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Es muy probable que Ud. haya oído la música que se cantaba a menudo en las Iglesias, y cuya letra decía:
Hasta tus plantas, Señor, llegamos
buscando asilo en tu corazón.
Tus gracias todas hoy imploramos:
que ellas protejan nuestra nación.
Do quiera el Rey de reyes, levántese un altar,
a Dios queremos en nuestras leyes,
en las escuelas y en el hogar.
A Dios queremos en nuestras leyes
en las escuelas y en el hogar
Fijo en la altura su pensamiento,
a Dios alzando su corazón, con los colores del firmamento
formó la patria su pabellón.
A Dios queremos en los hogares,
crezcan los hijos en fe y pudor.
Y los esposos, en los altares,
prometan fieles perpetuo amor.
Lo que nos indica esta letra, tan conocida por nuestros mayores, es que los católicos, sean padres de familia, estudiantes, profesores, o en cualquier actividad que tengan, deben querer que las leyes reflejen y obedezcan las leyes eternas de Dios.
Este es precisamente el papel de los laicos en el mundo temporal. La consagración del mundo, cuyo primero elemento es que la sociedad esté de acuerdo a los Mandamientos de la ley de Dios.
Esta misión también le corresponde, y por excelencia, a los católicos que actúan en política, pues, junto con representar a sus electores, ellos tienen el deber de promover el bien común, lo que no se consigue sin el respeto de la Ley de Dios.
Por esta misma razón, la Iglesia Católica puso como Patrono de los católicos que actúan en política a Santo Tomás Moro, Ministro de Enrique VIII, el rey de Inglaterra que quiso divorciarse de su mujer, Catalina de Aragón, para casarse con su amante, Ana Bolena. Santo Tomás Moro, que ocupaba el cargo de Gran Canciller, similar al de un ministro de la Justicia, se opuso tenazmente a aceptar este divorcio. Su actitud de coherencia con la indisolubilidad del vínculo conyugal, basado en el mandato de Nuestro Señor, “lo que Dios unió no lo separe el hombre”, le costó su vida. Por eso es patrono de los políticos del mundo entero.
Incluso de los políticos católicos chilenos.
Me preguntará Ud. si estos senadores y diputados que se reconocen como católicos han cumplido con sus obligaciones de discípulos de Cristo e hijos de la Iglesia en el ejercicio de sus mandatos legislativos.
La respuesta es verdaderamente dolorosa. No solamente no las han cumplido, sino que, peor aún, han legislado en sentido enteramente opuesto a lo que Dios manda.
Para demostrarlo, queremos dar conocimiento a nuestros oyentes de una lúcida declaración del Obispo de Villarrica, Monseñor Francisco Javier Stegmeier, dada a conocer poco después de que los Senadores de la Democracia Cristiana hubieran votado, en su gran mayoría, a favor del proyecto de aborto, garantizando su aprobación en esa cámara hace una semana atrás.
Pasamos la palabra al Sr. Obispo
“Hermanas y hermanos en Jesucristo:
“Ocurrió lo peor: se aprobó la ley del aborto con el voto mayoritario de los partidos de izquierda, incluyendo el demócrata-cristiano. Sobre ellos caerá la sangre de los niños asesinados en el vientre de la madre y tendrán que responder ante Dios. ¿Qué viene ahora? No hay que ser profeta para decir que vendrán cosas peores.
“Se dijo que la ley de divorcio -aprobada con los votos de la DC- estaría restringida a casos muy especiales, pero resultó ser muy permisiva. Se dijo que la ley de acuerdo de vida en común, también apoyada por la DC, incluyendo a homosexuales, se quedaría hasta ahí, pero ya se anunció el envío del proyecto de matrimonio igualitario. Dicen que será sin adopción de niños por parte de los homosexuales. Pero es otra mentira más, pues también podrán adoptar. Y no hay que ser profeta para decir que otra vez será la DC la que dará los votos necesarios para ello.
“La ley del aborto es un engaño del demonio, ‘homicida desde el principio y padre de la mentira’ (Jn 8,44) y de los que lo tienen por padre. Es mentira que el aborto será para casos muy específicos, porque lo que se pretende es el aborto libre en el que ‘la mujer pueda tomar la decisión’ respecto a su propio cuerpo.
“Después vendrá la ley de la eutanasia, y así. Y no hay que ser profetas para saber que estas leyes contrarias a la persona humana, al orden natural querido por Dios y a la misma fe católica contarán con el apoyo de la Democracia Cristiana.
“¿Qué viene ahora para los que estamos por la vida y la familia y en contra de la cultura de la muerte?
- Orar a Jesucristo por la conversión de los abortistas y por la pronta derogación de la ley, si es que no llegara a ser declarada inconstitucional.
- Apoyar a la mujer con un embarazo vulnerable y participar en instituciones dedicadas a esto.
- Estudiar los fundamentos (genéticos, biológicos, antropológicos, estadísticos…) del por qué todo niño tiene derecho a nacer y también los efectos del aborto en la madre, en la familia y en la sociedad.
- Ser siempre y en todo lugar militantes pro vida y pro familia.
- Participar en los movimientos pro vida y en sus actividades, como marchas, conferencias, seminarios…
- Usar un lenguaje adecuado: no decir ‘interrupción del embarazo’, sino ‘crimen del aborto’; en nuestro lenguaje cotidiano no hablar de ‘embrión’ y ‘feto’, sino de ‘niño’, ‘hijo’, ‘persona’, ‘guagua’, ‘bebé’; no hablar sólo de la ‘mujer’, llamarla también ‘madre’…
- Votar sólo por candidatos pro vida dispuestos a derogar la ley del aborto. Si nos duele el dolor de la mujer con embarazo vulnerable y el aborto, a los abortistas les duele el voto.
+Francisco Javier Stegmeier Sch.
“Obispo de Villarrica”
Las enseñanzas y las recomendaciones no podrían ser más claras y oportunas, ellas constituyen una seria advertencia para los políticos que se presentan como católicos para poder contar con nuestro voto.
Ellos deben darnos garantías, no sólo de que están a favor del derecho de nacer, sino también que no aprobarán ningún proyecto que limite este y otros derechos esenciales para la estabilidad de la familia cristiana, como son: el derecho prioritario de educación de los hijos y la posibilidad de rechazar una educación impartida desde el Estado que intente imponer a los menores de edad la ideología de género.
Si no procedemos de acuerdo a los consejos episcopales, no podremos quejarnos después de la actitud de los parlamentarios electos. Vale el adagio: “el que no se queja, no se queje”.