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Perfil de un Papa Santo

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San Pío X, estuvo dispuesto a hacer todo por los hombres por amor de Dios y atraerlos a la gracia de Jesucristo, no cesaba nunca de enseñar toda la verdad, de predicar la moral sin florituras ni disfraces, de desplegar ampliamente el estandarte del Salvador. Su papel, como el de todo apóstol en general, no consiste en velar la verdad porque no es amada, sino en desplegarla, para hacerla enteramente amada.

El lenguaje de un santo

Las características del “estilo” de San Pío X, podríamos enumerarlas en algunas fructíferas antítesis:

     a) gran actualidad, y a la vez profunda tradicionalidad;

     b) gran esfuerzo por agradar, y al mismo tiempo absoluta altivez en relación con el público;

     c) tiernísima compasión y firmeza invencible.

Actual y tradicional

Hay cierto academicismo tradicional que desarrolla los temas de manera totalmente teórica, sin tener en la menor consideración las necesidades espirituales de los oyentes. Su objetivo es mucho más glorificar al orador que instruir y edificar a la audiencia.

En el otro extremo, hay un modernismo demagógico que, en la elección de los temas, prefiere lo banal, si no lo picaresco. Los elementos de lenguaje y expresión coloridos son buscados en la jerga más popular. En la argumentación… ningún argumento: juegos de palabras, comparaciones más o menos capciosas, gestos más o menos patéticos y, cuando menos se lo espera, un chiste.

A San Pío X, si estuviera vivo, tampoco lo entenderían hoy. En sus sermones, en sus documentos, se advierte sobre todo el objetivo de persuadir, formar, santificar. Por tanto, se ve que el Santo tiene siempre la mayor consideración por las peculiaridades de la mentalidad de las personas a las que se dirige, y no trata el tema para una audiencia académica, sino para los hombres de carne y hueso, tratado en un manera que es siempre clara, digna. , suficiente, pero sin mayor amplificación

Reserva lo mejor de sus esfuerzos para los puntos difíciles, es decir, para la demostración de los principios que más escandalizarán, para aplicar los principios a hechos concretos en los puntos donde la miseria humana podría tal vez formar una visión falsa de las cosas. Como el Buen Pastor que lleva a la oveja sobre sus hombros y camina con ella, así San Pío X recorre todo el campo doctrinal con la oveja descarriada en la mente o en el corazón.

Nunca una palabra menos digna en su vocabulario. Nunca un pensamiento menor. Nunca una actitud demagógica. Si su lenguaje fue claro y accesible, nunca dejó de ser noble.

San Pío X y la paz interna de la Iglesia

San Pío X supo descender al público sin rebajar ni un centímetro la altiva dignidad de Ministro del Señor. Sabía descender al público, no para equipararse con ellos en sus miserias, sino para elevar al pueblo hacia sí mismo. San Pío X supo conservarse en una época en que las grandes tradiciones de la Iglesia situaban la oratoria sagrada, y los estilos nobles del Vaticano fijaban el lenguaje de los actos pontificios.

Sobriedad y capacidad de atracción.

Nemo sumus fit repenter, dice la Moral: nada grande o malo se hace de repente. Todo lo profundo proviene de una germinación lenta. Sería imposible que nuestro mundo haya llegado al clímax de la crisis religiosa, cultural, moral, política, social y económica en la que se encuentra, sin que esta crisis haya germinado de manera cada vez más grave, en un pasado lejano. Esto equivale a decir que los problemas de la época de San Pío X no son diferentes a los de hoy. Por el contrario, son los mismos problemas, llevados sin embargo en muchos casos a un grado menor de exacerbación que en la actualidad. En la época del Santo ya cargaban con pólvora.

San Pío X sintió muy de cerca, y como en sus propias carnes, un problema que interesa en grado sumo a todos los que hoy ejercen el apostolado. Por un lado, la doctrina católica es inmutable, pero por otro, los tiempos cambian.

Difundiendo sólo lo que agrada al público, se traiciona la misión esencial del apostolado, que es anunciar toda la verdad. Pero proclamar toda la verdad corre el riesgo de suscitar antipatías y consumar escisiones lamentablemente ya inminentes por la maldad de los tiempos. ¿Cómo actuar?

Es importante saber cómo lo resolvió

Todos los que estuvieron cerca de San Pío X están de acuerdo en que, si naturalmente atraía tanto, no confiaba sólo en este don admirable, sino que ejercía una vigilancia constante sobre sí mismo para no tener una palabra menos reflexiva, que pudiera herir inútilmente. el alma, quienquiera que haya sido. En éste, como en tantos otros puntos, su aplicación fue constante.

El Santo Pontífice, incluso en sus actos más enérgicos y vehementes, siempre dejaba la puerta del perdón abierta, muy de par en par, para aquellos que tenían un sincero arrepentimiento por el mal cometido, y firme propósito de no recaer.

Pero este deseo de complacer a los hombres no era simplemente una filantropía naturalista. Fue verdadera caridad. Y por eso san Pío X, estuvo dispuesto a hacer todo por los hombres por amor de Dios y atraerlos a la gracia de Jesucristo, no cesaba nunca de enseñar toda la verdad, de predicar la moral sin florituras ni disfraces, de desplegar ampliamente el estandarte del Salvador.

San Pío X se mostró en esto, constantemente, con una altivez indomable. Su papel, como el de todo apóstol en general, no consiste en velar la verdad porque no es amada, sino en desplegarla, para hacerla enteramente amada.

La más tierna compasión, la firmeza invencible

¿Se dirá que tal intransigencia habrá creado crisis dolorosas, ha impuesto sufrimientos insoportables a tantas almas, ha dado lugar a luchas y dificultades? ¿Y cómo un corazón católico, reflexiva y deliberadamente, puede hacer sufrir tanto a los demás?

No hay nada más diferente del santo Pontífice que un ferrabrás (1) que encuentra todo su placer en pelear, que hace consistir toda su gloria en aplastar al prójimo, que entiende la convivencia humana sólo como un permanente devorarse unos a otros, en el terreno de ideas e intereses.

La acción del Modernismo dentro de la Iglesia le obligó a realizar actos de una energía que desconcertó a muchos, e incluso a muchos católicos. Su lucha contra el gobierno francés, laico y masónico, lo llevó a posiciones de intransigencia que muchos de sus contemporáneos, incluso de alta posición, no entendieron bien. Algunas de sus intervenciones en los asuntos eclesiásticos debieron hacerse con gran firmeza. En todos estos casos, San Pío X llegó hasta donde debería haber llegado un Papa enérgico, colocado en las mismas condiciones. Y se ve claramente que sus estrictos gestos causaron mucho dolor y muchas lágrimas…

¡Pero qué justificado rigor! En primer lugar, San Pío X no actuó con fortaleza hasta después de haber agotado todos los medios de persuasión. Sólo recurrió a una pena severa cuando estaba seguro de la futilidad de todos los medios más suaves. Así fue en la condena del Modernismo. Estos engañosos enemigos de la Iglesia, se infiltraron en los círculos católicos, propagaron bajo el amparo del catolicismo, doctrinas que eran la síntesis de todas las herejías. Con todos los demás procesos en vano, el Papa fulminó – esa es la palabra correcta – contra ellos la Encíclica «Pascendi».

Según el cardenal Mercier, arzobispo de Malinas, Europa podría haberse visto arrastrada a una crisis tan grave como la del protestantismo.

Y, por último, que seriedad en todo esto. El Pontífice, decíamos, había abierto de par en par la puerta del perdón. Sin embargo, nunca un perdón equívoco, para encubrir situaciones falaces. Perdón, sí, pero para los que dieron garantías de estar arrepentidos y con la intención de no reincidir. Porque lo vago, lo flotante, lo indefinido, la timidez, el oportunismo, nunca fueron cosas que el Santo amara o incluso tolerara.

Plinio Corrêa de Oliveira

Extractos de un artículo, publicado en «Catolicismo» Nº 50 – Febrero de 1955

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23/02/2023 | Por | Categoría: Formación Católica
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