Análisis y desmentidos de los errores filosóficos y conceptuales referentes al concebido
La raíz del drama del aborto está contenido en esta pregunta: ¿el concebido es ya un ser humano?
Para tener una respuesta correcta es necesario no dirigir esta pregunta al jurista, ni al filósofo y ni tampoco al sacerdote, sino al biólogo. Este, si no está ideologizado, nos dirá sin temor a ser desmentido que el cigoto –la primera célula nacida del encuentro entre un espermatozoide y un ovocito– es ya un organismo viviente perteneciente a la especie del homo sapiens.[columnlayout][columncontent width=»50″]
La verdad biológica
Dicho en otros términos, el ser concebido es ya un ser humano. Esta es una verdad tan obvia que los expertos hablan de evidencia científica, es decir de una realidad que no es necesario probar para ser demostrada. Sin embargo, queriendo proporcionar pruebas de este asunto, los científicos nos dicen que el cigoto es ya uno de nosotros porque su DNA es humano y es diferente del de los progenitores (no es un apéndice de la madre); que el cigoto es una realidad nueva y distinta de los gametos que lo han formado; que su desarrollo está previsto de acuerdo al genoma y es autónomo (no es regulado por la madre), gradual, continuo y conclusivo. Finalmente es un individuo porque es un “organismo”, es decir sus partes están coordenadas entre ellas.
Los engaños filosóficos
Todos estos argumentos son ilustrados, es bueno decirlo, por una amplia literatura científica y, por lo tanto, no son meras opiniones de bar. Para intentar desarmar estas posiciones científicas, se ha intentado llevar esta discusión al filósofo. Es decir, se ha objetado que el cigoto sería un ser humano, pero no una persona. En suma, sería un fragmento de materia unicelular y nada más.
Las teorías de la llamada humanización progresiva son muy variadas. Se sostiene, por ejemplo, que nosotros somos personas a partir del 14° día de la gestación, momento en el cual se forma la estría primera del sistema nervioso.
Lo que nos hace distintos de los animales –así argumentan– es nuestra capacidad racional y ésta tiene su centro en el cerebro: el primer esbozo de éste es señal de que estamos en presencia de una persona.
En realidad nuestro “ser personal” no reside en ningún órgano particular o importante, como el cerebro. La racionalidad es un elemento de matriz metafísica y es ridículo intentar encontrarle un lugar físico. La racionalidad es insuflada en la naturaleza humana y usa el cerebro y otros órganos para expresarse, pero no es generada por el encéfalo.
Otras tesis: llegamos a ser persona cuando comenzamos a tener conciencia de nosotros mismos y del mundo que nos circunda. Por lo tanto, el concebido y también el embrión no son personas. Si es este el criterio de juicio para comprender quién es persona y quién no, entonces nosotros deberíamos concluir también que dejamos de ser personas todos los días cuando dormimos, dado que dejamos de tener conciencia de nosotros y del mundo que nos rodea. ¿Y qué decir del paciente bajo anestesia o en estado vegetativo?
El camino de la “conciencia de sí mismo y del mundo”, como punto de parangón para comprender cuando estamos en presencia de una persona hecha y terminada, es bastante resbaladizo y peligroso. De hecho ¿quién determina cuál es el umbral mínimo de conciencia de sí? ¿Cuánta “conciencia de sí” es necesaria para ser considerado persona?
Por cierto, el adulto de sana y robusta constitución tiene más conciencia de sí y de la realidad circundante que un recién nacido o que un anciano enfermo de Alzheimer o de una persona con déficit cognitivo. Entonces, ¿sólo el adulto es persona? ¿O es más persona que los otros?
[/columncontent][columncontent width=»50″]En suma, seguir este criterio es colocarse en el camino de la eugenesia. Hay pues quien afirma que, como recuerda Aristóteles, el hombre es “animal” social y, por lo tanto, nosotros somos personas sólo cuando empezamos a tener relaciones con los otros.
También en este caso es fácil responder con una paradoja: ¿el misántropo; el eremita; quien soporta la cárcel; nosotros mismos cuando nos apartamos, dejamos de ser personas por el sólo hecho de que no estamos manteniendo relaciones sociales? No es la relación social la que constituye al sujeto, pero sí es la realidad del sujeto la que hace posible las relaciones.
Pasemos a otra tesis: sólo el naciturus sano es verdaderamente persona. El embrión malformado no puede llegar al mínimo grado de perfección física que le permite ser considerado miembro del conjunto “personas”.
Respuesta: la mayor o menor perfección no afecta mi dignidad humana. Yo no soy menos hombre si soy cardíaco o si estoy enfermo de un tumor. Un diamante que está en un pantano no vale menos por el hecho de que está manchado. El fango no afecta su valor. Ciertamente que sería mejor que el diamante –la persona humana– no estuviese sucio de barro –no estuviese enferma– pero aún en estas condiciones su preciosidad se mantiene inalterada –la dignidad humana no disminuye.
En buenas cuentas: la enfermedad afecta la salud, no mi condición de persona. Y esto, entre paréntesis, vale no sólo para el ser concebido sino también para los moribundos a los cuales se intenta negar los recursos básicos de vida.
Otras objeciones: el embrión o el feto no es persona, es decir, individuo, porque depende en todo y para todo de la madre. Bello descubrimiento: ¿tal vez también el recién nacido no depende en todo y para todo de la madre? Y hasta las personas adultas no son completamente independientes, necesitando al médico para vivir; de quienes le venden alimentos, etc.
En síntesis: las posibilidades de expresar nuestros pensamientos; una conciencia alerta; las relaciones sociales; la perfecta salud física; la independencia, son cualidades de la persona que la adornan. No son causa de ser “persona”, sino simplemente la adjetivan, es decir, le dan características humanas importantes.
La evidente verdad negada
Las cualidades del hombre manifiestan que es, no determinan qué es. El único elemento necesario para decir que se trata de una “persona” es dado por el hecho de que el sujeto X es un ser humano. Y el concebido, lo hemos dicho, es ya un ser humano.
Probar, por lo tanto, desde el punto de vista biológico que en el vientre de la madre hay alguien y no una cosa, no es un pasatiempo ocioso para científicos que no tienen nada que hacer, sino que es un aspecto imprescindible para tutelar al naciturus bajo muchos puntos de vista.
Desde el punto de vista clínico: el médico no sana cosas, sino a personas. Del punto de vista jurídico: los Estados reconocen los derechos fundamentales a los sujetos jurídicos y no a los objetos jurídicos. Del punto de vista filosófico: hablar, por ejemplo, de la dignidad de las personas no tendría sentido si nos refiriésemos a quien no es un ser humano. En suma, tiempos tristes los nuestros en los cuales es necesario explicar la evidencia.
Tomás Scandroglio, “Radici Cristiane”, N° 60, Diciembre 2010.[/columncontent][/columnlayout]