Una comparación entre la obra inmortal de Velázquez y la interpretación de la misma escena realizada por Picasso. La deformación de la obra de Velázquez realizada por este último llega al grado de horripilar
La gracia infantil y cándida de la Infanta, el cariño lleno de dignidad y respeto de las jóvenes hidalgas que la sirven, la altanería del caballero de Santiago que se ve a la izquierda (y que es el propio pintor), todo exhala un ambiente recogido, elevado, profundamente civilizado. El estudio atento de esta obra prima, además de enaltecer el sentido artístico, es altamente formativa para el alma humana
Si un observador tuviese una súbita perturbación en la vista, en los nervios o en la mente, es claro que las armonías del cuadro se irían deshaciendo para él
En el punto extremo de esa perturbación, el aspecto de la obra de Velázquez podría llegar al grado de horripilar; como lo que vamos a ver en la siguiente fotografía
Esto es tan evidente que obviamos otro ejemplo
Es que el primer cuadro es producto no del desorden sino del orden, del talento, de la cultura, de la civilización y presenta en sus imponderables una marca profundamente cristiana. El segundo es fruto no del orden, sino del desorden, de la extravagancia, del desequilibrio, de la intemperancia. Sólo puede proceder “insistimos- de las pasiones desordenas o de una enfermedad
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Esta segunda foto reproduce la copia hecha por Picasso, de la obra inmortal de Velázquez
Catolicismo N° 131 – Noviembre de 1961