La Pseudo Reforma protestante irrumpió después, inflada del orgullo de un monje apóstata, que lanzó a la humanidad en el camino de la perdición. Y la furia anticatólica de Lutero, que engendró el rencor ateo y anticristiano de Voltaire.
Si exponemos a la acción del aire un frasco de perfume, éste se evaporará dentro de algún tiempo. Y, mucho tiempo después de que se haya evaporado completamente, la sala continuará impregnada por la suavidad de su aroma. Al cabo de algún tiempo, el propio olor habrá desaparecido y del delicioso perfume sólo quedará un recuerdo.
Después de que la victoria de los cristianos abrió para la humanidad el frasco de esencias morales preciosísimas que es la Iglesia Católica, el buen olor de las virtudes evangélicas comenzó a esparcirse día a día por el mundo, venciendo el mal olor acre de la barbarie franca o germánica, y las exhalaciones insalubres de la civilización romana, ya entonces en franca descomposición. Y el bálsamo de la sabiduría evangélica, fundiendo razas, levantando naciones, fue la savia fecundísima que alimentó e hizo crecer una nueva y magnífica civilización.
La Pseudo Reforma protestante irrumpió después, inflada del orgullo de un monje apóstata, que lanzó a la humanidad en el camino de la perdición. Y la furia anticatólica de Lutero, que engendró el rencor ateo y anticristiano de Voltaire, le unió a éste para impedir que la Iglesia continuara a exhalar sobre el mundo, con la profusión de otrora, el mismo perfume moral Salvador, del cual Ella es la fuente inagotable.
Sin embargo, durante muchos años el buen olor evangélico continuó embalsamando parcialmente el mundo paganizado, «como el florero que conserva por algún tiempo el perfume de las flores que fueron retiradas».
Poco a podo, sin embargo, el perfume se fue diluyendo completamente, cediendo lugar a la fermentación creciente de las pasiones malsanas, suscitadas por las herejías que el mundo no supo y no quiso dominar.
Extractos de artículo de «O Legionario», 10/05/1931