Si a Usted le preguntaran qué considera más importante en el trato con sus conocidos: que lo estimen, que lo quieran o que lo respeten, ¿con qué opción se quedaría?
Algunos podrán dudar entre ser estimados o queridos, como lo principal a ser alcanzado de nuestro prójimo. Quizás pocos elegirán ser respetados.
Es que el respeto está actualmente con las acciones bajas en nuestra sociedad.
Sin embargo, lo primero que cada persona debe exigir de la otra no es ser querida, ni tampoco estimada, sino sobre todo respetada.
El respeto, base de las relaciones humanas
Pensando un poco sobre ello, Usted verá que el respeto es la base de cualquier relación seria y estable. El respeto debe existir entre los esposos, con los hijos, con los inferiores y los superiores y viceversa.
El cariño o el afecto son sentimientos que, en los casos de relaciones más estrechas, se pueden y se deben sumar, pero siempre deben suponer el respeto mutuo.
Si todos merecemos respeto, la medida de este respeto no es igual para todos. Uno es el respeto que un estudiante le debe a su compañero de estudios, otro es el respeto que él mismo le debe a su profesor, y otro es el respeto que le debe al Ministro de Educación.
Los estudiantes que, pocos años atrás, se subieron a la mesa de conversaciones en que se trataba el tema educacional en el edificio del Congreso en Santiago, sabían que con ese gesto ellos estaban realizando un acto simbólico de rompimiento del orden en la sociedad.
Lo mismo vale para quienes insultan o agravian a la autoridad representada por los Carabineros. Y por esta misma razón, el respeto a las Fuerzas de Orden debe ser mayor que el que se debe, por ejemplo, a nuestros vecinos.
¿Por qué respetar?
Usted se preguntará, ¿cuál es la razón por la cual debemos respeto a los demás?
La base del respeto se encuentra en la propia Sagrada Escritura; en el Génesis se señala que Dios nos creó a su “imagen y semejanza”. Cada ser humano está hecho a la semejanza de Dios y es dotado de un alma espiritual eterna.
Los viejos de otrora inspiraban confianza y respeto
Tales características que están en nuestra propia esencia distinguen a todos los hombres de los otros seres creados.
Nosotros no somos fieras que se imponen por la fuerza de sus zarpazos o el impacto de sus patadas, sino seres dotados de inteligencia, que debemos manifestar nuestras discrepancias dentro de un marco de respeto.
Sin embargo, si el respeto debe valer para todos, aún con mayor razón debe valer para aquellos que, en razón de su función, de su edad, de sus cualidades morales o profesionales, representan en la sociedad una superioridad o una autoridad.
La variedad de los seres
Santo Tomás de Aquino enseña que Dios, al crearnos, nos dio a todos la misma naturaleza humana, pero no nos hizo a todos iguales. Al contrario, Él quiso dotar a cada uno de características y dones naturales y sobrenaturales diversos, para que de este modo el conjunto de la sociedad reflejase mejor las infinitas perfecciones del mismo Creador.
Por esta razón en la sociedad civil y en toda sociedad bien constituida deben existir superiores e inferiores, y para que exista en ellos armonía y concordia, debe existir justamente como base el respeto mutuo.
La familia, escuela de formación
Es precisamente en la familia en que todos comenzamos a relacionarnos los unos con los otros. Y es en su seno en que nos damos cuenta por primera vez de que existe una autoridad, que son nuestros padres, y a quienes ciertamente les debemos cariño, pero también respeto.
La conocida advertencia paterna o materna, “No me falte el respeto, mi hijito”, es muchas veces el primero y mejor modo que tuvimos para aprender que el cariño no debía excluir el respeto.
Más tarde, cuando el niño vea en sus profesores el retrato de aquella autoridad que él debe respetar en su casa, o al salir a la calle y cruzarse con un carabinero, entenderá que éste merece también y en cierto sentido aún más, el respeto propio al de una autoridad pública.
Es por lo tanto justamente en la familia que se gestan y se nutren las primeras nociones del respeto.
Para medir lo necesaria y buena que es la práctica del respeto, imagínese que en el ambiente en que Usted estará hoy, en su casa, en el supermercado, en la casa de algún amigo o de un pariente, en el transporte colectivo, etc. todos y cada uno se tratasen con respeto mutuo.
¡Cuán diferente sería nuestro día!
Empecemos entonces a cultivar el respeto en nuestro propio hogar, con nuestros hijos, entre los padres, con los abuelos, en fin con todos aquellos que nos rodean más de cerca. Cuando en un ambiente doméstico se respira este ambiente de respeto mutuo, es fácil comprender y practicar el tercer mandamiento de la ley de Dios. “Honrarás a tu padre y a tu madre”.
Un consejo práctico
Le propongo algunos ejercicios prácticos: Cuide sus palabras y acciones, podemos aprender a respetarnos con nuestros gestos. Escuche con atención las opiniones de los otros aunque no las comparta. No se burle de posibles deficiencias o limitaciones de algún familiar, él podrá quedar herido.
El respeto es la base de las relaciones y armonía de la familia y es ahí donde se aprende en sociedad.
Haga la prueba, comience hoy mismo a esmerarse en el trato respetuoso, verá cómo las cosas cambian mucho, y para mejor.