Pío XII, en su Carta Encíclica Mystici Corporis Cristi (Sobre el Cuerpo Místico de Cristo) enseña que la verdadera Iglesia de Cristo es la “Iglesia santa, católica, apostólica, romana” y que es una e indivisa.
Al enseñar esto, rechaza la idea de una Iglesia en la “que muchas comunidades de cristianos, aunque separadas mutuamente en la fe, se junten, sin embargo, por un lazo invisible”.
Ahora bien: para definir y describir esta verdadera Iglesia de Cristo ‒que es la Iglesia santa, católica, apostólica, romana‒ , nada hay más noble, nada más excelente, nada más divino que aquella frase con que se la llama el Cuerpo místico de Cristo; expresión que brota y aun germina de todo lo que en las Sagradas Escrituras y en los escritos de los Santos Padres frecuentemente se enseña.
La Iglesia es un «Cuerpo»
Que la Iglesia es un cuerpo lo dice muchas veces el sagrado texto. «Cristo ―dice el Apóstol― es la cabeza del cuerpo de la Iglesia» (Col 1,18).
Ahora bien: si la Iglesia es un cuerpo, necesariamente ha de ser uno e indiviso, según aquello de san Pablo: «Muchos formamos en Cristo un solo cuerpo» (Rm 12,5).
La única manera de unir a todos los cristianos
Y no solamente debe ser uno e indiviso, sino también algo concreto y claramente visible, como en su encíclica Satis cognitum afirma nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria: «Por lo mismo que es cuerpo, la Iglesia se ve con los ojos» .
Por lo cual se apartan de la verdad divina aquellos que se forjan la Iglesia de tal manera, que no pueda ni tocarse ni verse, siendo solamente un ser neumático, como dicen, en el que muchas comunidades de cristianos, aunque separadas mutuamente en la fe, se junten, sin embargo, por un lazo invisible.