Asistimos al derrumbe del Viejo Mundo que cae a grandes pedazos, día tras día. Lo más sorprendente es que la mayoría de las personas no lo percibe, y cree que aún está caminando en tierra firme.
Una nueva era
Desde la guerra de 1914‒1918, se completaron cien años, en los que la humanidad gime bajo el yugo de los tiempos nuevos pues, según la mayoría de los historiadores, ellos comenzaron en ese entonces.
No hay ninguna duda de que con esa guerra fue pasada una página.
“Cerca de diez millones de muertos ‒además de haber ‘destruido la optimista y benevolente cultura del continente europeo’”. 1
La guerra de trincheras
La Primera Guerra Mundial se caracterizó por la conquista y la defensa de trincheras, por lo tanto, por la abundancia de suciedad, sangre y barro. Esa fue su triste originalidad.
¡Y si sólo fuera el barro! ¿Y los insectos? ¿Y el prosaísmo? ¿Y, sobre todo, la sangre generosa ampliamente derramada, mezclada con ese barro?
Las batallas en las trincheras fueron una forma de combate irracional, calificada por Edmond Taylor como “el más horrible absurdo ‒ y el más absurdo horror‒ en la historia de la guerra (…), durante unos 1400 días”. 2
Peor aún. El sentimiento unánime es que algo cambió la juventud. Antes de la Primera Guerra, se podían notar un “gusto por la acción, fe patriótica, pureza de costumbres, renacimiento católico. Esos trazos podían ser encontrados en todas nuestras observaciones”. 3
Una célebre encuesta, firmada con el seudónimo de Agathon, realizada por Herni Massis (1886‒1970) y publicada en 1911, documenta muy bien la situación anterior a la decadencia producida por la guerra.
Henry Massis afirma con propiedad:
“Ante los ojos de esos jóvenes, una naturaleza pensante, verdaderamente rica de amor y de vida, debía tender hacia una creencia, un dogmatismo precursor de la acción”. 4
La destrucción de una generación
Nadie sabe qué esplendores podrían haber florecido de esa juventud, si hubiese tenido condiciones de desarrollo normal. Pero vino la Gran Guerra, vino la posguerra. Y todo cambió.
Las dos guerras mundiales pueden ser vistas bajo muchos aspectos. Entre ellos, el de haber funcionado como extintores de incendio aplicados sobre una realidad que incomodaba.
Si la primera Gran Guerra hubiese sido planeada exclusivamente para ahogar en un baño de sangre a la brillante juventud de la Belle Époque ‒tanto del lado francés cuando del alemán‒ difícilmente se habría desarrollado de una forma diversa de la registrada por la Historia.
Fue una guerra terriblemente mortífera. 5 Las trincheras de la Gran Guerra eran particularmente apropiadas para sepultar el idealismo brillante y caballeresco de los jóvenes del fin de la Belle Époque en el prosaísmo horrible y pestilente del fondo de aquellas zanjas.
Se hundió así, en la sangre y en el barro, una juventud muy promisoria.
En efecto, Jacques Mayer describe lo que veían sus ojos:
“¡Barro que chorrea, barro que escurre, barro que trepa, que sube desde abajo, barro hasta los bordes, o que cubre las rodillas, con frecuencia hasta el vientre … Que agarra, que se adhiere … que se mete hasta en tus bolsillos … que se come hasta con el pan! Barro ventosa, barro vampiro, que te traga, que te aspira”. 6
Fue el derrumbe de un mundo
Como afirmó la revolucionaria comunista Rosa Luxemburgo,
“Asistimos al derrumbe del Viejo Mundo que cae a grandes pedazos, día tras día. Lo más sorprendente es que la mayoría de las personas no lo percibe, y cree que aún está caminando en tierra firme”. 7
De un cuadrante opuesto, el inmortal Pontífice San Pío X hizo todo para evitar la carnicería.
Plinio Corrêa de Oliveira manifiesta así lo que sintió:
“Es necesario haber vivido en 1920, o 1925, para comprender el tremendo caos ideológico en que se debatía la humanidad. La Cristiandad parecía un inmenso edificio en los trabajos finales de demolición (…) no existe alegoría, ni imagen, ni descripción que pueda retratar la confusión de aquellos días de posguerra”. 8
Pero no sólo fue el combate. Esa juventud tan promisoria fue cogida en un movimiento envolvente.
El papel de Estados Unidos y la americanización
Como se sabe, en 1917 ‒por lo tanto tres años después del comienzo de la guerra y un año antes de su término‒ Estados Unidos empezaron a participar de las hostilidades. Saludables, joviales, con algo de deportivo, entraron para vencer. Y, junto con la victoria, se desencadenó en el Viejo Continente, una ola de choque incontenible: la influencia norteamericana.
El intelectual italiano Roberto de Mattei hace la siguiente descripción:
“América encarnaba un nuevo way of life, que tenía su modelo brillante y artificial en Hollywood, la ciudad californiana sede del nuevo imperio del cine. En los años 20, ‘les anées folles’ o, según la fórmula británica, los ‘roaring twenties’, Europa sufrió transformaciones sociales que modificaron profundamente los hábitos y costumbres de sus habitantes. La americanización fue impuesta sobre todo por el cine (…), que se transformó en la diversión más popular, junto con los deportes de masa como el fútbol o el box, que eran propagados por la radio y la prensa”. 9
El efecto de esa ola de choque norteamericana se hizo sentir, por una especie de rebote, en Brasil, aunque su fuerza de influencia puede ser difícilmente evaluada por quien nació en la segunda mitad del siglo pasado, debido a la pérdida de los puntos de referencia. Hoy se respira esa influencia como se inhala el aire. Ella se diseminó tanto que ya casi no es posible percibirla.
El desenlace de la Guerra colocó en el escenario histórico la influencia norteamericana. Lo que los cañones no consiguieron arrasar ‒y cuánto arrasaron‒, Hollywood y los comportamientos llamados “de futuro” lo obtuvieron. Lo que el baño de sangre no consiguió ahogar lo hizo, sin armas, el tsunami de esa influencia o, si nos fuere permitido ese atrevimiento de lenguaje, el “baño de Coca‒Cola” que inundó y ahogó a la vieja Europa y al mundo…
* * *
Una influencia paradojal de Estados Unidos
El siglo XX fue el de la hegemonía de los Estados Unidos. Por una parte, esa potencia prestó a la humanidad el inmenso e inapreciable servicio de enfrentar al nazismo y al comunismo. Pero su venenosa y victoriosa influencia sobre la vieja cultura europea y, después, sobre los restos de la civilización cristiana en el mundo entero, constituyó una verdadera revolución cultural, con una acción un tanto impalpable pero bastante prolongada.
Por otro lado, justamente a respecto de los Estados Unidos, Plinio Corrêa de Oliveira afirmó que se trata de “una nación aristocrática en un estado democrático”. 10 Además de eso, el coloso de América del Norte está hoy en día entre los países que presentan más “coágulos” benéficos, opuestos a la modernidad y a la postmodernidad.
¿Contradicción? No, paradoja. Charles de Gaulle resumió ese cuadro afirmando: “la Gran Guerra fue una revolución”. 11 En todos los sentidos de la palabra…
Leo Daniele
Notas
1. Cf. Ricardo Bonalume Neto, Morte em massa inaugura o século, “Folha de São Paulo”, 30/12/1999.
2. Taylor, Edmond, The Fall of the Dynasties (Garden City, N. York, 1963)
3. Ibid.
4. Henri Massis, Il y a cinquante ans Agathon publiait sa célèbre enquête sur la jeunesse (“Historia”, n. 202, setiembre de 1963).
5. “En la posguerra se hablaba de una ‘generación perdida’. De los alemanes nacidos entre 1892 y 1895, que tenían entre 19 y 22 años cuando comenzó la guerra, entre el 35% y el 37% fueron muertos. De los 16 millones de alemanes nacidos entre 1870 y 1899, casi todos sirvieron en las Fuerzas Armadas, y 13% murieron” ‒ Ricardo Bonalume Neto, Morte em massa inaugura o século, “Folha de São Paulo”, 30/12/1999. Del lado francés, el número de bajas no fue muy diferente.
6. Jacques Meyer, La Vie Quotidienne des Soldats pendant la Grande Guerre ‒ Hachette, París, 1966, p. 106.
7. Lettres de prison, 1916‒1918, Bélibaste, 1969.
8. Plínio Corrêa de Oliveira, Legionario”, São Paulo, 13/05/1945.
9. Roberto de Mattei, “Il crociato del secolo XX, Plínio Corrêa de Oliveira”, Casale del Monferrato, Piemme, Italia, p. 46.
10. The United States: An Aristocratic Nation Within a Democratic State, título del apéndice número uno de la obra “Nobility and Analogous Traditional Elites in the Allocutions of Pius XII”, de Plinio Corrêa de Oliveira, Hamilton Press, EE.UU., 1993).
11. General Charles de Gaulle, Le Fil de l’Épée, Grande Guerre, I