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Para muchos la Edad Media murió y, sin embargo, renace en nuestros días.
Grupos de jóvenes, y a veces no tan jóvenes, se disfrazan de caballeros y se enzarzan en torneos violentos.
¿Qué buscan estos jóvenes al revivir una época que desde el colegio nos enseñaron a detestar? Una época tan denigrada que aún se lanza como un insulto: “medieval”.
Transcribimos un breve texto del famoso historiador Johan Huizinga, quien dedicó un estudio a «El Otoño de la Edad Media”, es decir, a la vida de los siglos XIV y XV. Nos describe un mundo lleno de color y de vida, de sufrimiento y de gozo intensos, tan diferente de nuestro apagado siglo XXI. Quizá sea eso lo que esos jóvenes buscan.
«Cuando el mundo era medio milenio más joven, todos los sucesos tenían formas externas mucho más pronunciadas que ahora.
«Entre el dolor y la alegría, entre la desgracia y la dicha, parecía la distancia mayor de lo que nos parece a nosotros. Todas las experiencias de la vida conservaban ese grado de espontaneidad y ese carácter absoluto que la alegría y el dolor tiene aún hoy el espíritu del niño.
«Todo acontecimiento, todo acto, estaba rodeado de precisas y expresivas formas, estaba inserto en un estilo rígido, pero elevado. Las grandes contingencias de la vida ‒el nacimiento, el matrimonio, la muerte‒ tomaban por el sacramento respectivo el brillo de un misterio divino. Pero también los pequeños sucesos ‒un viaje, un trabajo, una visita‒ iban acompañados de mil bendiciones, ceremonias, sentencias y formalidades.
«Para la miseria y la necesidad había menos lenitivos que ahora. Resultaban, pues, mas opresivas y dolorosas. El contraste entre la enfermedad y la salud era más señalado. El frío cortante y las noches pavorosas del invierno era un mal mucho más grave.
«El honor y la riqueza eran gozados con más fruición y avidez, porque se distinguían con más intensidad que ahora de la lastimosa pobreza. Un traje de ceremonia, orlado de piel, un vivo fuego en el hogar acompañado de la libación y la broma, un blando lecho, conservaban el alto valor del goce que acaso la novela inglesa ha sido la más perseverante en recordar con sus descripciones de la alegría de vivir.
«Y todas las cosas de la vida tenían algo de ostentoso, pero cruelmente público. Los leprosos hacían sonar sus carracas y marchaban en procesión; los mendigos gimoteaban en las iglesias y exhibían sus deformidades.
«Todas las clases, todos los órdenes, todos los oficios, podían reconocerse por su traje. Los grandes señores no se ponían jamás en movimiento sin un pomposo despliegue de armas y libreas, infundiendo respeto y envidia.
«La administración de la justicia, la venta de mercancías, las bodas y los entierros, todo se anunciaba ruidosamente por medio de cortejos, gritos, lamentaciones y música. E enamorado llevaba la cifra de su dama; el compañero de armas o de religión, el signo de su hermandad; el súbdito, los colores y armas de su señor».