En las antiguas películas de terror de mi remota niñez, emergía de un mar tempestuoso un inmenso y agresivo monstruo marino, como los descritos por los primeros navegantes, que amenazaban deglutirlo todo con sus feroces fauces abiertas.
Esta imagen me vuelve a la memoria cuando observo la aparición, cada vez más central en el escenario nacional, de la China comunista.
[columnlayout][columncontent width=»50″]En estos días China organizó un boicot a la entrega de Premios Nobel de la Paz que recayó en una de sus víctimas, que se atrevió a pedir un cambio en el sistema que oprime a mil millones de sus compatriotas.
Sumisos al boicot, los representantes de 18 naciones, entre las cuales algunas que se ubican ideológica y geográficamente lejos de su radio de alcance, como es el caso de Colombia, se abstuvieron de asistir a la entrega del premio en Suecia.
En virtud de una economía próspera, que se basa en un trabajo con mano de obra virtualmente esclava y con un mercado de consumo enorme, China intimida y somete al mundo entero.
Por esta razón quienes se enfrentan a este Moloch merecen una especial atención y respeto. Sus convicciones deben ser muy firmes para ser capaces de decirle No de frente
Todas estas consideraciones llevan a leer con especial atención el discurso pronunciado por el Cardenal Zen, arzobispo dimisionario de Hong Kong, pronunciado el pasado 19 de noviembre, antes del último Consistorio, en presencia del Papa Benedicto XVI y de todo el Colegio Cardenalicio.
¿Qué dijo el Cardenal Zen?
Lo que todos saben y nadie dice. Que la libertad de la Iglesia en China no se limita a la mera libertad de culto: “Pienso que es mi deber, existiendo esta especial oportunidad, informar a mis eminentísimos hermanos de que en China no hay aún libertad religiosa. Hay en el aire demasiado optimismo que no corresponde a la realidad. Algunos no tienen manera de conocer la realidad; algunos cierran los ojos frente a la realidad; algunos entienden la libertad religiosa en un sentido bastante reduccionista”.
El Cardenal levanta así un aspecto central de la coexistencia de la Iglesia con el régimen comunista. ¿Puede la Iglesia callar aspectos centrales de la moral católica –como son la familia y la propiedad– para que el régimen le conceda mantener abiertas iglesias y seminarios?
Tal interrogante ya fue levantada el año de 1963 por el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira en su estudio, publicado en más de seis lenguas, “La libertad de la Iglesia en el Estado comunista”.
El célebre pensador católico respondía de modo claro y tajante que no le era lícito, pues la Iglesia debe santificar a las almas, y para tal Ella debe transmitir en la integridad la doctrina católica, que es una imagen fiel del Divino Redentor.
[/columncontent][columncontent width=»50″]Transcurrido casi medio siglo, el Cardenal chino, que conoce las mentiras y artimañas de régimen de esa inmensa y sufrida nación, repropone el mismo pensamiento: “Si dais una vuelta por China (lo que no recomiendo, porque vuestras visitas serán manipuladas y explotadas con el fin de propaganda), veréis bellas iglesias llenas de fieles que rezan y cantan, como en cualquier otra ciudad del mundo cristiano. Pero la libertad religiosa no se reduce a libertad de culto”.
El Cardenal no sólo interpela a los dirigentes de la enorme prisión china; él advierte contra los concesivos y temerosos de “nuestro” lado delante de las amenazas comunistas: “¿Cuál es la estrategia por parte ‘nuestra’? Temo que, con frecuencia, es una falsa compasión que deja a los hermanos débiles caer cada vez más abajo y volverse cada vez más esclavizados. Las excomuniones son ‘olvidadas’ a escondidas; a la pregunta ‘¿podemos ir a la celebración del 50º aniversario de las primeras ordenaciones ilícitas?’ se responde: ‘Haced lo posible por no ir’ (y naturalmente fueron casi todos)”.
Es decir, las palabras del Cardenal no sólo se dirigen contra el monstruo comunista chino, ellas también interpelan a los posibles “quinta–columnas”, que desde dentro de la Iglesia contemporizan con el monstruo: “Los comunistas chinos han seguido siempre con la política religiosa de control absoluto. Entre nosotros todos sabemos que los comunistas aplastan a quien se muestra débil mientras que, frente a la firmeza, alguna vez pueden incluso cambiar de actitud”.
Y con relación a los Obispos “acomodaticios” el Cardenal no escatima palabras: “Pocos obispos han vivido a la altura de tal esperanza. Muchos han buscado sobrevivir de todos modos; no pocos, lamentablemente, no han realizado actos coherentes con su estado de comunión con el Papa. Alguno los describe así: ‘Viajan felices sobre la carroza de la Iglesia independiente y se contentan con gritar cada tanto: ¡Viva el Papa!’”.
Tales palabras, pronunciadas en un tan alto escenario, delante del Santo Padre y de todo el Colegio Cardenalicio, merecen por parte de los católicos el más atento estudio y una profunda admiración.
Este respeto y admiración le son debidas a quien es capaz de enfrentar prácticamente sólo a un régimen delante del cual las propias naciones soberanas e independientes no son capaces siquiera de articular sus objeciones.[/columncontent][/columnlayout]