En los cuadros comentados se reflejan dos modos de ver la vida del campo y la misma vida: de la obra prima de Millet se eleva una oración, de la pesadilla de Yves Alix se desprende un mal aliento de revolución.
Seis de la tarde. La faena diaria está terminada.
La noble tranquilidad de la atmósfera envuelve los vastos los campos, convidando para el reposo y el recogimiento.
Un crepúsculo color de oro transfigura la naturaleza, haciendo brillar en todas las cosas un reflejo lejano y suave de la inexpresable majestad de Dios.
Se oye el repicar del Angelus, amortiguado por la distancia. Es la voz cristalina y material de la Iglesia, que invita a la oración.
Rezan los campesinos.
Son dos jóvenes cuya apariencia manifiesta a un tiempo salud y hábito ya antiguo de trabajo manual. Sus trajes son rústicos. Pero en todo su ser trasluce la pureza, la elevación, la natural delicadeza de almas profundamente cristianas.
Su condición social modesta es como que transfigurada e iluminada por su piedad, que impone respeto y simpatía. En sus almas brillan los rayos dorados del sol, pero de un sol mucho más alto por todos los títulos: la gracia de Dios. Verdaderamente, su belleza de alma es el centro del cuadro, el punto más alto de la emoción estética.
Es linda la naturaleza, pero ella no sirve sino de ambiente para la manifestación de la belleza de esas almas reunidas por el Hijo de Dios.
Nada en estos campesinos indica desasosiego o malestar. Ellos son enteramente acordes con su medio, su profesión, su clase. ¿Qué otra dignidad, que otra ventura podría desear este matrimonio?.
Millet reunió admirablemente en su lienzo los elementos necesarios para que se comprenda la dignidad del trabajo manual, en la atmósfera placida y feliz de la verdadera virtud cristiana.
La Sociedad: Familia de familias o campo de concentración
No todos los momentos de la vida del campo son así. Millet retrató, en lo que llamaríamos una instantánea feliz, un momento culminante de belleza material y moral. Pero su cuadro tiene el mérito de enseñar a los hombres a ver, dispersos en la rutina de la existencia rural cotidiana, los reflejos genuinos y frecuentes de esta fisonomía cristiana de las almas y de las cosas en un ambiente verdaderamente vivificado por la Santa Iglesia.
La actitud de espíritu de Millet, que comunica a quien contempla su obra prima, esta vuelta hacia Dios, y hacia los reflejos de la belleza espiritual y material que El proyecta en la Creación. Una critica psicológica del cuadro, para ser exacta, debería deplorar apenas algún exceso de sentimentalismo.
¿Se podría hacer el mismo elogio del cuadro de Yves Alix, también inspirado en la vida de los campos?
El autor no percibió, no sintió, no aceptó en su visión del trabajo agrícola nada de aquello por lo que se torna digno de ser practicado por un hijo de Dios.
En este cuadro no fue el espíritu que dominó a la materia y la ennobleció. Fue la materia que penetró el espíritu y lo degradó. El trabajo material imprimió en los cuerpos una brutalidad por así decir facinerosa. Las fisionomías exhalan un estado de espíritu que recuerda la taberna y el campo de concentración.
Si los personajes del segundo plano no pareciesen de tal manera endurecidos, si fuesen capaces de llorar, sus lágrimas serian de hiel. Si fuesen capaces de gemir, sus gemidos serían como el rechinar de engranajes.
La tristeza, la maldad, la cacofonía de los colores, de las formas y de las almas se exhala por la voz del personaje del primer plano. No se sabe bien lo que exclama, si una amenaza, o una blasfemia.
Yves Alix reunió y exageró y deformó hasta el delirio los aspectos por donde el trabajo es una expiación y un sufrimiento, y la tierra un exilio; expresó con una fidelidad meticulosa – y casi entusiasmada – lo que en el alma humana hay de más atroz y más bajo, para presentar el conjunto como aspecto real y normal de la vida cotidiana, espiritual y profesional del trabajador.
Por esto, mientras de la obra prima de Millet se eleva una oración, de la pesadilla de Yves Alix se desprende un mal aliento de revolución.
Si Dios permitiese a los ángeles embellecer la tierra y la vida, ellos lo harían en el sentido de volver más frecuentes, más duraderos, más bellos los aspectos que Millet procuró observar y reunir.
Si permitiese a los demonios desfigurar a los hombres y a la creación, estos presentarían, en el alma y en el cuerpo, y en los aspectos de las cosas, personajes y ambientes como los del cuadro de Yves Alix.