Una tendencia que no hace sino crecer en nuestro País es el deseo de que la vida regional sea más reconocida y valorada.
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Pocas cosas pueden ser más justas. Un país debe tener, como todo organismo vivo, una cabeza; pero el tamaño de la cabeza no puede ser de tres cuartas partes del cuerpo. Eso no sería un cuerpo proporcionado, sería un monstruo.Para que el sano regionalismo crezca y no sea impuesto desde la capital, la primera condición es que la vida de la región tenga su propio impulso y desarrollo.
Cuando una región afirma su propia identidad, surgen las costumbres, las comidas, las fiestas, los trabajos regionales. En una palabra es la cultura de la región, lo que le proporciona la vida al regionalismo.
Ahora, la cultura es hecha de costumbres que se transforman en tradiciones, de fiestas que se transforman en ritos y de actividades que generan costumbres y gustos, como por ejemplo bebidas , manjares, vestimentas, cantos, etc.
Ver, por ejemplo, una procesión de pescadores que celebran el día de San Pedro en sus lanchas adornadas, la cual no puede dejar de producir una alegría general, pues es la manifestación de la vida propia de una profesión que se hace notar al conjunto.
Lo mismo se puede decir de las fiestas de la trilla, de la vendimia, de la cosecha y de tantas otras fiestas que se acaban de celebrar en este verano que pasó, después de un año de trabajo y de sudor regional a lo largo de todo el territorio nacional.
Música y comidas típicas de cada región aumentan el sentido de identidad de cada una de ellas. Es el curanto de Puerto Montt, el queso de Puerto Octay, el salmón ahumado, las tortillas de Chillán, la chicha de Curacaví, las papayas de la Serena, y un sinfín de recetas que, pasadas de abuelas a nietas por varias generaciones, se identifican con la identidad regional.
La cueca y las empanadas, a su modo, no son sino manifestaciones de una cultura rural que se gestó al compás del trabajo arduo de la zona central del País, y que fue marcada por una vida tranquila y ordenada, donde la familia numerosa y unida era la norma general.
En sentido opuesto, la vida de las grandes ciudades y de los conglomerados de millones de personas, carece de identidad propia y por eso pierden la alegría de celebrar juntos sus propias raíces. La familia tiende a desaparecer y los individuos no pasan de números en un inmenso panorama de anónimos.
Pero como la sociedad necesita celebrar en conjunto, pues de lo contrario deja de ser verdadera sociedad, las grandes ciudades importan su cultura y su entretenimiento de metrópolis aún mayores o de centros de la moda más en foco. Es la cultura industrial o la industria del entretenimiento.
Fue precisamente lo ocurrido en Santiago el último fin de semana de marzo con el festival Lollapalooza.
Para darle “vida” a las fiestas importadas se necesita mucha propaganda, y ella tiene que apelar al sentido de la masa, “miles de personas irán, ¿tú no?”
La atracción ya no es el Festival, sino poder decir que se estuvo presente, cuando no la sanción social de no haber sido visto, de estar fuera de la masa, de no estar en la onda.
Pero como para ir a la fiesta importada hay que pagar, y pagar caro, es necesario divertirse a fondo. Luego la diversión pasa a ser un desquite de la falta de atracción. Ella debe ser frenética, sin pausa para una reflexión, debe tomar por entero al público y dejarlo exhausto. Así se podrá decir que fue un “éxito”.
Fueron precisamente las características de este Festival Lollapalooza que se repite anualmente en Santiago, siempre con mucha propaganda, con poco sentido y con ningún aporte para la cultura.
Un importante matutino de la capital, comentando el buen desempeño del Festival, titula su noticia: “Lollapalooza celebra su edición más masiva con 80 mil personas en el Parque O’Hiigins”.
El titular no destaca ni la calidad de la música, ni de las instalaciones, ni del ambiente general. Lo único que celebra, es que haya sido “la más masiva”.
Es decir lo propio de la cultura de las grandes ciudades no es representar la vida propia de sus habitantes sino entretener “a la masa”. Y para entretenerla es necesario aturdirla.
La misma noticia comenta así la presentación de uno de los conjuntos que allí se presentó: “Como pocas bandas, Nine Inch Nails encarna una música que se cruza directamente con la realidad: son sonidos robóticos, fríos, agresivos, y con halo de permanente oscuridad. Es un tipo de arte que no calza con corazones tibios. Trent Renzor y sus muchachos, más bien, dirigen su música como si te quisieran dar un puñetazo en la cara y esperan tu respuesta para descargar toda su rabia contra la humanidad”.
La descripción está bien hecha. “Es una música –si a esto se le puede llamar música– fría, agresiva, robótica, y con un halo de permanente oscuridad. Es como si te quisieran dar un puñetazo en la cara”. ¿Podría haber algo más parecido a las representaciones que se hacen del infierno?
La misma letra de la “música”, es medio esotérica y exige a Dios una disculpa de no se sabe qué:
“Hey Dios, ¿Por qué me tratas asì? ¿No estoy, por acaso, cumpliendo con lo que debería ser? ¿Por qué esa animosidad contra mí? Creo que me debes una gran disculpa gran/ terrible mentira / terrible mentira /Hey Dios, realmente no sé lo que quieres decir. /Parece que la salvación viene sólo en sueños. /Siento que mi odio crece hasta el extremo. /Hey Dios, ¿puede realmente este mundo ser tan triste como parece? /terrible mentira /terrible mentira /Pero, no me lo quites” .
Si se dijera que el demonio desde el fondo de los infiernos y desde su eterna condenación, lanza estas increpaciones inútiles y llenas de odio contra Dios, no se estaría muy lejos de la realidad.
La realización de este Festival masivo Lollapalooza nos hacer recordar la célebre frase del Papa Pio XII sobre la diferencia de pueblo y masa en su Radiomensaje de Navidad de 1944:
“Pueblo y multitud amorfa o, como se suele decirse, masa, son dos conceptos diferentes.
1.- “El pueblo vive y se mueve con vida propia; la masa es de por sí inerte y no puede ser movida sino desde fuera.”
2.- “El pueblo vive de la plenitud de vida de los hombres que lo componen, cada uno de los cuales –en su propio puesto y a su manera– es una persona consciente de sus propias responsabilidades y convicciones.
La masa, por el contrario, espera el impulso del exterior, fácil juguete en las manos de cualquiera que sepa manejar sus instintos o sus impresiones, pronta para seguir alternadamente hoy esta bandera, mañana aquella otra.”
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Concluyamos: El problema del regionalismo es precisamente éste: necesita de pueblos que tengan vida propia y que no se transformen en masa. El citado Festival dio muestras de que Santiago, en su vida cultural, está gravemente afectado por el síndrome de la masificación.
Esperemos que las regiones no se dejen contaminar por este síndrome. Sólo así se podrá llegar a tener un auténtico regionalismo.
Gracias por su audición y hasta la próxima semana en esta misma emisora, o búsquenos en nuestra pagina www.accionfamilia.org