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Esta semana Chile está de luto. Hace pocos días el Senado aprobó la idea de legislar sobre el proyecto de la matanza de los inocentes, y dio un paso adelante en lo que constituirá el peor genocidio de nuestros pequeños compatriotas: el aborto.
Pocas veces se enfrentó de modo más claro en el debate legislativo el empecinamiento de la ideología atea y relativista contra los datos científicos de médicos, psicólogos, abogados y testimonios de mujeres que han sufrido los traumas del síndrome post aborto.
Ninguna certeza científica, ninguna experiencia sufrida, ningún argumento lógico fueron capaces de doblegar el imperativo de la “cultura de la muerte”.
Sin embargo, lo peor del caso está en que entre los votantes a favor del aborto están legisladores que se dicen cristianos y que hace no muchos años atrás se habían comprometido a oponerse a cualquier proyecto de aborto.
Entre otros, la Sra. Carolina Goic, senadora y presidenta del PDC, que hizo parte en el 2006 del frente parlamentario por la vida y que en esa ocasión firmó un compromiso a rechazar “todo proyecto de ley que acepte o suponga cualquier tipo de práctica abortiva, eugenésica, eutanásica, de encarnizamiento terapéutico, mutilante, clonizante o que manipule la vida humana, cualesquiera sean los medios utilizados para ello u objetivos que pretendan justificarlos”.
El compromiso firmado por la entonces diputada Goic agregaba que “la primera responsabilidad como legislador es defender incondicionalmente la vida de cada ser humano y su dignidad”. Además, cada signatario declaraba que “se compromete a denunciar toda acción atentatoria contra la vida humana, cualquiera sea su origen o motivación”.
En la misma situación de contradicción con su posición frente al aborto están los siguientes parlamentarios que firmaron el documento recién mencionado: Pablo Lorenzini, Mario Venegas y Sergio Ojeda. También el actual senador Patricio Walker. Como Ud. puede ver, los parlamentarios citados tienen una conciencia volátil al respecto del derecho de nacer. Ella cambia al sabor de las encuestas de opinión.
Pero cuando se hace depender el derecho a la vida de los porcentajes de aprobación –sean estos verdaderos o falsos‒ la sociedad en su conjunto da un paso hacia el abismo. Pues si el primero de todos los derechos de la persona humana –que es el de nacer‒ es sacrificado en el altar de la popularidad, nada queda en pie y todo es desechable.
Es precisamente lo que se llama “la cultura de la muerte”. El término «cultura» de la muerte fue acuñado por el Papa Juan Pablo II en su Encíclica El Evangelio de la Vida, publicada el 25 de marzo de 1995.
Aunque en realidad la «cultura» de la muerte comenzó cuando, en el umbral mismo de la historia, Caín mató a su hermano Abel y aunque la «cultura» de la muerte se haya extendido por toda la historia de la humanidad, ha sido en los últimos siglos que esta «cultura» de la muerte ha asumido unas características sin precedentes. Decía el Papa en su Encíclica:
«…Estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera ‘cultura de muerte'».
Pero, me preguntará Ud. estimado oyente, ¿podemos hacer algo en contra de esta cultura de la muerte, desde la simple posición de hombres de trabajo, que no pertenecemos ni a partidos políticos ni a grupos de presión, para revertir esta situación y podamos efectivamente defender el derecho de nacer?
La respuesta es: ¡Claro que sí! Y mucho.
En primer lugar, darnos cuenta de la responsabilidad del voto, porque, legalmente, los parlamentarios que votaron a favor del aborto son los delegados de sus votantes. Es decir, ellos están en el Parlamento porque hubo electores, entre las cuales seguramente muchos católicos, que votaron por esos políticos para que los representaran.
La decisión que corresponde, por lo tanto, es informarnos bien de quiénes son los legisladores de nuestra circunscripción que aprobaron el aborto y no volver a votar por ellos en la próxima elección parlamentaria de este año.
Esta recomendación que hacemos a nuestros auditores no es de carácter político. Al contrario, es un consejo moral, pues el Papa Benedicto XVI escribió que los cristianos tienen
“una grave obligación de conciencia de no cooperar formalmente en prácticas que, aún permitidas por la legislación civil, son contrarias a la ley de Dios. En efecto, desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente con el mal. …Tal cooperación nunca puede ser justificada invocando el respeto a la libertad de otros o apelando al hecho de que la ley civil lo permite o lo requiere”.
Y agregó:
“La Iglesia enseña que el aborto o la eutanasia son pecado grave. Respecto de decisiones judiciales o leyes civiles que autorizan o promueven el aborto o la eutanasia, la Carta Encíclica Evangelium vitae declara que existe “una grave y clara obligación de oponerse por la objeción de consciencia. En el caso de una ley intrínsecamente injusta, como una ley que permite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito por tanto obedecerla, o ‘participar en una campaña de propaganda a favor de tal ley o votar por ella’” (n. 73).”
Como Ud. puede ver, estimado oyente, son dos las actitudes que Ud. debe tomar contra la aprobación de la idea de legislar sobre el aborto por parte de una comisión del Senado.
En primer lugar, no votar por ningún candidato pro aborto, sea del partido que sea, que se presente en su circunscripción. Y en segundo lugar, no colaborar de ningún modo con la aplicación de esta futura ley, si ella termina siendo aprobada. Siendo una ley “inicua”, ella no obliga en conciencia a nadie, católico o no católico.
Quizá Ud. piense que esto es muy poco para hacer.
Le respondo que si puede hacer más, y desde ahora, para impedir la aprobación final de la ley, tanto mejor. Pero que si puede sólo eso, ya no es poco. La cuestión es estar decididos a hacer por lo menos eso. Si todos los que hemos sido bautizados en la Santa Iglesia Católica y que decimos seguir a Nuestro Señor Jesucristo tomásemos a serio lo que nos dicen sus enseñanzas, lo más probable es que no serían re electos los diputados y senadores que, en la votación plenaria, aprueben el aborto. Y así se podrá más tarde revertir lo que ellos aprueben.
Y, en segundo lugar, peor que la aprobación de una ley inicua como esta, es el acostumbramiento a ella por parte de la sociedad. Es decir, cuando ya no nos choca la práctica del mal. Es el adormecimiento de nuestras conciencias. La práctica de la objeción de conciencia, negándonos a cualquier colaboración directa o indirecta con el aborto, impedirá el adormecimiento de las conciencias y esto a su vez frenará la instalación de la mentalidad de la cultura de la muerte en Chile.
Es lo que recomendamos por lo tanto a nuestros oyentes. Junto con elevar nuestras especiales oraciones a la Madre de Dios, y Patrona de Chile, para que Ella imposibilite que se termine aprobando definitivamente esta ley inicua.