Aborto y “acuerdo de vida en común”
Causaron desconcierto en muchos ambientes las recientes declaraciones del Presidente Piñera (“La Tercera”, 17-01-2011), que recibieron de ese diario el título “Que Allamand y Matthei estén en el gobierno no debilita proyectos de AVC y aborto terapéutico”, con los cuales – afirmó el Presidente – habría un “compromiso del Gobierno”.
[columnlayout][columncontent width=»50″]Es obvio que si hay tal compromiso, éste no vuelve justos, sanos ni convenientes esos proyectos. Pretender lo contrario equivaldría a conferir al Presidente el don de la infalibilidad intelectual y moral, lo cual nadie se animaría a propiciar.
Además, esos proyectos son objeto de las mayores controversias entre los diversos sectores que apoyan al Gobierno, porque contradicen todo lo que éste prometió, mientras suscitan, en los más radicales sectores de oposición, un decidido apoyo, porque contrarían las convicciones de la mayoría de los chilenos que eligieron al Presidente.
O sea, porque esos proyectos, si son aprobados, serán verdaderos actos de auto-demolición del Gobierno y de destrucción moral del País; el agravamiento de la destrucción moral propiciada por socialistas – marxistas o no – que en dos décadas no ha hecho sino crecer y volverse nefasto.
Después, si se trata de compromisos conocidos – imaginamos que a ellos se refiere el Presidente – el más notorio de ellos en estas materias, durante la campaña electoral, fue el compromiso “por la vida”, significando el rechazo al aborto –pues esto era lo que se estaba debatiendo– porque el candidato de la Concertación lo había propuesto, y además porque la ciencia médica superó la falsa disyuntiva entre la vida de la madre y la del hijo por nacer, siendo habitual que siempre se trate de salvar ambas.
Sin embargo, las palabras del Jefe del Estado indican que se preocupa – con razón – de la vida de la madre, pero mucho menos, porque no la menciona, de la vida del hijo, en lo cual está totalmente equivocado, pues el proceso de paganización mundial busca imponer la aprobación del aborto y no la muerte de las madres al dar a luz: de esto último no hay un solo caso, pero los países que legalizaron el aborto son incontables.
En efecto, dijo: “cuando se hace una intervención médica, farmacológica o un tratamiento para salvar la vida de la madre, aún cuando eso ponga en riesgo la vida del hijo, eso es legítimo, y nosotros lo apoyamos”. Está bien, pero análogo esfuerzo se debe hacer para salvar la vida del hijo, aunque ponga en riesgo a la madre, y esto lo omite. Y como si aún cupiesen dudas, poco después agregó: “la vida de la madre, para nosotros, es absolutamente necesario y debemos resguardar.” Y de la vida del hijo… se olvidó.
En verdad, hablar de “aborto terapéutico”, como hacen “La Tercera” y el cuestionado proyecto de ley, es un total contrasentido, pues el aborto no es ni puede ser terapia de ningún tipo. Es simplemente acabar con la vida del bebé, con medios de una crueldad atroz. Más exacto – o sea, más veraz y sincero – sería que dijesen: “aborto con pretexto terapéutico”. ¡Pero con este nombre no lograrían su aprobación! Para obtenerla, lo que parecen juzgar apropiado es incentivar, no la claridad, sino la confusión.
[/columncontent][columncontent width=»50″]Subterfugios parecidos usó el Presidente a propósito del proyecto de ley de ´acuerdo de vida en común´: “en nuestro gobierno tenemos un compromiso con resolver los problemas que afectan a dos millones de chilenas y chilenos que viven en pareja, hombres y mujeres e incluso parejas del mismo sexo”.
Sin embargo, de la demostración de que con esa eventual ley resolvería tales problemas – los cuales por lo demás no los señaló – también se olvidó. Y esto simplemente porque con esa ley no se resolvería problema alguno. Al contrario, se crearían muchos y en realidad insolubles, como sucedió muchas veces con leyes injustas.
De un lado, esos problemas se derivan de la violación sistemática del orden natural, y no hay forma de neutralizarlos por medio de leyes justas. Si se trata de problemas patrimoniales, la herencia corresponde sobre todo al cónyuge y a los hijos, y es ilícito desposeerlos por ley en beneficio de uniones espurias, lo cual además provocaría interminables conflictos.
De otro lado, el pretexto de regularizar lo que existe no resiste el menor análisis, pues del ejercicio pertinaz del vicio surgen siempre interminables complicaciones, como en el caso son las varias “uniones”, sucesivas o simultáneas, manifiestas u ocultas, naturales o anti-naturales, con pacto explícito o implícito, veraz o falaz, etc., de modo que pretender normarlas por ley sería como dictar reglamentos para los falsificadores de monedas, para las coimas, sobornos y extorsiones, etc.
Nada de esto se analiza, ni siquiera se menciona, pretendiendo el Jefe del Estado y algunos ministros o legisladores pontificar sobre lo que a juicio de ellos se debería hacer, como si sus opiniones constituyesen argumentos decisivos. Pues bien, así no se construye un país, más bien se lo destruye en sus cimientos, quedando para el día de mañana los derrumbes consiguientes.
En tal caso, mientras más indolente sea la opinión pública ahora, más severa será la Historia, sólo que los remedios demorarán décadas o quizá siglos, a menos que tragedias aún mayores cambien totalmente el panorama.[/columncontent][/columnlayout]