
Cuando el valor de la pureza pueda ser admitido por muchos que hoy se burlan de ella, y aún más, cuando ella sea puesta en ejercicio, podemos despreocuparnos del peligro del divorcio, porque dejará de existir.
Finalidades del matrimonio
En la controversia divorcista, como existe frecuentemente, hay un modo de tratar la cuestión que se tornó más o menos definitivo y que consiste en lo siguiente:
- los favorables y los contrarios al divorcio analizan la institución de la familia para preguntarse cuál es su verdadera finalidad; en qué consiste la obtención de la felicidad para los cónyuges y para los hijos.
Después, levantan la cuestión: el divorcio, ¿es un medio para conseguir esta finalidad o, por el contrario, aleja de esta finalidad? ¿O es un medio que arruina, que destruye la felicidad verdadera de los cónyuges y de los hijos? Alrededor de esto se desarrolla indefinidamente la discusión.
La primera finalidad del matrimonio
Para responder a esta pregunta, que se hace con tanta insistencia, partimos del principio de Santo Tomás: las cosas son perfectas cuando cumplen enteramente con el fin para el cual fueran creadas: el matrimonio llenará el fin para el cual fue instituido si tiene la gloria de la fecundidad.
En un segundo plano, existe un deseo de felicidad, que consistiría en encontrar un ser que nos comprenda y nos ame: el hombre encontrando en la mujer el cariño, la delicadeza, la virtud; y la mujer, la fuerza, el amparo, el sustento y también la virtud en aquel que la condujo delante del altar del Señor y le juró fidelidad hasta la muerte.
Las falsificaciones del cine
Los romances y las películas, mienten y pervierten esta idea. Utilizando un lenguaje atractivo, procuran desviar la mentes del fin para el cual el casamiento fue creado: la fecundidad. Establecen la felicidad en algo que no es la estabilidad en la correspondencia a las legítimas satisfacciones de ambas partes.
Nos colocamos ahora ante el problema de cómo conseguir una unión duradera y feliz.
La felicidad sólo puede existir respetando la moral
Nadie duda que un árbol bueno deje de dar frutos buenos: lo mismo debemos pensar del matrimonio, que sólo podrá traer felicidad si es precedido y sustentado por sólidos principios de moral y religión.

El enlace que reposa en esta base estará en condiciones de enfrentar los desgastes de lo físico que surge al llegar de edad madura, pues la belleza, aunque pueda parecerlo, no es la condición para la felicidad.
El futuro padre de familia alcanzará esa formación cuando practique lo que espera de su novia, o en términos más claros, que sepa ser puro.
El papel de la pureza
Cuando el valor de la pureza pueda ser admitido por muchos que hoy se burlan de ella, y aún más, cuando ella sea puesta en ejercicio, podemos despreocuparnos del peligro del divorcio, porque dejará de existir.
La sensualidad conduce al hombre a ser infiel a su esposa, perjudicándose, perjudicándola a ella y a sus hijos. Si ella procede de ambas partes, será creado un ambiente de inseguridad, de mentira, de fingimiento, y aquel hogar jamás será feliz. A menos que exista una retractación de esas actitudes de ambos.
Vendrá la disolución, el divorcio, queriendo separar lo que Dios unió para siempre.
El divorcio es la prueba elocuente de la debilidad del hombre y no un remedio, como sugieren muchos que se consideran víctimas de un matrimonio fracasado