En una entrevista para el diario La Tercera (15/06/2014) la senadora socialista Isabel Allende ice: «No estoy cerrada al aborto libre. Los hijos deberían ser muy deseados, pero no impuestos».
Las declaraciones de la senadora no dejan lugar a dudas de que la legalización del aborto, por una parte, no tiene fines terapéuticos, y por otra, que llegará rápidamente al aborto libre.
Estas afirmaciones recuerdan el eslogan incansablemente repetido por las feministas de que la mujer debe poder «disponer de su propio cuerpo». La principal creencia en que se apoya el feminismo es que no hay diferencia entre los sexos. Por lo tanto, la defensa de iguales derechos debe extenderse a la defensa de iguales resultados o consecuencias. De ahí que, una vez que el peso de la gestación recae sobre la mujer, para tener iguales derechos que el hombre ella debe poder optar por el aborto.
Aquí tenemos otra consecuencia criminal del igualitarismo radical que mueve a socialistas y comunistas.
La lucha de clases y los genocidios practicados en Europa del Este, China y tantos otros países no han tenido otro objetivo sino establecer esta igualdad. Hoy, quizá el mayor genocidio de la Historia, se llama aborto. Y es lo que los socialistas de todos los pelajes quieren imponer en nuestra Patria en nombre de la igualdad o, como dicen ahora, de la equidad.
Cabe aquí recordar la enseñanza perenne de Santo Tomás sobre la desigualdad. El afirma (cfr. “Summa Contra Gentiles”, II, 45; “Summa Theologica”, I, q. 47, a. 2) que la diversidad de las criaturas y su escalonamiento jerárquico son un bien en sí, pues así resplandecen mejor en la creación las perfecciones del Creador. Y dice que tanto entre los Angeles (cfr. “Summa Teologica”, I, q. 50, a. 4) como entre los hombres, en el Paraíso Terrenal como en esta tierra de exilio (cfr. op. cit., I, q. 96, a. 3-4), la Providencia instituyó la desigualdad. Por eso, un universo de criaturas iguales sería un mundo en que se habría eliminado, en toda la medida de lo posible, la semejanza entre criaturas y Creador. Odiar, en principio, toda y cualquier desigualdad es, pues, colocarse metafísicamente contra los mejores elementos de semejanza entre el Creador y la creación, es odiar a Dios. (Plinio Corrêa de Oliveira, «Revolución y Contra‒Revolución«).
Es claro que la desigualdad tiene límites. Así lo expresa Pío XII: “Todos los hombres son iguales por naturaleza, y diferentes sólo en sus accidentes. Los derechos que les vienen del simple hecho de ser hombres son iguales para todos: derecho a la vida, a la honra, a condiciones de existencia suficientes, al trabajo y, pues, a la propiedad, a la constitución de una familia, y sobre todo al conocimiento y práctica de la verdadera Religión. Y las desigualdades que atenten contra esos derechos son contrarias al orden de la Providencia. Sin embargo, dentro de estos límites, las desigualdades provenientes de accidentes como la virtud, el talento, la belleza, la fuerza, la familia, la tradición, etc., son justas y conformes al orden del universo” (cfr. Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1944 – Discorsi e Radiomessaggi, vol. VI, p. 239).