
En el orden personal, la Providencia dispuso una afinidad y una amistad de convivencia, que salvo las excepciones, es mayor que todas las otras: es entre la madre y el hijo.
En el orden personal, la Providencia dispuso una afinidad y una amistad de convivencia, que salvo las excepciones, es mayor que todas las otras: es entre la madre y el hijo.
Esta afinidad entre la madre y el hijo no tiene su semejanza en nada, a no ser en el arquetipo*, que son las relaciones de Nuestro Señor con Nuestra Señora.
Este es el arquetipo y el sueño de todo católico en materia de amistad.
La madre ama a su hijo cuando es bueno. No lo ama sin embargo, sólo por ser bueno. Lo ama incluso cuando es malo.
Lo ama simplemente por ser su hijo, carne de su carne y sangre de su sangre.
Lo ama generosamente, e incluso sin buscar ninguna retribución.
Lo ama en la cuna, cuando todavía no tiene capacidad de merecer el amor que le es dado.
Lo ama a lo largo de la existencia, incluso que suba al apogeo de la felicidad o de la gloria, o ruede por los abismos del infortunio e incluso del crimen.
Es su hijo y está dicho todo.
Papel de la madre en la formación de sus hijos y en el hogar
Sabemos que la bendición de la madre es preciosa condición para que la súplica del hijo sea escuchada, su alma sea firme y generosa, su trabajo sea honesto y fecundo, su hogar sea puro y feliz, sus luchas sean nobles y meritorias, sus venturas honradas, y sus infortunios dignificantes.
* Arquetipo: Modelo original que sirve como pauta para imitarlo, reproducirlo o copiarlo; o prototipo ideal que sirve como ejemplo de perfección de algo.
Extraído de: “A procura de almas com alma – Excertos do pensamento de Plinio Corrêa de Oliveira” recogidos por Leo Danielle