La vida moderna es sombría y nerviosa. Sus placeres son desordenados, frenéticos, estresantes y fugaces. Ellos son lógicamente momentos pasajeros en una existencia hecha de áspera lucha, de preocupación constante, de una tensión que sentimos hasta durmiendo.
Grupos como estos se encuentran en el mundo contemporáneo: personas de ambos sexos, de diferentes edades y condiciones sociales, formando grupos más grandes o más pequeños, esperando un semáforo, un vehículo, la apertura de una oficina o dependencia, etc. En resumen, es uno de los aspectos más comunes de la vida cotidiana.
Por esta razón, la fotografía se presta a una pregunta: en esta imagen, de la que tan a menudo formamos parte, ¿cuál es la atmósfera moral? ¿Hay despreocupación, bienestar, alegría: existe, en una palabra, lo que Talleyrand llamó la «douceur de vivre»?[1]
La respuesta es necesariamente negativa.
Se diría que cada uno trae dentro de sí un horizonte de brumas espesas y grises. Nadie presta atención en el vecino, ni a nada que esté delante de sus ojos.
Todos miran con preocupación un punto que está fluctuando en la mente de cada uno. Son los problemas de la vida cotidiana incierta, dura y difícil que las condiciones del mundo contemporáneo imponen a cada uno. Por esto, la actitud psíquica de casi todos es de quien camina al encuentro de un problema. Y, en efecto, ¿qué no es un problema en nuestros días?
* * *
Una vida sombría y nerviosa
La vida moderna es sombría y nerviosa. Sus placeres son desordenados, frenéticos, estresantes y fugaces. Ellos son lógicamente momentos pasajeros en una existencia hecha de áspera lucha, de preocupación constante, de una tensión que sentimos hasta durmiendo. Sin embargo, el hombre parece nunca haber tenido tanta ansia de placeres.
¿Cómo explicar esto?
Uno puede decir de la alegría lo que dijo San Bernardo de la gloria, que es como una sombra: si corremos tras ella, huye; y si huimos de ella, corre tras nosotros.
Quien crea encontrar la felicidad en la agitación será infeliz
Mortificación y alegría
No hay verdadera alegría a no ser en Nuestro Señor Jesucristo, es decir, a la sombra de la Cruz. Cuanto más mortificado es un hombre, tanto más alegre. Cuanto más busca los placeres, tanto más triste.
Por esta razón, los siglos de apogeo de la civilización cristiana, eran alegres: basta pensar en la Edad Media. Y cuanto más la sociedad se va “descatolicizando”, más triste se va tornando.
De generación en generación, este cambio se va acentuando. El hombre del siglo XIX, por ejemplo, ya no tenía la deliciosa «douceur de vivre» del hombre del siglo XVIII. Sin embargo, ¡cómo era todavía más rico de paz y bienestar interior que el de hoy!
¿Cuántos de nuestros lectores recordarán la abundancia, la tranquilidad, la cordialidad de las relaciones, la amenidad de la vida que caracterizaba el ambiente nuestro en un pasado no tan lejano?
Escasez, inflación, colas, crisis, ¿quién hablaba de eso? ¡Y sin embargo, los viejos decían que alrededor de 1890 todo era mejor!
Banalidad, dirá algún lector. Todas las personas mayores juzgan que los tiempos de su juventud eran mejores. Y es por eso que el pasado siempre parece mejor que el presente.
Este fenómeno indudablemente existe. Pero cuánta superficialidad hay en reducir todo a esta ilusión óptica.
En este sentido, la fotografía trae un aporte decisivo para la elucidación del tema. Hay innumerables fotografías de personas populares de años atrás. La diferencia entre su estado de espíritu y el nuestro es chocante.
* * *
Tomemos una muestra de una voluminosa colección.
En París, alrededor de 1900, los propietarios y camareros de un pequeño restaurante de ostras esperan la llegada de los primeros clientes. Todos están tranquilos, sanos, normales. Los rostros están distendidos. No hay otros problemas que resolver que los de una rutina diaria ligera.
Se trata de personas que habitualmente se integran en la vida laboral y familiar, sin soñar con una grandezas alucinantes, ni placeres extasiantes, ni catástrofes aterradoras; sin correr a 150 por hora por las carreteras, sin hacer colas, sin temor a la bancarrota para el día siguiente, ni a un accidentes automovilístico 15 minutos después.
¡Templanza, sobriedad, normalidad, paz, equilibrio, valores de alma inestimables que el neopaganismo está acabando de eliminar de la faz de la tierra!
Adaptado de «Catolicismo» Nº 29 – Mayo de 1953
[1] Literalmente “Dulzura de vivir”, pero que podría traducirse como “El arte de vivir”. La cultura, las relaciones humanas, el arte, la culinaria francesas de esa época tenían aún restos de la dulzura de la Civilización cristiana.