Brasil, Chile y Perú buscan la salud física, pero dañan gravemente la salud moral
El factor común que se define entre Brasil, Chile y Perú se refiere tanto al pasado cuanto al presente. Lo primero porque las tres naciones tuvieron un período de grave peligro, cuando el socialismo procuró conquistarlos y estuvo a punto de lograrlo: Brasil, durante el gobierno de João Goulart, en los años 60; Chile bajo el de Salvador Allende en los años 70 y Perú, bajo la dictadura militar de Juan Velasco Alvarado y más tenuemente de Francisco Morales Bermúdez durante toda esa misma década. Y lo segundo es que los tres países se recuperaron notoriamente en especial por una reacción cívica, en los primeros dos casos porque esas reacciones contribuyeron decisivamente a desencadenar intervenciones castrenses de efecto inmediato, y en el tercero porque la opinión pública estimuló y/o forzó a los militares a apartarse del socialismo y a dejar el Poder.
En los tres países –mucho más en los dos últimos– el socialismo, por ser más intenso, fue nefasto para el orden social y ruinoso para la economía, mas, cuando fue expulsado, la reordenación social y la recuperación económica fueron notorias, lo cual contribuyó a apartar ese tipo de amenazas durante bastantes años, hasta que los socialistas optaron por dejar de lado en apariencia sus postulados estatistas y autogestionarios, así como sus prácticas violentas, para tratar de lograr una conquista pacífica del Poder, y de hecho lo lograron. La reacción de la opinión pública en los tres casos fue que, mientras haya prosperidad y bienestar, y por el período en que sea posible para la generalidad de la gente ganar dinero, poco le importa a ésta que el gobierno sea socialista. Así:
En Chile los cuatro gobiernos de la Concertación –la articulación de la Democracia Cristiana con los socialistas, en el Poder desde el fin del gobierno militar– mantuvieron grosso modo por más de dieciocho años el modelo de economía social de mercado establecido por éste y se entendieron con el mundo empresarial, aunque es obvio que desearían otra cosa… en el caso de que esto les fuese posible. En relación al régimen socio-económico, la Concertación asumió el cariz de pecador recién convertido, admitiendo provisoriamente mucho de lo que antes rechazara, pero en materia moral y cultural siguió el perfil de pecador recién pervertido, con ansias manifiestas y continuos intentos de descomponer la familia y auspiciar toda especie de aberraciones y degradaciones, como el divorcio, el feminismo radical, el aborto, el pseudo matrimonio homosexual, la educación laicista y amoral, etc., en los moldes de una revolución cultural galopante.
En Brasil, el ejecutor y beneficiario de esa táctica fue el Presidente Lula, con quien los banqueros e industriales en general se entienden muy bien, aunque auspicie las violentas invasiones de haciendas por parte del MST, que transformaron en letra muerta todo lo que dicen la Constitución y las leyes consagrando el derecho de propiedad; aunque establezca numerosos y extensísimos enclaves tribales y colectivistas de indígenas en la selva, con alto riesgo para la soberanía nacional; aunque favorezca la penetración del aborto y dilapide el erario nacional con el esquema de la llamada Bolsa Familia en una magnitud sin precedentes ni en Brasil ni fuera de él, dañando en una medida aún difícil de establecer a la situación económica futura; y aunque haya permitido que el crimen organizado se apoderase de enormes periferias urbanas y establecido sus comandos en los presidios de supuesta “alta seguridad”, donde de hecho a menudo impera sin contrapeso el crimen organizado; y aunque, en consecuencia, la inseguridad reinante se haya transformado en el factor común a campos y grandes ciudades.
En Perú se dio una curiosa paradoja: uno de los que personificó el afán demoledor socialista en los años 80 es hoy quien más se identifica con el respeto a la iniciativa privada, a la economía de mercado y a la inversión internacional, siendo hoy blanco de los ataques de la izquierda radical así como hace poco más de veinte años era para ella casi un ídolo, y siendo hoy para los ambientes empresariales un gobernante casi ideal, cuando hace dos décadas era para ellos una bête noire temible. Es el Presidente Alan García Pérez. En realidad, si un socialista se convierte de verdad en opositor a esa ideología, bienvenido sea, pero queda en pié la pregunta: ¿no se producirá en cualquier momento el movimiento inverso? ¿Cuál principio causó ese giro o se trata sólo de una maniobra política? En tal caso, ¿qué pasará en el futuro? Por lo demás -casi sobra decirlo, porque todo el mundo lo sabe- en materias morales no se produjo ni de lejos en el actual gobierno peruano la misma “conversión” que en el terreno económico: la maquinaria estatal para imponer el control natal funciona a todo vapor, el abortismo, el feminismo y la promoción de la homosexualidad van ganando terreno bajo la protección del Poder público, el combate al terrorismo obviamente disminuyó en intensidad, dinamismo y eficacia, con todo lo cual el marxismo encuentra amplias vías de penetración en el País, simplemente a la espera de una ocasión propicia para una intervención foránea claramente demoledora.
Ahora bien, todo el mundo sabe, pero casi nadie lo recuerda en alta voz, la base del orden socio-económico y del político es el orden moral, y si éste falla, fatalmente todo irá por tierra, tanto en los tres países mencionados cuanto en cualquier otro en que se verifique ese fenómeno. ¿Cuáles son precisamente los factores de los cuales cabe temer que provoquen la ruina? ¿Las agitaciones indigenistas o ecologistas incentivadas por Chávez y Morales, las protestas urbanas igualmente socialistas o las interferencias extranjeras que violan la soberanía nacional? Puede que cualquiera de esos factores sea la chispa detonante, pero, aunque no fuera así, la ruina es un riesgo próximo.
En efecto, si la familia es destruida por el divorcio extremamente fácil; por la igualdad establecida entre hijos legítimos y naturales, así como entre cónyuges y concubinos; por el aborto cada vez más libre y con menos condiciones; por el abandono de los hogares por parte de uno de los padres, con el consiguiente desamparo de los hijos; por la televisión procaz; por los establecimientos de educación en manos cuestionables; por los programas docentes de inspiración socialista y amoral; por la expansión de las drogas, de las más chocantes inmoralidades, de la planificación socialista de la natalidad, así como de la delincuencia organizada, ¿cómo esperar que subsista una sociedad ordenada y jerárquica que forme moralmente a la niñez y la juventud, cuando ni de lejos hay suficientes sacerdotes que se preocupen de verdad por esos problemas, no hay medios de comunicación que los denuncien, ni legisladores, jueces ni gobernantes que quieran corregirlos?
En el Manifiesto Comunista, Karl Marx y Friedrich Engels llamaron a la abolición de la familia, y se preguntaron: “¿En qué bases descansa la familia actual?”, respondiendo: “En el capital, en el lucro privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe más que para la burguesía… Las declaraciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus hijos, resultan repugnantes…”. Más aún, Engels afirmaba que la monogamia es una “forma del esclavizamiento de un sexo por el otro”, “la proclamación de un conflicto entre los sexos”; y creía que «la primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos» y que “el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino”. Por su parte, Marx escribió que “la familia jerárquica y patriarcal es llamada “familia burguesa” porque “el matrimonio, la propiedad, la familia son los medios prácticos por los cuales la burguesía ha establecido su dominación”. O sea, ambos profesaban un odio simultáneo a la familia y a la propiedad que difícilmente podría ser mayor.
Pues bien, por ahí se ve cómo convergen en la mentalidad comunista el odio a la familia y a la propiedad, y como análogamente convergen también las corrientes socialistas de Iberoamérica, sea que hagan todo lo posible por destruir aquella, sea que traten de imponer el colectivismo, mediante la lucha de clases o el estatismo; y cómo las diferencias entre ambas ramas, aunque parezcan grandes, son meramente tácticas y circunstanciales, pues tienden a unirse para alcanzar una meta común, totalmente anti-cristiana, que comporta la abolición entera de la familia y de la propiedad privada y la constitución de un régimen colectivista, igualitario y amoral, totalmente contrario a la naturaleza humana .
El panorama para Iberoamérica que se va definiendo en el horizonte incluye, por efecto de la difusión de la mentalidad comunista, conflictos quizá violentísimos, nacionales e internacionales, que pueden estallar en cualquier momento, así como el terrorismo y la guerrilla, mas a medida que esto se agrave, generalice y muestre que muy pocos escaparán a sus efectos, los pueblos del Continente expresarán primero su insatisfacción y después, cuando vean todo lo que eso significa, su indignación, como ya ocurre grosso modo con la mitad de la población venezolana; ésa será la hora en que los revolucionarios más audaces desearán transformar sus avances logrados mediante el engaño en victorias definitivas, pero será también la hora en que Nuestra Señora de Guadalupe intervendrá para restaurar su Imperio sobre las tres Américas y será el momento en que grandes sectores de la población reaccionarán con profundo valor en defensa de la Fe.