Afirmar una igualdad entre hombres, animales y plantas, es negar la superioridad del hombre, negar el alma espiritual humana, que es la que le da derechos sobre los animales. Es hacer una profesión de fe de materialismo, porque quien niega el alma humana niega a Dios.
Los «derechos de los animales» atropellan los derechos humanos. Dios creó los seres jerárquicamente, unos al servicio de otros y, el conjunto, al servicio del hombre. Veamos.
El alma espiritual e inteligente del hombre y el alma animal o vegetal
La Iglesia enseña que en cada ser vivo hay un agente que pone en movimiento ese ser.
En el hombre es el alma humana; en los animales es el alma animal y en los vegetales es el alma vegetal.
La Iglesia entiende por «alma» precisamente el principium vitae, el principio misterioso del que no se puede decir otra cosa sino que confiere la vida.
Entonces, hay tres grados de almas, como hay tres grados de seres:
El alma del hombre, que es un alma intelectiva, que comprende las cosas y que se conoce a sí misma.
El hombre conoce las cosas no como un buey las conoce. Si el buey mira a un árbol y yo miro también, vemos lo mismo.
Y como el buey no usa gafas y yo uso, probablemente el buey ve mejor el árbol que yo.
Pero él no entiende el árbol. Él no sabe cuál es su fin, ni diferencia los objetos, él apenas recibe en los ojos la imagen del árbol que entra como en una cámara fotográfica. No es idéntico, pero es parecido a la cámara fotográfica.
Sobre todo el buey no se conoce a sí mismo. Nosotros adquirimos en la primera infancia la noción de que somos un circuito cerrado.
La primera idea por donde nos viene la noción del «yo» es cuando notamos que una cosa nos agrada y yo la toco, siento, y nadie siente a no ser yo. Si duele, gimo, nadie gime a no ser yo.
Si yo soy un circuito cerrado, y los demás son circuitos cerrados, nace ahí una idea de que yo soy otro. Y de que tengo derechos, intereses, buenos y malos movimientos, enteramente diferentes de los demás.
Esto es característico de un ser intelectual, un ser cuyo alma es espiritual. Lo propio de este alma es que, cuando el hombre muere, ella se separa del cuerpo y va a ver a Dios cara a cara, y ella es juzgada y condenada.
Esta es el alma espiritual en el hombre.
Alma animal, idéntica a la materia
Ahora, el animal no tiene alma espiritual. El principio de su vida es idéntico a la materia. De modo que él tiene conocimiento de las cosas exteriores, pero no entiende lo que ve.
Tampoco tiene conocimiento de sí mismo, no tiene idea de que es un circuito cerrado.
Él funciona como un hombre que está durmiendo tan profundamente que no tiene conciencia de sí. Tiene algunas reacciones físicas: si aprieta, él se gira, pero no tiene la menor noción de sí mismo.
Alma vegetal
Y luego viene el vegetal que ni siquiera tiene conocimiento del mundo externo. No conoce nada.
El principio de vida del vegetal es tan bajo que sólo vive, pero no tiene siquiera movimiento. Él es un simple vegetal.
Después existen naturalmente los minerales que no tienen vida.
Todos los seres reflejan a su Creador
Por el orden establecido por Dios, todos estos seres son buenos y fueron creados a imagen y semejanza de Él.
Unos son imágenes de Dios; otros, tiene la semejanza de Dios.
¿Cuál es la diferencia entre imagen y semejanza?
Es más o menos la siguiente: un hijo puede ser similar al padre. Es la semejanza.
La imagen: alguien puede hacer una obra de arte, por ejemplo, cincelar una jarra en la que se percibe la psicología del artista. Sólo hay un rasgo de analogía entre el artista y la jarra. Es la imagen del artista en la jarra.
La jerarquía en la Creación
Otro principio es que Dios estableció que los animales y las plantas existan para el servicio del hombre.
El hombre no existe para el servicio del hombre. Un hombre no tiene el derecho a matar a otro, no tiene derecho a comer a otro, porque cada hombre fue creado directamente para Dios.
Pero el hombre tiene el derecho de comer el animal, porque éste fue creado por Dios para el hombre. Y el vegetal fue creado por Dios para el hombre y para el animal.
El buey no tiene propiamente el derecho a comer una planta, porque no tiene derechos. Quien no tiene alma espiritual no tiene derechos.
Pero está de acuerdo con el orden de la naturaleza que un buey coma una planta. Pero es mucho más raro que un vegetal coma un animal. Existe eso.
Hay vegetales con una propiedad por donde, cuando pasa una mosca cerca, ellos se cierran. Y el animal allí cautivo, en aquella prisión verde, acaba pereciendo y la materia de que se compone es asimilada por la planta. Se puede decir, por lo tanto, que la planta como que asimila al animal.
Pero eso es una excepción en la naturaleza. El orden establecido por Dios es que el ser superior, que es el animal, se sirva del ser inferior que es la planta, y que coma la planta.
Por ejemplo, es normal ver en un paisaje tranquilo, un buey a la sombra de un árbol. El árbol sirve de sombrilla para el buey.
No podemos imaginar un animal parado sirviendo de sombrilla para una planta. Cualquier persona percibe que sería una inversión del orden natural de las cosas.
Negar esta jerarquía es materialismo
En consecuencia, afirmar una igualdad entre hombres, animales y plantas, es negar la superioridad del hombre, negar el alma espiritual humana, que es la que le da derechos sobre los animales.
Es hacer una profesión de fe de materialismo, porque quien niega el alma humana niega a Dios.
Entonces, es hacer una afirmación de fe de ateísmo, o de no fe, porque el ateísmo no es una fe. Es afirmar el ateísmo.
Doctrinas que niegan esta jerarquía
Pero hay doctrinas religiosas que lo niegan.
Son las doctrinas llamadas de la metempsicosis, reencarnación, migración de las almas de animal en animal, de un hombre a otro, a vegetales, y hasta a la nada.
Y para eso tienden Naciones Unidas, UNESCO, «derechos de los animales» y… ¡el Sínodo de la Amazonia!
La religión de los brahmanes, por ejemplo, afirma que cuando el hombre se comporta bien y muere, se disuelve en Dios.
Pero Dios, para ellos, es una especie de éter, vago, un fluido, dentro del cual el hombre pasa a dilatarse agradablemente. No es una persona.
Imaginen un carbón que se quema en un turíbulo y produce humo. Este humo tiende, por la ley de la expansión de las gases, a mezclarse con la masa aérea y dentro de algún tiempo no es sino un todo con la atmósfera.
En la idea brahmánica, Dios sería como ese aire, y el hombre sería como el humo que se disuelve en medio de ese aire, sin sentir nada y sin conocer nada.
Porque, para ellos, la desgracia es conocer y sentir. El hombre es infeliz porque conoce y siente; lo verdadero es que se envaneciera, y escapara del tormento de esa individuación que lo hace sufrir.
Cuando el hombre es malo, muere y se reencarna en un animal; y cuando aún es peor, pasa a ser planta. Después, si él como planta se comporta muy bien, pasa a ser animal, después hombre y vuelve a dios de nuevo.
Esta doctrina comporta la idea de que hay una porción de almas que realizan este ciclo perpetuamente, porque es muy difícil escapar de él para fundirse en la divinidad.
Pero esta doctrina es radicalmente contraria a la doctrina católica; es condenada por la Iglesia Católica.
La ONU y una nueva «civilización»
La ONU debe ser vista como el laboratorio de la civilización del siglo XXI y tiene un organismo especializado para elaborar las doctrinas de esa civilización, que se llama UNESCO.
Ahora bien, con toda la normalidad, sin causar sorpresa, la UNESCO proclamó el 15 de octubre de 1978 una especie de manifiesto de igualdad entre los animales y los hombres, a camino de una igualdad entre las plantas, los animales y los hombres. [1]
Es el camino hacia algo sumamente misterioso acerca de la civilización del siglo XXI, que deberemos analizar aquí.
Luis Dufaur (Autor: Plinio Corrêa de Oliveira, extractos resumidos de conferencia pronunciada el 8.11.78, sin revisión del autor)
[1] Declaración Universal de los Derechos de los Animales, https://www.fundacion-affinity.org/sites/default/files/derechos_animal.pdf