Hay una esclavitud que libera, y hay una libertad que esclaviza. La esclavitud que libera nos la enseña San Luis María Grignion de Montfort. Se trata de la «esclavitud de amor» a la Santísima Virgen.
No, querido ateo.
Haciendo un lejano eco a las palabras del obispo San Remigio al bautizar a Clodoveo, primer rey cristiano de los francos, te digo: «Quema lo que adoraste y adora lo que has quemado».
Sí, quema el egoísmo, la duda, la modorra, y, movido por el amor de Dios, ama y sirve y lucha por la Fe, la Iglesia y la civilización cristiana. Sacrificarse. Abniégate.
¿Cómo? – Como lo hicieron, en todos los siglos, los que combatieron por Jesucristo el «buen combate» (II Tim. 4, 7).
La «esclavitud de amor»
Y muy señaladamente lo harás si sigues el método definido y justificado por San Luis María Grignion de Montfort. Se trata de la «esclavitud de amor» a la Santísima Virgen.
Bajar el «Tratado de la Verdadera devoción a la Santísima Virgen», libro gratuito»
Esclavitud”… Ruda y extraña palabra, sobre todo para los oídos modernos, habituados a oír hablar, en todo momento, de desalienación, de liberación, y cada vez más propensos a la gran anarquía, la cual, como una calavera de hoz en la mano, parece reír siniestramente a los hombres, desde el umbral de la puerta de salida del siglo XX donde los aguarda.
Ahora bien, hay una esclavitud que libera, y hay una libertad que esclaviza.
Del hombre cumplidor de sus obligaciones se decía en otro tiempo que era «esclavo del deber».
De hecho, era un hombre situado en el ápice de su libertad, que comprendía por un acto todo personal las vías que le tocaba recorrer, deliberaba con varonil vigor a caminar en ellas, y vencía el asalto de las pasiones deshonestas que intentaban cegarlo, desfibrar su voluntad y vedarle así el camino libremente escogido.
El hombre que, alcanzada esta suprema victoria, proseguía con paso firme hacia el rumbo debido, era libre.
«Esclavo» era, por el contrario, aquel que se dejaba arrastrar por las pasiones desordenadas, hacia un rumbo que su razón no aprobaba, ni su voluntad escogía.
A estos genuinos vencidos se llamaba «esclavos del vicio». Se habían, por esclavitud al vicio, «liberado» del sano imperio de la razón.
Libertad y servidumbre
Estos conceptos de libertad y servidumbre, León XIII los expuso, con la brillante maestría que lo caracterizaba, en la encíclica Libertas.
Hoy todo se ha invertido.
Como tipo de hombre «libre» se considera al hippie de flor en puño, deambulando sin sentido, o al hippie que, de bomba en mano, esparce el terror a su antojo.
Por el contrario, por encadenado, por hombre no libre se tiene a quien vive en la obediencia de las leyes de Dios y de los hombres.
En la perspectiva actual, es «libre» el hombre a quien la ley permite comprar las drogas que quiera, usarlas como entienda, y por fin… esclavizarse a ellas. Y es tiránica, esclavizante, la ley que veda al hombre esclavizarse a la droga.
Siempre en esta extraña perspectiva hecha de inversión de valores, es esclavizante el voto religioso mediante el cual, en plena conciencia y libertad, el fraile se entrega, con dejación de cualquier retroceso, al servicio desinteresado de los más altos ideales cristianos.
Para proteger contra la tiranía de su propia debilidad esa libre deliberación, el fraile se sujeta, en ese acto, a la autoridad de superiores vigilantes.
Quien así se vincula para conservarse libre de sus malas pasiones está sujeto hoy a ser calificado de vil esclavo. Como si el superior le impusiera un yugo que cercenase su voluntad… cuando, por el contrario, el superior sirve de barandilla para las almas elevadas que aspiran, libre e intrépidamente – sin ceder al peligroso vértigo de las alturas – a elevarse hasta el ápice de las escalinatas de los supremos ideales.
El sentido contrarrevolucionario de la obra de dos santos
En suma, para unos es libre quien, con la razón obnubilada y la voluntad quebrada, impulsada por la locura de los sentidos, tiene la facultad de deslizarse voluptuosamente por el tobogán de las malas costumbres.
Y es «esclavo» aquel que sirve a la propia razón, vence con fuerza de voluntad las propias pasiones, obedece a las leyes divinas y humanas, y pone en práctica el orden.
Sobre todo es «esclavo», en esa perspectiva, aquel que, para más plenamente garantizar su libertad, opta libremente por someterse a autoridades que lo guíen hacia donde quiere llegar. ¡Hasta allí nos lleva la atmósfera actual, impregnada de freudismo!
El Tratado de la Verdadera devoción a Nuestra Señora
Fue en otra perspectiva que San Luis Grignion de Montfort, ideó la «esclavitud de amor» a Nuestra Señora, propia para todas las edades y todos los estados de vida: laicos, sacerdotes, religiosos, etc.
¿Qué hace la palabra «amor», conjugada con la palabra «esclavitud» de modo sorprendente, ya que esta última es el señorío brutalmente impuesto por el fuerte al débil, por el egoísta al pobre a quien explota? «Amor», en sana filosofía, es el acto por el cual la voluntad quiere libremente algo.
Así, también en el lenguaje corriente, «querer» y «amar» son palabras utilizables en el mismo sentido. «Esclavitud de amor» es el noble auge del acto por el cual alguien se da libremente a un ideal, a una causa. O, a veces, se vincula a otro.
El afecto sagrado y los deberes del matrimonio tienen algo que vincula, que liga, que ennoblece.
En español, a los grilletes se llama «esposas». La metáfora nos hace sonreír. Y a los divorcistas puede espeluznarles. Porque alude a la indisolubilidad. En portugués se habla de los «vínculos» del matrimonio.
Más vinculante que el estado de casado es el del sacerdote. Y, en cierto sentido, más aún lo es el del religioso.
Cuanto más alto es el estado libremente escogido, tanto más fuerte el vínculo, y tanto más auténtica la libertad.
Así, San Luis Grignion propone que el fiel se consagre libremente como «esclavo de amor» a la Santísima Virgen, dándole su cuerpo y su alma, sus bienes interiores y exteriores, e incluso el valor de sus buenas obras pasadas, presentes y futuras para que nuestra Señora de ellas disponga, para mayor gloria de Dios, en el tiempo y en la eternidad (cfr. «Consagración de sí mismo a Jesucristo, la Sabiduría Encarnada, por las manos de María»).
Un contrato ventajoso
Nuestra Señora, como Madre excelsa, obtiene a cambio, para sus «esclavos de amor», las gracias de Dios que eleven sus inteligencias hasta la comprensión lucidísima de los más altos temas de la Fe, que den a sus voluntades una fuerza angélica para subir libremente hasta esos ideales, y para vencer todos los obstáculos interiores y exteriores que a ellos indebidamente se oponen.
Pero, preguntará alguien – ¿cómo podrá ponerse a practicar esta diáfana y angélica libertad un fraile, ya sujeto por voto a la autoridad de un superior?
Nada más fácil. Se es fraile por llamado («vocación») de Dios. Es, pues, por voluntad de Dios que el religioso obedece a sus superiores. La voluntad de Dios es la de Nuestra Señora. Y así, siempre que el religioso se haya consagrado como «esclavo de amor» a Nuestra Señora, es en cuanto esclavo de Ella que obedece a su propio superior. La voz de éste es, para él, en la Tierra, como la propia voz de Nuestra Señora.
Un llamado a las cumbres de la libertad
Llamando a todos los hombres a las cumbres de libertad de la «esclavitud de amor», San Luis Grignion lo hace en términos tan prudentes, que dejan libre campo para importantes matizaciones.
Su «esclavitud de amor», tan llena de significado especial para las personas ligadas por voto al estado religioso, puede también ser practicada por sacerdotes seglares y por laicos.
Pues, a diferencia de los votos religiosos, que obligan por cierto tiempo o por la vida entera, el «esclavo de amor» puede dejar en cualquier momento esa elevadísima condición, sin ipso facto cometer pecado.
Y mientras el religioso que desobedece su regla incurre en pecado, el laico «esclavo de amor» no comete pecado alguno por el simple hecho de contradecir en algo la generosidad total del don que hizo.
Esto puesto, el laico se mantiene en esta condición de esclavo por un acto libre, implícita o explícitamente repetido cada día. O mejor, a cada instante.
Para todos los fieles, la «esclavitud de amor», es, pues, esa angélica y suma libertad con que la Virgen los espera en el umbral del siglo XXI: sonriente, atractivo, invitándolos al Reino de ella, según su promesa en Fátima: «Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará».
Ven, querido ateo, conviértete y camina conmigo, con todos los «esclavos de amor» de María, hacia ese Reino de libertad supremamente ordenada, y de orden supremamente libre, a la que te invita la Esclava del Señor, la Reina del Cielo.
Y desvíate del umbral en que está el demonio, como una calavera riendo macabramente, teniendo a la mano la hoz de la libertad supremamente esclavizante, y de la esclavización supremamente libertaria. Es decir, de la anarquía.
«Folha de S. Paulo», 20 de septiembre de 1980
juanitadeisasa@gmail.com
Gracias por escrito