En nuestra vida pasamos frecuentemente por momentos difíciles. Para enfrentarlos bien es necesario tener una confianza ilimitada en la bondad de Nuestro Señor.
Les ofrecemos un trecho del Libro de la Confianza del Padre Thomas de Saint-Laurent. Pueden bajarlo gratuitamente a su computador en este vínculo.
La desconfianza, sean cuales fueren sus causas, nos trae perjuicios, privándonos de grandes bienes.
Cuando San Pedro, saltando de la barca, se lanzó al encuentro del Salvador, caminó al principio con firmeza sobre las olas.
El viento soplaba con violencia. Las olas ya se levantaban en torbellinos furiosos, y socavaban en el mar abismos profundos. La vorágine se abría delante del Apóstol. Pedro tembló… Dudó un segundo, y luego comenzó a hundirse… «Hombre de poca fe, le dijo Jesús, ¿por qué has dudado?» (Mt. 14,31).
Una historia que es la nuestra
He ahí nuestra historia. En los momentos de fervor nos quedamos tranquilos y recogidos al pie del Maestro. Cuando viene la tempestad, el peligro absorbe nuestra atención. Desviamos entonces las miradas de Nuestro Señor para fijarlas ansiosamente sobre nuestros sufrimientos y peligros. Dudamos… y luego ¡caemos! Nos asalta la tentación. El deber se nos hace fastidioso, su austeridad nos repugna, su peso nos oprime. Imaginaciones perturbadoras nos persiguen. La tormenta ruge en la inteligencia, en la sensibilidad, en la carne…
Y no hacemos pie; caemos en el pecado, caemos en el desánimo, más pernicioso aún que la propia culpa. Almas sin confianza, ¿por qué dudamos?
La prueba nos asalta de mil maneras; ya los negocios temporales peligran, el futuro material nos inquieta; ya la maldad nos ataca la reputación, la muerte rompe los lazos de las amistades más legítimas y cariñosas. Entonces, nos olvidamos del cuidado maternal que la Providencia tiene con nosotros… Murmuramos, nos enfadamos, y de este modo aumentamos las dificultades y el efecto doloroso de nuestro infortunio.
El remedio de la confianza
Almas sin confianza, ¿por qué dudamos?
Si nos hubiéramos apegado al Divino Maestro con confianza, tanto mayor cuanto más desesperada pareciese la situación, ningún mal nos sobrevendría de ella… Habríamos caminado tranquilamente sobre las olas; habríamos llegado sin tropiezos al golfo tranquilo y seguro, y, en breve habríamos hallado la región hospitalaria que la luz del cielo ilumina.
Los santos lucharon con la misma dificultad…