Son numerosas las personas que creen que cada uno puede seguir sus opiniones, y por lo tanto debe haber libertad para todos y para todo, siempre que no se viole la libertad de los demás. ¿Qué debemos pensar sobre esto?
A quien afirma una norma moral, responden «esa es tu verdad»; la mía es otra. Esta mentalidad, que presupone que no existe un orden que debe ser respetado, está llevando a la ruina la familia, la sociedad y el propio individuo.
Veamos que debemos pensar sobre este asunto.
En el acto de la creación, Dios estableció unas cuantas leyes y normas de conducta para todos los seres que creó. Dios no los abandonó a su propio destino. Al permitirles actuar de acuerdo con su libre albedrío, sin embargo, quiso darles esas normas, que constituyen la ley eterna. La ley eterna es la misma razón divina gobernando las cosas creadas. Se llama eterna porque en Dios todo es necesariamente eterno.
En el decir de San Agustín, la ley eterna es aquella por la cual «es justo que todas las cosas sean ordenadísimas». Es, pues, la ley del orden, de la sumisión del inferior al superior, de la obediencia del hombre a Dios.
Es de la ley eterna que derivan todas las otras leyes:
- 1) Ley natural, que es el efecto de la ley eterna sobre la naturaleza humana;
- 2) Ley positiva, que es establecida por el propio hombre;
- 3) Ley divina, dada por Dios al hombre por una revelación sobrenatural;
- 4) Todas las demás leyes que rigen los seres creados, los vegetales, los animales, etc.
¿La ley eterna obliga a todos los hombres?
¿Por qué estamos obligados a seguir estas normas establecidas por Dios? Si queremos actuar de modo diverso, ¿no podemos usar de nuestra libertad? ¿Estos principios de conducta instituidos por Dios no son simples consejos?
El Derecho moderno y la realeza de Cristo
Como nos enseña la Iglesia Católica, la ley eterna no es un conjunto de consejos, sino de obligaciones estrictas, a las que no nos es lícito huir en ningún caso, y bajo pretexto alguno.
Siendo Dios el Señor absoluto de todo y el ser necesario para el cual todo existe, a ninguna criatura se le da el derecho de desobedecer a sus determinaciones. Como dice San Ignacio en los Ejercicios Espirituales, «el hombre fue creado para alabar y reverenciar al Señor su Dios, y así salvar su alma». Este es el único fin que podemos legítimamente proponer.
Fundamento de la moral
Este es el fundamento último de toda moralidad. Ella nos dice por qué un acto es bueno o malo. Podemos, así, evitar todo el sentimentalismo, para el cual «bueno» es aquello que favorece sentimientos tiernos, dulces o que conmueven. Hay pueblos que tienen una tendencia especial y muy profunda para ese sentimentalismo.
El liberalismo
Podemos refutar el liberalismo, en uno de sus fundamentos más profundos, probando que el hombre no es libre para actuar contra las determinaciones divinas. De acuerdo con los liberales, cada uno puede seguir sus opiniones, y por lo tanto debe haber libertad para todos y para todo, siempre que no se viole la libertad de los demás. Ahora bien, como hemos visto, la ley eterna obliga en sentido estricto y absoluto; afirmar lo contrario sería abandonar la fe católica.
El laicismo
Los principios laicos, adoptados incluso por algunos católicos, quieren establecer un dualismo entre la Iglesia y el Estado, sosteniendo que deben vivir separados, como dos mundos estancos.
Los laicistas afirman que el Estado debe abstraerse de la Religión y de la moral reveladas. Ahora bien, por el estudio de la ley eterna, verificamos que la fuente única de toda moralidad es Dios; no puede haber una moral laica y otra religiosa; no puede haber una ley suprema para el Estado y otra para la Iglesia; no puede haber una santidad laica que abstraiga de Dios.
El socialismo
Los socialistas afirman que el criterio de moralidad es el progreso de la sociedad, la felicidad en este mundo. Para ellos, es bueno lo que hace al hombre feliz en esta vida; es bueno lo que contribuye al progreso científico; es bueno lo que planifica, organiza, simplifica y enriquece a la sociedad civil.
El estudio de la ley eterna nos permite refutarlos, probando que es bueno sólo lo que es ordenado, lo que es deseado por Dios