvido de Dios hizo la ciudad terrestre; el amor a Dios hasta el olvido de sí mismo hizo la ciudad celestial».
Tales verdades fundamentales nos vienen a la memoria por motivo de la reciente profanación de que fue objeto la Catedral de Santiago el pasado 25 de julio durante la Misa de celebración de la Fiesta del Santo que le dio el nombre a la Capital de Chile: Santiago Apóstol.
Como Ud. debe recordar, durante la ceremonia, oficiada por el Arzobispo de Santiago y por el representante del Papa Francisco I, junto a otros Obispos y autoridades Municipales, cerca de 100 manifestantes abortistas ingresaron al Templo principal del País, vociferando consignas insultantes a Dios, a la religión y a la moral.
En su acto de profanación que se prolongó por cerca de 20 minutos, tuvieron la desfachatez de rayar altares, desnudarse, estampar escritos groseros y amenazantes, así como insultar y amedrentar a los fieles allí presentes.
Tales actos no constituyen un hecho aislado. Muchos de nuestros oyentes deben recordar que, hace algunos años, se asesinó en la misma Catedral a un sacerdote, inmediatamente después que este hubiese terminado de celebrar la Misa. El asesino, un joven de Coyhaique, dijo haber sentido unas voces que le incitaban a realizar el crimen.
Con posterioridad, la Imagen de Nuestra Señora del Carmen, Reina coronada y Patrona de Chile, que se venera en la misma Catedral, fue objeto de un atentado incendiario que la redujo casi a cenizas.
En varias oportunidades la misma Iglesia ha debido ser desalojada por amenazas de bomba.
Sin embargo, tal persecución no es exclusiva a la Iglesia Catedral. Otros templos del centro de la Ciudad de Santiago, y de otras ciudades del País, han sido igualmente objeto de atentados y profanaciones. Estamos ahora en presencia de un verdadero terrorismo contra los cielos, contra Dios, sus Ángeles y sus santos y contra las almas redimidas por Nuestro Señor Jesucristo y destinadas a la gloria eterna.
¿Cómo explicar esta seguidilla de atentados, de quemas de imágenes, de rayados de templos, no sólo en Santiago, sino también en Chile entero, al punto de que se hable hoy de una verdadera “cristianofobia”?
La respuesta es más fácil de lo que puede parecer a primera vista.
Como recordábamos al comienzo del programa, quien no ama a Dios, no es capaz de amar al prójimo, pues toda su capacidad de entrega la agota en el deseo de amarse a sí mismo.
Ahora bien, tal egoísmo no se satisface apenas con los placeres ordenados de la vida. El egoísta quiere todo para sí, lo quiere de inmediato y lo quiere para siempre.
Así, los Mandamientos, la moral, la disciplina, la virtud, en una palabra, todo lo que la Iglesia enseña que debemos practicar, no solo le parece imposible al egoísta, sino que odia la propia existencia de una institución que predique tales normas.
Ellas les parecen un atentado contra sus derechos de libertinaje completo, una amenaza contra la impunidad de sus vicios y una censura muda a su forma de vivir.
De este modo va creciendo entre el libertino y Dios una profunda incompatibilidad. Él quiere que todo lo que recuerda a Dios desaparezca de su vista, y por eso escribe en las paredes exteriores de la Iglesia: “la mejor iglesia es la que arde”.
La más reciente profanación ocurrida en La Catedral de Santiago es un ejemplo claro de esta mentalidad de odio a Dios y a la virtud.
Los profanadores venían de una manifestación convocada por grupos abortistas en pro de la legalización de matanza de los seres inocentes, es decir, del aborto.
Ellos sabían que la Iglesia enseña que la vida es sagrada, porque es un don de Dios y nadie sino Él tiene el derecho de darla y de quitarla. Sabían que la Iglesia defiende la vida desde el momento de la concepción hasta su muerte natural.
Ahora bien, esas enseñanzas constituyen para el libertino una limitación a sus ansias de placer sin límites. Para ellos el placer, para ser entero, debe incluir el derecho a matar al ser engendrado de esas uniones meramente “placenteras”.
Así decían los carteles que exhibían dentro de la Catedral: “lo mejor es el aborto”, “mi cuerpo, mi decisión”, “por la sexualidad, el cuerpo y el derecho al goce”, “sexualidad placentera, maternidad elegida”, “aborto pa todas”; y otras leyendas que la decencia y el respeto no nos permite repetirle.
Está dentro de su falsa lógica de dioses de sí mismos, que, si alguien enseña lo contrario a lo que ellos postulan, hay que silenciarlo. Hasta aquí llega la tolerancia de estos pseudo tolerantes; hasta aquí llega el respeto a la diversidad de estos promotores de la libertad de opción.
Algún auditor quizás pueda pensar que estos sacrilegios y profanaciones no representan sino a un número muy insignificante de personas, y constituyen hechos tan aislados, que es mejor no darles tanta importancia.
Lamentablemente no es así. Los mismos organizadores de la marcha, y que no participaron del atentado, se encargaron de desmentir a nuestro objetante. La vocera de la marcha y secretaria ejecutiva del “Observatorio de Género y Equidad”, Natalia Flores declaró a la prensa con posterioridad al sacrilegio: «No repudio los incidentes en la Catedral, los entiendo».
Y la misma promotora del aborto agregó: “Estas personas (que produjeron el atentado) sí pertenecen a movimientos que convocaron a la marcha, de defensa a la mujer, por la liberación sexual, etc., (ellas) han sido víctimas del discurso político de la Iglesia Católica, por lo que yo entiendo sus motivos, no lo repudio”.
Quien así justifica el atentado, está llamando a repetirlo. De ahí a un próximo crimen hay sólo un paso. Un paso que se hace cada vez más fácil de dar.
Una semana después de estos hechos, al finalizar la Misa de reparación en la Catedral, el Arzobispo se dirigió al altar lateral, donde reposan los corazones de los jóvenes héroes de la batalla de la Concepción, también profanado por los abortistas.
El contraste no podía haber sido mayor. Por un lado el descanso eterno de los corazones de jóvenes que dieron su vida en defensa de la Patria; por otro lado, la marca del odio desenfrenado de fanáticos exigiendo el derecho de matar a los indefensos.
Es la grave lección que nos dejan estos hechos. Dos formas de amor que dan origen a dos tipos de acción.