Cuando un movimiento se destaca por su radicalidad, es decir, por su sed de ortodoxia completa y minuciosa, de perfección auténtica y sin «maquillajes», del profundo sentido de lo sobrenatural que existe en la Iglesia, no hay esperanzas que no se puedan nutrir a respecto de tal movimiento.
Como la doctrina católica es la Verdad misma y el propio Bien, no se puede amar demasiado a la Iglesia. Incluso porque los que la aman sin reservas deben amarla como ella quiere ser amada, es decir, con ese orden sabio de caridad que, haciendo de ella el centro de toda la vida y reconociendo en ella la fuente de todo Bien, no por esto, o mejor dicho exactamente por esto, da a cada uno lo que es suyo.
Así, cuanto más radicalmente se es católico, más se respeta, después de los derechos de Dios, los derechos de todos los hombres. Por lo tanto, no es posible que el amor entusiasta y sin límites a la Iglesia se traduzca en ningún desorden. Este amor se confunde con el propio orden.
El verdadero apostolado no oculta a las almas su malicia
Establecida tal preliminar, se puede verificar que el síntoma más característico de la decadencia del espíritu católico en un país es la disminución de su ardor en la defensa de la pureza de la doctrina. Cuando en un movimiento católico, sea el que sea, la preocupación principal es ceder, transigir, callarse, acomodar a cualquier precio principios que no tienen precio, la situación es clara: existe un proceso espiritual similar a la tuberculosis que mina a fondo el espíritu religioso.
Por el contrario, cuando un movimiento se destaca por su radicalidad, es decir, por su sed de ortodoxia completa y minuciosa, de perfección auténtica y sin «maquillajes», del profundo sentido de lo sobrenatural que existe en la Iglesia, no hay esperanzas que no se puedan nutrir a respecto de tal movimiento.
Fuente : Plinio Corrêa de Oliveira, El “caso» de la Guardia de Hierro, Legionario, 01/12/1940