¿Somos los hombres de hoy aquellos niños de ayer?
11/04/2022 | Por Acción Familia
Y aquél sayón inhumano
que al dulce Jesús seguía
con el látigo en la mano,
¡qué feroz cara tenía!
¡qué corazón tan villano!
Y aquél sayón inhumano
que al dulce Jesús seguía
con el látigo en la mano,
¡qué feroz cara tenía!
¡qué corazón tan villano!
La versatilidad e ingratitud de los judíos, quienes, después de proclamar con la más solemne recepción el reconocimiento que debían al Salvador, poco después lo crucifican con un odio que a muchos llega a parecer inexplicable.
Cuando la persecución a los católicos, sangrienta o sonriente, va creciendo en todo el mundo, el misterio del odio al bienhechor y al mismo Bien vuelve a presentarse. El odio y el amor a Nuestro Señor Jesucristo se explican porque El fue puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel. (S. Luc. 2, 34 ). El amor
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La Santa Faz de Nuestro Señor, estampada milagrosamente en el sudario que se encuentra en Turín, expresa Su gran sabiduría junto a una gran bondad
Nuestro Señor nos dio el ejemplo de la aceptación entera del dolor y nos enseñó el papel que este tiene en la vida del hombre. El hombre nació para dar gloria Dios, antes que nada sufriendo. Esta es la idea rectrix, fundamental en la formación del verdadero católico.
Cuando Jesús es colocado en el sepulcro, parece que todo ha terminado. Sin embargo, es el comienzo de todas las dedicaciones, de todas las esperanzas. Haced, Señor, que no tema aún cuando todas las fuerzas de la tierra parezcan puestas en manos de vuestros enemigos.
Los primeros homenajes que Os son prestados en el Descendimiento son el marco inaugural de una serie de actos de amor de la humanidad redimida, que se prolongarán hasta el fin de los siglos.
Llegó por el fin el ápice de todos los dolores. Es un ápice tan alto, que se envuelve en las nubes del misterio. Los padecimientos físicos alcanzaron su extremo. Los sufrimientos morales alcanzaron su auge. Otro sufrimiento debería ser la cumbre de tan inexpresable dolor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonasteis?”
Este odio inmenso, ¿no contiene para mí alguna lección? Entre Vos y el demonio, entre el bien y el mal, entre la verdad y el error, hay un odio profundo, irreconciliable, eterno. Las tinieblas odian a la luz, los hijos de las tinieblas odian a los hijos de la luz, la lucha entre unos y otros durará hasta la consumación de los siglos y jamás habrá paz entre la raza de la Mujer y la raza de la serpiente…
Enseñadme, Señor, a reflejar en mi la majestad de vuestro semblante y la fuerza de vuestra perseverancia, cuando los impíos quieran manejar contra mí el arma del ridículo. El Divino Maestro enfrentó el ridículo. Y nos enseñó que nada es ridículo cuando está en la línea de la virtud y del bien.