Newsletter - abril 2020
 
 

 
         
 


    
 
   
     
 
Siendo Dios omnisciente y omnipotente, sería absurdo imaginarlo ajeno a esta pandemia que se ha extendido a todo el mundo
 
     
A lo largo de la Historia, todos los pueblos consideraron las pestes como advertencias o castigos divinos y elevaban a la Divina Majestad la canción conmovedora entonada en la Cuaresma: Parce, Domine, Parce populo tuo quem redemisti, Christe, sanguine tuo ut non in aeternum irascaris nobis, “Perdona, Señor, a tu pueblo, redimido por la sangre de Cristo; no te encolerices con nosotros para siempre”.
 

      No es irrazonable preguntar si en su misteriosa intención no existiría el deseo de corregirnos de nuestros vicios y pecados, como un buen Padre que no quiere que sus hijos se pierdan eternamente.

     En las últimas décadas, ¡cuántas leyes contrarias a la Ley de Dios han sido aprobadas!
     ¡Cuántas blasfemias públicas amparadas por el Poder Judicial y otras autoridades!
     ¡Cuántas víctimas inocentes sacrificadas por el aborto!
     ¡Cuánta desagregación de las costumbres por la aceptación del «matrimonio» entre personas del mismo sexo, de las uniones libres, del divorcio!
     ¡Cuánta corrupción de los niños por la ideología de género!
     ¡Cuánta incitación a la envidia, el robo y el odio de clase!
     ¡Cuánto materialismo y ateísmo prácticos! … Sobre todo, ¡qué inmensa deserción de los Pastores que no guiaron adecuadamente a su rebaño!

      Para frenar efectivamente el Coronavirus, las medidas prudenciales de aislamiento social e higiene no son suficientes. Sobre todo, es necesario pedirle ayuda a Dios a través de Nuestra Señora, con un sincero propósito de conversión.
 
 
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