«Virgen» de Jacques Lipchitz.
El autor la describe con estas palabras:
«Del pico de la paloma penden tres fragmentos del Cielo estrellado, que se juntan formando un corazón dado la vuelta, con la punta hacia arriba, del cual emerge la Virgen con los brazos abiertos hacia el mundo. El conjunto es llevado por Angeles en pleno vuelo.”
La extravagancia de la idea y de los pormenores, es chocante. El bulto de la imagen, su gesto, nada deja aparecer la pureza y la inigualable dignidad de la Madre de Dios.
La imagen no instruye, no forma, no atrae. La nota espiritual cristiana está tan ajena a ella, que si el escultor la quisiese vender como si fuese un ídolo, no tendría necesidad de hacer ningún retoque; bastaría cambiar el nombre dado por él a la estatua.
¿Quién podría decir lo mismo del otro cuadro, que representa a Nuestra Señora de Los Dolores, de autoría de Simón Marmion, pintor del siglo XV?
Sin pretender hacer un comentario artístico, analicemos el contraste entre las mentalidades expresadas en una y otra imagen, a fin de hacer sentir a los lectores cuanto las aspiraciones de que nace, y los rumbos hacia que camina el arte moderno desvían y deforman la verdadera piedad cristiana.
Catolicismo nº 8 – Agosto de 1951