Chile se alegra con la restauración de la imagen de la Virgen del Carmen, Reina y Patrona de sus ejércitos.
Esta es una buena oportunidad para hacer un breve alto, en el que reflexionemos sobre esa otra restauración que la Santísima Virgen está esperando hace tanto tiempo de nosotros como chilenos y como Nación.
En estos momentos nos viene a la memoria una oración, compuesta por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, en la que hablaba de los sentimientos profundos de añoranza que nuestra alma experimenta a veces. Añoranza, sí, de aquella época más inocente, en que amábamos a Nuestra Señora y en la que Ella nos amaba, en la atmósfera primaveral de los comienzos de nuestra vida espiritual. Añoranza, sí, de aquel paraíso que constituía la filial comunicación que teníamos con Ella.
Experimentamos la sensación de haberle fallado a la mejor de todas las Madres, de modo brutal y gratuito. Un sabor de amargura por haber sido ingratos, con quien nos hizo tanto bien…
Aquella oración proseguía preguntando con esperanza a la Virgen, si no tenía Ella también nostalgia de aquella época en la que éramos buenos hijos suyos, y le pedía que por amor a aquello que florecía entonces en nosotros, tomara la iniciativa, nos restaurara y recompusiera en nosotros el amor por Ella, y así nos hiciera llegar a ser esos hijos sin mancha que habríamos sido si no hubiese existido tanta miseria.
La oración dice así:
Hay momentos, Madre mía, en que mi alma se siente, en lo que tiene de más profundo, tocada por una nostalgia inexpresable.
Tengo nostalgia de la época en la que yo Os amaba y Vos me amabais en la atmósfera primaveral de mi vida espiritual. Tengo nostalgia de Vos, Señora, y del paraíso que ponía en mí la gran comunicación que yo tenía con Vos.
¿No tenéis también Vos nostalgia de ese tiempo? ¿No tenéis añoranzas de la bondad que había en aquel hijo que yo fui?
Venid, pues, ¡Oh! la mejor de todas las Madres, y por amor a lo que florecía en mí, restauradme. Recomponed en mí el amor a Vos y haced de mí aquel hijo sin mancha que yo habría sido, si no fuese por tanta miseria.
Dadme un corazón arrepentido y humillado, y haced lucir nuevamente ante mis ojos, aquello que con el esplendor de vuestra gracia, yo comenzara a amar tanto y tanto.
Acordaos, Señora, de este David y de toda la dulzura que en él pusisteis. Así sea.