El comportamiento de algunos hombres es semejante al de los peces en un acuario: viven, escondidos en su pequeño mundo, indiferentes a lo que pase afuera. Son una especie de «peces contemporáneos» .
Una vez visité un acuario en el que cada pez permanecía en su área.
Me sorprendió lo sensibles que se mostraban en relación a cualquier cosa que se encontraba en el camino de su incesante y ocioso andar a través de su medio líquido.
El contacto con la vegetación, algún pequeño obstáculo, hasta una burbuja de aire tenía inmediatamente un efecto en su dirección y movimientos.
Tuve ganas de saber como reaccionaba su sensibilidad con respecto a lo que pasaba fuera de la pecera, puesto que ésta tenía uno de sus lados enteramente dispuesto para la observación de los visitantes.
Los peces literalmente apoyaban sus bocas – uno podría decir hasta sus ojos- en el vidrio.
Pero eran completamente insensibles a cualquier cosa que estuviera fuera: una mano descansando sobre el vidrio, dedos gesticulando o golpeando – nada de ello les causaba la más mínima reacción.
El mundo fuera de la pecera podría estar cayéndose, que ninguno de estos peces le prestaría la más mínima atención hasta que ello no sucediese dentro de su pequeño y líquido mundo.
Los peces y el hombre contemporáneo
Me vienen a la mente aquellos peces cuando veo las actitudes de algunos de mis contemporáneos – no de pocos de ellos – cuando reciben noticias o comentarios sobre el mundo de hoy, a través de la televisión, la radio o los diarios.
Con cada vez mayor frecuencia, las noticias tratan de catástrofes individuales, locales y hasta nacionales.
A veces hasta es discutida la destrucción del mundo en una hecatombe nuclear.
La persona que escucha tales noticias permanece indiferente, mientras no causen inmediatas repercusiones en su pequeña vida privada, en su acuario.
Una insensibilidad alarmante
Síntomas de alarmante corrupción, contradicciones aberrantes, indicaciones alarmantes sobre transformaciones de la psicología de grupos sociales – nada de ello es relevante mientras que su pequeña vidilla continúe inalterada unos pocos días más, o, tal vez, sólo algunas horas.
El hundimiento del Titanic y las sociedades decadentes
Esa actitud me llamaba muchísimo la atención.
Justo en frente de la pecera, tuve el deseo – afortunadamente controlado – de golpear el vidrio y hablarle a los peces para que realmente sintieran la realidad del mundo externo en el que yo estaba y que ellos ignoraban completamente.
También tuve el deseo de golpear otros «vidrios» en los que algunos «peces contemporáneos» viven, escondidos en su pequeño mundo, indiferentes a lo que pase afuera.