Sus gigantescas dimensiones, sus recursos naturales casi ilimitados, su posición estratégica entre dos océanos, su homogeneidad religiosa, cultural y lingüística, entre otros factores, hacen de América Latina una pieza fundamental en el tablero de ajedrez internacional.

El Komintern (Internacional comunista) lo entendió muy bien y, a partir de la década de 1920, dedicó enormes esfuerzos a conquistarlo. Esta conquista parecía al alcance de la mano en 1959, cuando el comunismo internacional se apoderó de Cuba y, desde allí, lanzó su asalto al continente. Varios países cayeron, incluido mi Perú, y otros se vieron afectados de todos modos. Fueron años de miseria y de terribles sufrimientos.

Sin embargo, hacia fines de siglo, el péndulo comenzó a oscilar en la dirección opuesta y el continente se volvió azul nuevamente. Se habló del triunfo del “neoliberalismo” y de la democracia. La región inició una carrera acelerada hacia el desarrollo, lo que llevó a varios países a salir de la categoría de «tercer mundo» para convertirse en «potencia emergente». La pobreza se redujo drásticamente. Nacía una clase media cada vez más sólida. Se cantó victoria. El comunismo parecía derrotado. La calma, sin embargo, era solo aparente.

Hoy asistimos a un giro en sentido contrario. Se habla de una «marea roja», mientras la izquierda, incluso la extrema, recupera el poder por todas partes. Analizar las razones que llevaron al momento actual requeriría un libro. Menciono algunos telegráficamente:

• Se ha confundido el triunfo del neoliberalismo con la victoria contra el comunismo. Se pensó que bastaba con enriquecer a la población para alejar el peligro comunista. ¡Nada más equivocado! Necesitamos un profundo cambio en las almas -una conversión religiosa y espiritual- y una profunda acción doctrinal y cultural que proponga el ideal opuesto al comunismo. En otras palabras, se necesita una Contrarrevolución. Hasta que los gobiernos de “derecha” no toquen las raíces espirituales y culturales, en el mejor de los casos serán paliativos efímeros.

• América Latina es un continente católico. Nada puede arraigarse sin la intervención de la Jerarquía eclesiástica. Fue aquí donde surgió la llamada Teología de la Liberación en la década de 1960, que sirvió como perfecta compañera de viaje del comunismo internacional. La condena de esta corriente por parte del Vaticano en 1984 contribuyó a la oscilación del péndulo hacia la derecha. Por el contrario, la elección del Papa Francisco, que rehabilitó y relanzó la Teología de la Liberación, junto con la Teología del pueblo, debe verse como una importante contribución a la marea roja que envuelve al continente.

El caos que está destruyendo Estados Unidos

• La revolución que ahora ruge en América Latina no debe confundirse con el viejo comunismo, soviético o chino. Estos sin duda están involucrados en más de un caso. Lo que vemos, sin embargo, es más bien la expansión de lo que Plinio Corrêa de Oliveira llamó en 1976 la «cuarta Revolución», es decir, la «revolución total» idealizada por los filósofos de 1968, y que el anarquista francés Félix Guattari bautizó como «revolución molecular». Lo hemos visto recientemente en Perú, Colombia y Chile. El objetivo de esta revolución es acabar con la normalidad, para instalar la sensación de caos. Con esto, la acción del Estado se va diluyendo hasta desaparecer.

• 4. Las estructuras que hacen la revolución también cambian. El Partido Comunista, jerárquico y monolítico, es reemplazado por una vasta red de grupos, lobbies, movimientos, intereses, partidos, etc. Se teoriza que la sinergia de estos movimientos subversivos aparentemente desconectados producirá una revolución total. Hay, sin embargo, una dirección detrás de escena. Y he aquí, en las diversas revoluciones que están incendiando países latinoamericanos, siempre descubrimos la participación de agentes extranjeros, especialmente cubanos y venezolanos. Una de las estructuras internacionales que coordina esta «marea roja» es el Foro de Sao Paulo.

por Julio Loredo