El placer verdadero en la vida es la consideración de los objetos amigables que nos rodean, los paisajes cordiales que nos hacen soñar, los rostros amenos, la sonrisa de un niño, los bellos gestos de las personas que nos acompañan: generosidad, idealismo, elegancia, indulgencia en el trato…
En los sermones y en la literatura católica a respecto de la vida del católico en esta tierra, los placeres de la vida no ocupan ningún lugar. Sin embargo, Santo Tomás muestra que el hombre en esta vida necesita tener al menos un placer mínimo.
No se trata de los placeres del cuerpo, o de los placeres proporcionados por la materia, pues de hecho esos placeres dejan atrás de sí una frustración.
La frustración que traen los placeres puramente materiales
Esta frustración tiene una primera forma, que es cuando la persona entregándose a los placeres, quiere cada vez más, y no encuentra la felicidad que buscaba en ellos.
En la segunda forma de frustración, la persona comienza a percibir que aquello es un engaño, que no es como aparece a primera vista.
La tercera frustración ocurre cuando la persona entiende que no está entendiendo nada, que la vida es medio ininteligible, es vacía. Entonces nace un sentimiento que los franceses califican como “blassé”, que es el del individuo que siente el vacío del espíritu por no comprender.
El placer del espíritu
¿En qué consiste entonces el placer del espíritu?
Consideraciones sobre la Cultura
La consideración de los objetos amigables que nos rodean, los paisajes cordiales que nos hacen soñar, los rostros amenos, la sonrisa de un niño, los bellos gestos de las personas que nos acompañan: generosidad, idealismo, elegancia, indulgencia en el trato…
En la Edad Media, estos placeres religiosos de carácter moral se difundieron en toda la sociedad civil de Occidente, creando un continente entero que comprendía la felicidad de la vida cotidiana.
El verdadero hallazgo de la doctrina católica es dar el placer y el gusto de los valores del espíritu que se encuentran en la vida cotidiana. Es una visualización de la vida de todos los días poniendo en relieve los valores del espíritu, tornándola interesante, bonita, apacible y agradable.
Los «placeres» de hoy
León XIII decía que cuando un pueblo pierde el gusto de los placeres simples de la vida cotidiana, este pueblo cae en la corrupción moral más completa.
Los placeres que hoy se buscan no suponen el gusto por la vida cotidiana, son placeres de la sensación, en que el placer consiste en sentir y no en comprender. Ahora bien, como de hecho el hombre es más alma que cuerpo, el placer verdadero consiste más en comprender y querer, que en sentir. El sentir es secundario.