La idea de una época histórica de triunfo de la Iglesia y de la Civilización Cristiana remonta, antes de San Luis María Grignion de Montfort y de Plinio Corrêa de Oliveira, a Santos como San Buenaventura, y en nuestro siglo fue adoptada por otro gran apóstol mariano, San Maximiliano Kolbe: es el Reino de Cristo por María
No se trata del milenarismo
Esta perspectiva de triunfo de la Iglesia, cabe reiterar, es absolutamente ajena a toda forma de milenarismo condenado por la Iglesia. En efecto, se trata de un período histórico que precede no solamente a la Parusía, sino al mismo dominio del Anticristo, y no propone ningún “Reino visible” de Jesucristo sobre la tierra. La presencia visible de Jesucristo volvería inútil la misión de la Iglesia.
La tesis de Plinio Corrêa de Oliveira es otra: el Reino de María será una edad en que la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, tendrá una influencia y desempeñará un papel primacial como nunca sucedió en la Historia. Aunque se quiera aplicar al Reino de María el trecho enigmático del Apocalipsis, en esto no entra milenarismo, pues el Reinado social de Jesucristo y de María pronosticado por Plinio Corrêa de Oliveira no excluye la presencia del pecado original ni la acción del demonio.
“Por más concreta, evidente y tangible que sea la realidad terrena del Reino de Cristo, como fue por ejemplo en el siglo XIII, es necesario no olvidar —escribe Plinio Corrêa de Oliveira— que este reino es sólo una preparación y un proemio. En su plenitud, el Reino de Dios se realizará en el Cielo: «Mi Reino no es de este mundo» (Ju. 18,36)”.
“La Iglesia nos enseña, en efecto, que esta tierra es un lugar de exilio, un valle de lágrimas, un campo de batalla y no un lugar de delicias. (…) Por lo tanto imaginar un mundo sin luchas y sin adversidades es como concebir un mundo sin Jesucristo”.
San Buenaventura
En su expectativa de esta época bendita, el pensador brasileño es acompañado por numerosos Santos y teólogos antiguos y modernos. El Cardenal Ratzinger estableció un paralelo entre la “Ciudad de Dios” de San Agustín, enunciada durante la crisis del Imperio Romano, y aquel “momento culminante en el modo cristiano de pensar la historia”, representado por la Collationes in Hexamerón de San Buenaventura .
En esta obra, San Buenaventura procura hacer algo semejante a lo que San Agustín había hecho en la “Ciudad de Dios”: “hacer comprensible el presente y el futuro de la Iglesia a partir de su pasado”.
La gloria de la “séptima edad”, de la que habla el Doctor Seráfico en el Hexamerón, se refiere a un triunfo temporal de la Iglesia situado en el mundo y en la historia.
“La teología de la Historia de Buenaventura culmina en la esperanza de una era, dentro de la Historia, de descanso sabático dado por Dios. (…) No es aquella paz en la eternidad de Dios que nunca más tendrá fin y que seguirá a la ruina de este mundo; es una paz que Dios instituirá sobre esta misma Tierra, espectadora de tanta sangre y lágrimas, como si quisiese aún mostrar, por lo menos en el momento del fin como habría podido o debido ser en realidad según sus designios”.
Las afirmaciones del Cardenal Ratzinger relativas a la teología de la Historia de San Buenaventura, pueden ser bien entendidas también a la luz del pensamiento de Santo Tomás. En efecto, si como enseña el Doctor Angélico, el hombre es por su naturaleza un ser social, evidentemente es llamado no sólo a su santificación personal, sino a la santificación de la sociedad; y si la Historia humana no alcanzase este auge de perfección social, con esto quedaría perjudicada la gloria de Dios que es el fin último de la Creación.
Este fundamento teológico y filosófico está implícito en la perspectiva escatológica de muchos santos del siglo XX.
El beato Luis Orione
“¡Una gran época está por venir!”, anuncia el beato Luis Orione: “Tendremos novos coelos et novam terram. La sociedad restaurada en Cristo reaparecerá más joven, más brillante, reaparecerá reanimada, renovada y guiada por la Iglesia. El Catolicismo, pleno de divina verdad, de caridad, de juventud, de fuerza sobrenatural, se levantará en el mundo y se pondrá a la cabeza del siglo renaciente, para conducirlo a la honestidad, a la fe, a la felicidad, a la salvación” .
San Maximiliano Kolbe
“Vivimos en una época —escribe a su vez San Maximiliano Kolbe— que podría ser llamada el comienzo de la era de la Inmaculada”. “…Bajo su estandarte se combatirá una gran batalla y nosotros enarbolaremos sus banderas sobre las fortalezas del rey de las tinieblas. Y la Inmaculada se tornará la Reina de todo el mundo y de cada alma particular, como preveía la bienaventurada Catalina Labouré”.
“Entonces desaparecerán las luchas de clases y la humanidad se aproximará, tanto cuanto sea posible en esta Tierra, a la felicidad, a un anticipo de aquella felicidad hacia la cual ya tiende naturalmente cada uno de nosotros. Es decir, a la felicidad sin límites, en Dios, en el Paraíso”.
“En efecto, cuando esto suceda, la Tierra se tornará un paraíso. La paz y la verdadera felicidad entrarán en las familias, en las ciudades, en las aldeas y en las naciones de toda la sociedad humana, pues donde Ella reine, aparecerán también las gracias de la conversión y de la santificación y la felicidad”.
El Papa Pío XII
El propio Pío XII, instituyendo la fiesta de María Reina y ordenando la renovación anual en aquel día de la consagración del género humano al Corazón Inmaculado de María, ponía en este acto “gran esperanza de que pueda surgir una nueva era, alegrada por la paz cristiana y por el triunfo de la religión” y afirmaba que “la invocación del reino de María es (…) la voz de la fe y de la esperanza cristiana” , reafirmando en uno de sus últimos discursos la “certeza que la restauración del Reino de Cristo por María no podrá dejar de realizarse” .