En una democracia desvirtuada, la libertad se transforma en tiranía y la igualdad degenera en nivelación mecánica. La libertad, en cuanto deber moral de la persona, se transforma en una pretensión tiránica de dar libre desahogo a los impulsos y a los apetitos humanos, con perjuicio de los demás.
Concordia entre las clases sociales
Las admirables enseñanzas de Pío XII explican muy bien esta diferencia, y describen claramente como ha de ser la natural concordia que, al contrario de lo que afirman los profetas de la lucha de clases, puede y debe existir entre las élites y el pueblo.
En su Radiomensaje de Navidad de 1944, Pío XII definía la distinción necesaria entre pueblo y masa. [1] El Pontífice denunciaba el riesgo de transformar “la fuerza elemental” de esta última en un terrible enemigo de la libertad y del bien común.
“Pueblo y multitud amorfa o, como se suele decirse, masa, son dos conceptos diferentes.
1.- “El pueblo vive y se mueve con vida propia: la masa es de por sí inerte y no puede ser movida sino desde fuera.”
2.- “El pueblo vive de la plenitud de vida de los hombres que lo componen, cada uno de los cuales —en su propio puesto y a su manera— es una persona consciente de sus propias responsabilidades y convicciones.
«La masa, por el contrario, espera el impulso del exterior, fácil juguete en las manos de cualquiera que sepa manejar sus instintos o sus impresiones, pronta para seguir alternadamente hoy esta bandera, mañana aquella otra.”
3.- “De la exuberancia de vida de un verdadero pueblo, la vida se esparce, abundante y rica, por el Estado y por todos sus órganos, infundiendo en ellos, con vigor incesantemente renovado, la conciencia de su ‘propia responsabilidad, el verdadero sentido del bien común.
«Sin embargo, de la fuerza elemental de la masa, manejada y aprovechada con habilidad, puede servirse también el Estado: en las manos ambiciosas de uno solo o de muchos, agrupados artificialmente por tendencias egoístas, el propio Estado —con la ayuda de la masa, reducida a simple máquina— puede imponer su capricho a la parte mejor del verdadero pueblo: el interés común queda así golpeado gravemente durante largo tiempo, y la herida es con frecuencia muy difícil de curar”.
También en una democracia deben existir las desigualdades provenientes de la naturaleza
A continuación, el Pontífice distingue entre verdadera y falsa democracia: la primera es corolario de la existencia de un verdadero pueblo; la segunda es consecuencia, a su vez, de la reducción del pueblo a la condición de mera masa humana.
4.- “De ello se desprende claramente otra conclusión: la masa —tal como acabamos de definirla—es la enemiga capital de la verdadera democracia y de su ideal de libertad y de igualdad.”
5.- “En un pueblo digno de este nombre, el ciudadano siente en sí mismo la conciencia de su personalidad, de sus deberes y de sus derechos, de su propia libertad unida al respeto la libertad y a la dignidad de los demás.
«En un pueblo digno de este nombre, todas las desigualdades, que no nacen del arbitrio, sino de la propia naturaleza de las cosas, desigualdades de cultura, de riquezas, de posición social —sin perjuicio, claro está, de la justicia y de la caridad mutua—, no son de hecho un obstáculo para que exista y predomine un auténtico espíritu de comunidad y de fraternidad.
«Por el contrario, lejos de perjudicar de ningún modo la igualdad civil, dichas desigualdades le confieren su legítimo significado; es decir, que, frente al Estado, cada uno tiene el derecho de vivir honradamente su propia vida personal en el puesto y en las condiciones en que los designios y las disposiciones de la Providencia le han colocado.”
Esta definición de la genuina y legítima igualdad civil, así como de los correlativos conceptos de fraternidad y comunidad mencionados en el mismo párrafo, esclarece, a su vez, con gran riqueza de pensamiento y propiedad de expresión, lo que son según la doctrina católica la verdadera igualdad, fraternidad y comunidad; igualdad y fraternidad.
Estas, son radicalmente opuestas a aquellas que, en el siglo XVI, las sectas protestantes instauraron en mayor o menor medida en sus respectivas estructuras eclesiásticas, como también al tristemente célebre trinomio que la Revolución Francesa y sus adeptos enarbolaron en todo el mundo como lema en el orden civil y social, y que la Revolución comunista de 1917 extendió, por fin, al orden socio-económico.[2]
Esta observación es particularmente importante si se toma en consideración que, en el lenguaje usado corrientemente tanto en las conversaciones particulares como en los mass-media, estas palabras son entendidas en el sentido erróneo y revolucionario en la mayoría de los casos.
En una democracia desvirtuada, la libertad se transforma en tiranía y la igualdad degenera en nivelación mecánica.
Después de haber definido lo que es la verdadera democracia, Pío XII pasa a describir la falsa:
“En contraste con este cuadro del ideal democrático de libertad e igualdad en un pueblo gobernado por manos honradas y previsoras, ¡qué espectáculo ofrece un Estado democrático abandonado al arbitrio de la masa!
«La libertad, en cuanto deber moral de la persona, se transforma en una pretensión tiránica de dar libre desahogo a los impulsos y a los apetitos humanos, con perjuicio de los demás. La igualdad degenera en una nivelación mecánica, en una uniformidad monocroma; el sentimiento del verdadero honor, la actividad personal, el respeto a la tradición, la dignidad, en una palabra, todo aquello que da a la vida su valor, poco a poco se hunde y desaparece.
«Solamente sobreviven, por una parte, las víctimas engañadas por la llamativa fascinación de la democracia, confundida ingenuamente con el propio espíritu de la democracia, con la libertad y la igualdad; y, por otra parte, los explotadores más o menos numerosos que han sabido, mediante la fuerza del dinero o de la organización, asegurarse sobre los demás una posición privilegiada o el propio poder.” [3]
En estos principios del Radiomensaje de Navidad de 1944 se funda gran parte de las enseñanzas enunciadas por Pío XII en las alocuciones dirigidas al Patriciado y a la Nobleza romana, así como a la Guardia Noble Pontificia.
A partir de esta situación objetivamente descrita por el Pontífice, es evidente que, incluso en los días de hoy, en un Estado bien ordenado —sea monárquico, aristocrático o democrático— les cabe a la Nobleza y a las élites tradicionales una alta e indispensable misión.
“Nobleza y élites tradicionales análogas, en las Alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana”.
[1] La numeración que separa los párrafos es del autor.
[2] Cf. Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contra-Revolución, págs. 19-22, Bajar el libro aquí.
[3] Discorsi e Radiomessaggi, vol. VI, pp. 239-240.
________________________________________