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Cada persona se debe primero a sí mismo el respeto, que no es ni subjetivo ni individualista. Este nace de una convicción de ser personas creadas a imagen y semejanza de Dios y estar llamados a reflejar las perfecciones que Él puso en cada una de sus criaturas.
En un anterior programa comentamos con Ud. el importante tema del respeto.
Vimos la necesidad de que todos nos tratásemos con el respeto propio a quienes se consideran hijos de Dios y dotados de una misma naturaleza.
El respeto a sí mismo
En el programa de hoy queremos conversar con Ud. un tema anterior al respeto que todos nos debemos recíprocamente. Se trata del respeto que cada uno se debe primero a sí mismo.
Parece una cosa obvia que cada uno se debe respetar a sí mismo; sin embargo, es bastante menos común de lo que puede parecer a primera vista.
Ud. me preguntará ¿qué entendemos por respeto a sí mismo? O ¿en qué se diferencia con la llamada auto-estima?
Comencemos por precisar que la diferencia del respeto a sí mismo con la autoestima, es que esta última muchas veces es entendida de modo subjetivo e individualista. Es decir, yo me estimo porque soy yo mismo y tal como soy.
Respeto natural y sobrenatural
El respeto a sí mismo, al contrario, no es ni subjetivo ni individualista. Él nace de una convicción superior que nos trasciende y supera. Es la convicción de ser personas creadas a imagen y semejanza de Dios y estar llamados a reflejar las perfecciones que Él puso en cada uno de sus criaturas.
Es la convicción que cada uno constituye una pieza única de una colección preciosa que se llama la sociedad de los hombres.
Por esto yo me debo respeto a mí mismo.
Como Ud. puede ver, en esta forma de considerarse no existe nada de subjetivo ni individualista. Al contrario, es la constatación objetiva de nuestras propias cualidades y de nuestras propias carencias. Esta constatación nos da una idea tan cercana cuanto es posible de saber quiénes somos nosotros mismos.
El desarrollo de las cualidades propias y ajenas
Lejos de caer en una introspección individualista, esta noción objetiva nos lleva a querer desarrollar esas cualidades en el conjunto de la colección de las diversas y distintas cualidades que poseen todos los que nos rodean.
Así, cada uno podrá contribuir, con su modesto o menos modesto aporte, a que la inmensa sinfonía de las perfecciones individuales de la creación, pueda sonar de modo armónico.
El oficio que Ud. desarrolla, la profesión que Ud. cumple; su papel de padre, madre, hijo, abuelo, ciudadano, miembro de un club o de un grupo de amigos, etc. adquirirán para Ud. un sentido mucho más profundo y lo ayudarán a desarrollarlos del mejor modo.
Conocimiento de sí mismo
El primer punto por lo tanto del respeto a sí mismo consiste en un objetivo conocimiento de sí mismo.
Ahora bien, tal conocimiento no es fácil de adquirir. Ya los antiguos griegos decían que la sabiduría consistía en conocerse a sí mismo. “Conócete a ti mismo”, fue inscripto en el pronaos del templo de Apolo en Delfos.
En realidad, si cada uno llega a conocer –sin exageraciones ni auto engaños– las propias cualidades con que Dios lo dotó, tal conocimiento lo ayudará a buscar los medios propios para desarrollarlas. Y como estas cualidades forman parte de lo más propio del ser de cada uno, el desarrollarlas produce una verdadera satisfacción.
Ejemplos claros de lo que estamos explicando es el caso de un niño dotado de cualidades para pintar o para cantar. A medida que él ejercita sus cualidades y las desarrolla, ellas van al mismo tiempo produciendo en el joven músico o pintor una idea de su propia realización y de respeto consigo mismo y con su oficio.
Lo mismo ocurre con cada uno de nosotros en la medida en que conozcamos nuestras propias cualidades y nos esforcemos en desarrollarlas.
El nacimiento de la noción de honra
Cuando ellas alcanzan un cierto grado mayor de perfección, brota la noción de la honra, o el respeto más consciente que cada uno alcanza por la posesión de una perfección moral o natural. Concepto, por cierto, muy abandonado por una sociedad en que el éxito consiste sólo en tener mucho dinero y gozarlo de inmediato.
¿Y las carencias o los defectos? me preguntará Ud. ¿No es un poco parcial el análisis que estamos haciendo sólo hablando de cualidades y perfecciones?
Por más absurdo que parezca los defectos o las carencias propias, nos ayudan también. Ellas nos sirven para comprender que necesitamos de la colaboración de los otros, para poder cumplir nuestro propio papel. Como un joven, por más dotado que sea, necesita de la ayuda del profesor; o un albañil del maestro.
Tales carencias o limitaciones nos ayudan por lo tanto a no ser envidiosos ni autosuficientes.
“Todo lo que me supera, me eleva, me explica y me completa” decía el conocido pensador católico Plinio Correa de Oliveira.
El respeto a sí mismo y el pudor
Uno de los puntos más sensibles del respeto a sí mismo es el pudor. Cuando uno sabe que una de sus principales cualidades es la de tener un cuerpo que es Templo del Espíritu Santo, como nos enseña la Iglesia, y que está llamado a resucitar y a contemplar eternamente a Dios, lo cuida con rectitud de conciencia y no lo expone como objeto de mercancía.
Más todavía cuando sabe y siente las solicitaciones de la concupiscencia que lo impulsan a despojarse de todo lo que lo hace respetable, para entregarse a todo lo que lo transforma en un mero animal entregado a sus más bajos instintos.
En efecto, la erotización y las faltas al pudor que vemos diariamente exhibidas en las modas y propagandas, al contrario de hacernos más libres, como nos prometen, nos rebajan de nuestro destino trascendente y nos hacen perder las condiciones primerarias de la recta auto-estima.
Conociendo estas reglas de la psicología humana, los nazis y los comunistas en los trágicamente famosos campos de concentración era precisamente obligar a desnudarse a los presos para someterlos psicológicamente a la condición de seres sub-humanos.
Por esto hace parte importante del respeto a sí mismo el respeto para su propio cuerpo, que es lo que nos proporciona la noción del pudor.
¿Para qué todas estas consideraciones?
Para ayudarnos a comprendernos mejor y de este modo poder vivir mejor.
Las concluimos señalando que la mejor oración del santo respeto por sí mismo, fue el Magnificat que entonó la Santísima Virgen al saludar a su prima Santa Isabel:
“Magníficas cosas hizo en Mí el Poderoso y Santo es su nombre” .
Admirando esta actitud de alma, cada uno podrá repetir también, dentro de las enormes limitaciones de personas concebidas en la culpa original, “Magníficas cosas hizo en mí el Poderoso y santo es su nombre.