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La Santa Iglesia instituyó esta fiesta, en la cual se conmemora a todos los santos, incluso a los que no han sido canonizados, para que podamos invocarlos y pedir su auxilio en las asperezas de esta vida.
Entre todas las conmemoraciones que la Iglesia Católica instituyó para el año litúrgico, en reverencia a los bienaventurados que gozan de la gloria eterna, la más solemne y de mayor devoción es la que se celebra el día 1º de noviembre, en honra de todos los santos, porque es la fiesta que abarca a todos los santos que están en el Cielo, sin excluir a ninguno.
La Iglesia militante se encomienda a ellos, los invoca y llama en su favor toda aquella admirable compañía de la corte celestial.
En los que no están unidos a Cristo hay algo de diabólico
En los primeros tiempos del cristianismo, se acostumbraba celebrar el aniversario de la muerte de aquellos que habían muerto por Jesucristo en el propio lugar de su martirio.
En el siglo IV, en Oriente, diócesis vecinas comenzaron a intercambiar fiestas, a transferir reliquias, a dividirlas y a unirse en una fiesta común, como se comprueba por una invitación que San Basilio de Cesarea (379) envió a los obispos de la provincia del Ponto.
Por el hecho de que muchos mártires hayan sufrido el martirio el mismo día, se estableció una conmemoración conjunta de varios de ellos.
Todos ellos brillan en el Cielo, con una luz que participa de la luz del propio Dios. Pero en el Cielo los santos de Dios, a pesar de la uniformidad del amor que los abrasa, resplandecen con diferentes luces, de acuerdo con la virtud con que más brillaron en la tierra.
Por Plinio María Solimeo (Extracto del original)