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Esta semana queremos tratar de un tema que nos han pedido en varias oportunidades: ¿Qué es la calma? ¿Cómo obtenerla? ¿Cómo se pierde? ¿Cómo recuperarla?
En realidad en nuestra época se habla mucho de calma y, sin embargo, pensamos que en pocas situaciones históricas se vivió con menos calma que en nuestros días.
Quizá por eso la propaganda siempre está ofreciendo paz y calma. “Compre este departamento y viva con calma”. “Contrate este seguro y olvídese de sus inquietudes”, “Tome tranquilén”, “Viaje y olvídese de los problemas”, “Use esta sillón relajante” etc. etc.
Algunos, movidos por la insistencia de la propaganda, habrán pensado alcanzar la calma comprando estos u otros productos que nos ofrecen. Seguramente que no demoraron mucho en darse cuenta que esas cosas no les trajeron la anhelada calma. Al contrario, muchas veces sumaron a los factores de intranquilidad, otros nuevos.
La razón de esta frustración es simple. La calma no es un producto externo que se compra. Es una condición interior que se adquiere con esfuerzo y constancia.
Pero, ¿en qué consiste esta condición? Me preguntará Ud.
Comencemos por decir en qué ella no consiste, así será más fácil después explicar en qué consiste verdaderamente. La calma no es un estado de apatía, medio parecido con el llamado Nirvana, donde la persona se niega a recibir ninguna sensación que le perturbe su apatía. Tal estado, más que una perfección diríamos que es una anomalía, pues el hombre, siendo dotado de sentidos para captar la realidad externa, no puede amputar las emociones que esas realidades le sugieren.
La calma tampoco es el relajamiento de los sentidos. Se puede estar tendido en una hamaca lleno de inquietudes.
La calma entonces consiste en otra cosa. Es un estado del alma por el cual el temperamento, los instintos, la sensibilidad, reaccionan de modo enteramente proporcionado a aquello que la persona tiene delante de si.
La calma por lo tanto, es el entero dominio de sí mismo. Así, un soldado, tendrá calma en medio de una batalla, si él es capaz de reaccionar con proporción a todas las vicisitudes de la guerra y no se deja tomar por el pánico ni por la autoconfianza. El sabe cuáles son los peligros a enfrentar, y los encara con decisión. He ahí una persona con calma.
Para alcanzar este grado de calma, la persona debe en primer lugar gustar de tenerla y saber que la mejor forma de vivir en esta vida, no es gozando intemperantemente de las cosas, sino de forma proporcionada, es decir con calma.
Demos un ejemplo en la vida animal. Hay un animal, que no es muy simpático para todos, pero que refleja de modo admirable la calma: es el gato.
Nunca se ve a un gato con cara despreocupada. Atento siempre, pero calmado. Nunca se ve a un gato nervioso, lo que más atrae en el gato es precisamente esa combinación de vigilancia y calma. Cualquier gato está listo para dar cualquier salto, en cualquier momento. Pero nervioso, nunca está.
El gato puede estar en la situación más difícil, pero él conserva siempre la flexibilidad de sus músculos. Antes de dar un salto, él mide bien el lance que dará. Si un perro lo persigue, es capaz de subirse de un salto a un árbol que encuentra a su alcance. Y, la primera cosa que hace cuando se encuentra fuera del peligro, es restablecer la calma y mirar el peligro con cierto desdén.
Esa calma, exclusivamente instintiva de un animal, no es sino un reflejo de la verdadera calma del ser racional que es el hombre.
Dios creó al hombre, a su imagen y semejanza. Nos dotó de inteligencia y de sensibilidad y de un alma espiritual inmortal. Una persona calmada, es aquella que sabe mantener el orden dentro de sí. Es aquella que no se deja llevar por los impulsos de la sensibilidad, sino por los dictámenes de la razón. Que sabe aplicar la voluntad, de modo a imponerse el orden, contra el cual los instintos muchas veces se rebelan, y que así sigue un norte en la vida.
Sin embargo, ella no es una especie de sargento de calabozo para cada uno. Al contrario, ella sabe encontrar hasta en la más pequeñas cosas de la vida diaria, una pequeña y agradable distracción, que lo entretiene, y que le sirve como un perfume que hace su vida interior llena de encanto.
La persona con calma, tiene una cierta flexibilidad de alma, propia de las articulaciones y de la vitalidad de un organismo vivo. Delante de todo lo que ocurre, ella va aceptando, o rechazando, se va modelando, en la alegría y en el bienestar de la vida.
Es como una persona sana que camina, por un sendero con piedras, pero también con flores; con abismos, pero con parapetos; con mala visibilidad y con horizontes espléndidos, y sabe, delante de cada una de las circunstancias por las que atraviesa, reaccionar de modo proporcionado con lo que se depara, sin perder nunca el rumbo que le indica su meta.
El problema, muchas veces, por el cual la persona pierde la calma, es cuando se encuentra delante de cosas muy apetecibles. Para unas podrá ser tener mucho dinero, para otras tener muchos goces sensuales, para otras ser importante y famoso. Ahí la persona comienza a correr detrás de estas apetencias, de modo desproporcionado, pues por un lado ellas se vuelven una obsesión, y por otro ninguna la satisface enteramente, y siempre quiere algo más.
Es como quien sufre de diabetes. Ella corre detrás del agua, pero el agua no lo sacia y siempre tiene sed. Ese es un estado mórbido del organismo. Así también los deseos intemperantes. Ellos nos atraen de modo desproporcionado, nos hacen salir del estado de tranquilidad, y cuando los alcanzamos, nos defraudan y nos piden más.
San Agustín definió la paz, como la tranquilidad del orden. Ella por lo tanto no es la tranquilidad del cementerio, donde nada ocurre pues no hay vida. Es la tranquilidad de una casa donde los padres cumplen con sus deberes, los hijos con los suyos y la armonía del conjunto les da la satisfacción de la vida diaria con sus pequeños o grandes sobresaltos.
Pero, me dirá Ud. este ideal es cada vez más difícil de conseguir, ¿cómo puedo yo, tener calma, después de tantas contrariedades en mi vida?
Precisamente, sabiendo reaccionar delante de esas contrariedades, con las debidas proporciones. Es decir no dejarse tomar por ellas, como si fuesen absurdos que sólo a Ud. le ocurren. La vida para todos está hecha de contrariedades y las debemos enfrentar del mismo modo que el soldado enfrenta las del campo de batalla. Sólo así podremos mantener ese tesoro interior que se llama calma.
Recuerdo a un preso político de Castro, el Embajador Armando Valladares, quien estuvo 22 años en distintas prisiones y sufriendo torturas de todo tipo. En una visita a Chile, él contaba que en medio de esas situaciones, pensaba para sus adentros: “Me lo han quitado todo, pero una cosa no me la han quitado, son los paraísos interiores en los que yo pienso mientras me persiguen”.
Ese hombre supo conservar la calma, al punto que después de salir de la cárcel tuvo entereza para poder contar su historia, escribir un libro y dedicarse a contar las atrocidades de la isla prisión, conservando su entero dominio sobre sí.
Un ejemplo a imitar.