En el período llamado de la «Belle Époque», junto con el gusto de la elegancia, se estimaban las buenas maneras. La conversación era elevada a la categoría de un arte. Hoy, bajo el falso ideal de estar «relajado», la vulgaridad impone su dictadura.
Un público elegante toma el aire a la sombra del Bois de Boulogne, mientras ve pasar los coches, que vienen de las carreras del hipódromo de Longchamp.
Uno se detiene con agrado, contemplando los detalles de esta escena encantadora.
Los sedosos vestidos largos con encajes transforman a las señoras; los sombreros de copa y los de plumas, realzan la personalidad de sus dueños; los abanicos que son agitados, los gorros con cintas, los colores vivos, añaden una nota de alegría.
Por la clara avenida bordeada de flores, un Tilbury avanza con su elegante pasajera que se protege bajo una sombrilla.
Es el comienzo de un período que se ha llamado la «Belle Époque», se comprende por qué. Junto con el gusto de la elegancia, se estimaban entonces las buenas maneras.
La conversación es elevada a la categoría de un arte, practicado por todos; la cortesía y la afabilidad constituyen la regla.
Hoy, bajo el falso ideal de estar «relajado», la vulgaridad impone su dictadura.