Entre la pobreza y el esplendor no existe contradicción, sino en la mente de los igualitarios. La Iglesia se muestra santa porque, con igual perfección, con la misma sobrenatural genialidad sabe organizar y estimular la práctica de las virtudes que brillan en la vida oscura del monje, y las que resplandecen en el ceremonial sublime del Papado.
Un aspecto de la Santa Iglesia.
En una celda llena de penumbra, ante un crucifijo que recuerda la muerte más dolorosa que jamás hubo, un monje cartujo hojea un devocionario.
Revestido de un simple y pobre hábito, con una larga barba, ese religioso parece la personificación de todos los elementos que integran el ambiente que lo rodea: gravedad extrema, resolución varonil de vivir sólo para lo que es profundo, verdadero, eterno; noble simplicidad, espíritu de renuncia a todo cuanto es de la tierra, pobreza material en fin, iluminada por los reflejos sobrenaturales de la más alta riqueza espiritual.
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Otro aspecto de la Santa Iglesia
En la inmensa nave central de la Basílica de San Pedro, se mueve majestuoso el cortejo papal.
En la fotografía se percibe sólo una parte de él, es decir, algunos Cardenales y los dignatarios eclesiásticos y laicos que preceden inmediatamente la silla gestatoria. En ésta, el Sumo Pontífice, acompañado de los famosos «flabelli» y seguido por la Guardia Noble. Al fondo se yergue el Altar de la Confesión, con sus elegantisimas columnas y su espléndido dosel. Y más atrás la célebre «Gloria» de Bernini.
Las altas paredes recubiertas de mármoles admirables y adornadas con relieves; los arcos al mismo tiempo ligeros e inmensos, las luces que resplandecen como si fuesen estrellas o relucientes brillantes.
Todo se reviste de una grandeza, de una riqueza que es lo máximo que la tierra puede presentar de más bello. Es la mayor pompa de que el hombre es capaz, realzada por la magnificencia del arte y por el esplendor de los recursos naturales de la piedra.
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- Lo que en un cuadro es gravedad recogida, en el otro es gloria radiante. Lo que en uno es pobreza, en el otro es esplendor.
- Lo que en uno es simplicidad, en el otro es refinamiento.
- Lo que en uno es renuncia a las criaturas, en el otro es superabundancia de las más espléndidas entre ellas.
¿Contradicción? Es lo que muchos dirían: ¿entonces se puede amar al mismo tiempo la riqueza y la pobreza, la simplicidad y la pompa, la ostentación y el recogimiento? ¿Se puede a un tiempo alabar el abandono de todas las cosas de la tierra y la reunión de todas ellas para constituir un cuadro en que relucen los más altos valores terrenos?
La pobreza evangélica en las enseñanzas de un Santo
No, entre un y otro orden de valores no existe contradicción, sino en la mente de los igualitarios, siervos de la Revolución. Por el contrario, la Iglesia se muestra santa porque, con igual perfección, con la misma sobrenatural genialidad sabe organizar y estimular la práctica de las virtudes que brillan en la vida oscura del monje, y las que resplandecen en el ceremonial sublime del Papado. Casi diríamos que un extremo (en el sentido bueno de la palabra) compensa al otro y se concilia con él.
Extremos armónicos
El fondo doctrinario en el cual estos dos santos extremos se encuentran y se armonizan es muy claro. Dios Nuestro Señor nos dio las criaturas a fin de que éstas nos sirvan para que lleguemos hasta El. Así, es necesario que la cultura y el arte, inspirados por la Fe, pongan en evidencia todas las riquezas de la creación irracional y los esplendores del talento y de la virtud del alma humana. Es lo que se llama cultura y civilización cristiana.
Con esto, los hombres se forman en la verdad y en la belleza; en el amor de la sublimidad, de la jerarquía y del orden que refleja la perfección de Aquel que hizo el universo. Y así las criaturas sirven, de hecho, para nuestra salvación y la gloria divina. Pero por otro lado, ellas son contingentes, pasajeras, sólo Dios es absoluto y eterno. Es necesario recordarlo. Y por esto es bueno alejarse de los seres creados, para en el desprecio de todos ellos pensar sólo en el Señor.
Del primer modo, considerando todo lo que las criaturas son, se sube hasta Dios; y del otro modo, se va hasta El considerando lo que ellas no son. La Iglesia convida a sus hijos a ir por una y otra vía simultáneamente, por el espectáculo sublime de sus pompas, y por la consideración de las admirables renuncias que sólo Ella sabe inspirar y hacer realizar efectivamente.
«Catolicismo» Nº 96