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Vivimos en un mundo materializado y competitivo, donde las personas se preocupan principalmente de poseer, de precaverse contra adversidades y de disfrutar lo más posible. Las cosas simples e inocentes parecen haber quedado en el tiempo de nuestros mayores.
De hecho, con la Revolución Industrial, las situaciones y las personas fueron quedando más tensas, y aquel reposo, calma y sensatez de otrora parecen irrecuperables. Y esto es porque las personas parecen haber perdido la capacidad de apreciar y degustar esas plácidas situaciones
Fue lo que me sugirió este breve relato que me contó un buen amigo:
“Un literato fue a llevar a otra persona a ver una aldea, desde lo alto de una montaña.
Le dijo entonces: “aquella es la casa de fulano, aquella otra de mengano, a otra de zutano”.
El otro le preguntó: “¿Y lo suyo qué es?”
“Yo no tengo nada, sólo tengo el panorama” – respondió él”.
Pero quien tiene el panorama tiene mucho más que el caserío, porque tiene el encanto por todo aquello.
Así se mira el paisaje sin ventaja propia, apenas por el gusto desinteresado del panorama por el panorama.