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Hay una fórmula para ser feliz que pocas personas toman en debida cuenta y que no consiste en sacarse la lotería ni en contratar un seguro contra todas las enfermedades.
Es muy simple, se la doy: “Haz lo que haces y sé lo que eres”.
“Haz lo que haces” significa no hacer muchas cosas a la vez. Sobre todo significa poner atención, gusto y cuidado en aquello que se está haciendo.
Si Ud. es dueña de casa y está haciendo el aseo, por ejemplo, quiere decir que Ud. no debe estar al mismo tiempo atendiendo la cocina, contestando el celular y chateando por messenger.
Lo mismo vale para el ejercicio de cualquier trabajo o profesión. Cuando existían menos recursos técnicos, las personas se entretenían con su trabajo, y por eso mismo las cosas que hacían les quedaban mejor.
Hoy en día, a una gran proporción de los adultos les parece aburrido lo que tienen que hacer y divertido lo que no tienen que hacer. Esto es tan habitual, que nos dispensamos de darle más ejemplos.
Pasemos a la segunda regla de la felicidad: “Sé lo que eres”.
En la sociedad líquida en que vivimos, las personalidades tienden a desaparecer y a fundirse en un solo tipo humano, cada vez más homogéneo y sin características propias. Lo que va transformando a la sociedad en un conjunto monótono de personas que no desarrollaron los atributos propios con que Dios los dotó.
Esta despersonalización está llegando al extremo de producir anomalías o enfermedades psiquiátricas que cada vez se separan más de la propia naturaleza humana. Así, la anomalía llamada “trastorno de identidad”, por la cual una persona de cualquier edad, incluso un niño, puede querer ser lo contrario de aquello que su propia naturaleza biológica y psicológica le indica.
Esa anomalía representa obviamente un mal no sólo para la persona que la sufre, sobre todo cuando es involuntaria, sino también para aquellos que la rodean, comenzando por su propia familia.
Todo lo cual, indica que la sociedad debe tratar de evitar que este mal se propague entre los menores de edad y el Estado debe favorecer, con los recursos de que dispone, de que ella no se convierta en una plaga infantil.
Lo anterior es de simple sentido común y nadie en sus cabales podría objetarlo.
Sin embargo, el Ministerio de Educación, a través de la Superintendecia de esa repartición decretó una Ordenanza que obliga a todos los colegios a instalar baños trans, y a permitir que los alumnos se presenten a las clases vestidos de acuerdo al supuesto “genero” con que mejor se sientan identificados.
Esta medida, obviamente está destinada a transformar una anomalía muy poco frecuente, en una cualidad natural. O sea, a transformarla en una condición cada vez más generalizada. Lo que es precisamente fomentar la plaga de la transexualidad.
Ud. me preguntará por qué el Ministerio procede así.
La respuesta es que los ideólogos de ese Ministerio consideran que lo que nos enseña el Génesis: “Hombre y mujer los creó”, es un invento de la religión católica, y que cada uno puede optar por lo que mejor le siente, incluso puede cambiar varias veces de identidad a lo largo de su vida.
Esto, que a cualquier persona normal le parecería una verdadera pesadilla, es lo que los ideólogos del Ministerio de Educación llaman los “derechos de identidad de género”, y, para incentivarlos, ya se discute un proyecto de ley en el Congreso.
Al respecto de esta ideología y de su consecuencia práctica, o sea la de usar en el colegio el baño o el vestuario para cambiarse de ropa que a uno se le antoja, independiente de su sexo, le traducimos los párrafos más importantes de un artículo publicado por una revista norteamericana, Tradition, Family and Property, firmado por el Sr. John Horvart, quien comenta un aspecto muchas veces olvidado en el debate: el efecto para el pudor y la modestia, especialmente de las niñas.
“La guerra de los baños”, dice el Sr. Horvat, “no se reduce al problema de los abusadores sexuales que van a aprovecharse de las nuevas reglas para abrir puertas y hacer víctimas. Se trata sobre todo de acabar con los últimos vestigios de la modestia, de la decencia y del pudor, porque es removida la última barrera de protección para hombres y mujeres en sus momentos más íntimos.
“La virtud de la modestia es la parte del edificio moral que nos lleva a restringir los movimientos impulsivos de las pasiones humanas, inclusive las menos violentas. La modestia gobierna las acciones externas para que se conformen con las exigencias sociales de decencia, conveniencia y decoro que resultan de la naturaleza humana y de las costumbres locales.
“El modo de vestirse y de hablar y las relaciones entre los sexos entran bajo su gobierno para preservar la virtud y el equilibrio en la sociedad. Cuando la modestia y la decencia no son respetadas, la dignidad humana es fácilmente degradada hasta niveles muy bajos de brutalidad.
“Por eso no es sorprendente que en un mundo hiper-sexualizado y violento como el nuestro haya quienes exijan abolir todas las barreras y tabúes, para atacar la modestia, una vez que es ese sentimiento delicado de auto-control de los propios impulsos el que da origen al pudor. Y si cae el pudor, todas las protecciones de la castidad son aniquiladas.
“Contrariamente a lo que dice la propaganda de los promotores de la abertura irrestricta de los baños y vestuarios, no se trata de colocar policías en la puerta para controlar la identidad sexual de los que quieren entrar. Se trata de respetar y preservar reglas inmemoriales de convivencia social que permiten el funcionamiento normal de la sociedad y que ayudan a las personas a preservar su propia dignidad.
“La guerra de los baños equivale a negar la realidad biológica y psicológica e imponer las fantasías de los que quieren escaparse de los condicionamientos impuestos por la razón y la propia identidad sexual.
“La guerra de los baños es una nueva etapa de la guerra cultural, de la cual el reconocimiento legal de las uniones homosexuales no fue sino el comienzo. Esta nueva etapa embiste contra la identidad y el propio ser. Es más tiránica y no permite ninguna oposición. No es una guerra frívola a respecto de baños, sino una guerra total que se extiende inclusive a los baños.
“Si queremos un retorno al orden, la sociedad debe comenzar por comprender esa nueva etapa por lo que es y reaccionar en consecuencia”
Hasta aquí los extractos del artículo del Sr Horvat.
En conclusión, si la felicidad consiste en hacer lo que se hace y ser lo que se es, nada puede hacer más infeliz la vida de una persona que ser lo que no es y no hacer bien lo que hace.
Para evitar ese mal entre los suyos, favorezca en ellos la modestia, la decencia y el pudor, y estimule la feminidad de las niñas y jóvenes y la masculinidad de los niños y muchachos.
En esta materia lo más peligroso son la llamada “deconstrucción” de los roles, las zonas intermedias, las modas unisex. Evítelas en su familia y le hará un buen favor a los suyos y al conjunto de la sociedad.