Un autor francés decía:
«El tiempo nos arrastra, y con nosotros, nuestras buenas costumbres, nuestros buenos hábitos, nuestros buenos modales y nuestras buenas opiniones. Para no perderlos y no perdernos nosotros mismos, debemos apegarnos a una época de la cual nosotros podamos tener la ambición de hacer revivir en nosotros las costumbres, las opiniones, los hábitos y las maneras».
Evidentemente este es sólo un primer paso y un punto de partida, pues la persona debe buscar la perfección en todo y por lo tanto no conformarse sólo con las cosas buenas del pasado, sino mejorarlas cuanto se pueda en esta Tierra de exilio. Nuestro Señor Jesucristo nos puso el límite para la búsqueda de la perfección: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto”.
Estas palabras podrán sonar exageradas para nuestra concepción de la religión muchas veces tan acomodaticia con las costumbres y opiniones dominantes.