Las fiestas religiosas son para instruir al pueblo en las cosas de la Fe y atraerlo por medio de ellas a los íntimos goces del espíritu. Mucha más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio.
La importancia de la Navidad y de las Fiestas del Calendario Litúrgico
Estamos en una de las épocas del año en que se celebran las fiestas más llenas de significado para la Cristiandad: la Inmaculada Concepción, la Navidad, los Santos Inocentes, La Circuncisión del Niño Dios y la Epifanía.
Desgraciadamente las fiestas Navideñas de modo especial han tomado en los últimos tiempos un significado cada vez menos religioso y más comercial. Y, sin embargo, en estos días en que tantos y tantos católicos se sienten como que huérfanos y desorientados, vemos que es de la mayor importancia volverse hacia el verdadero significado de esas celebraciones y aprovechar más las gracias que la Providencia en estas ocasiones nos quiera dar.
El Profesor Plinio Corrêa de Oliveira escribía en uno de sus artículos sobre la Navidad:
«…Cada fiesta del calendario litúrgico trae consigo una efusión de gracias peculiares. Quieran o no quieran los hombres, la gracia les llama a las puertas del alma, más dulce, más suave, más insistente, en estos días de Navidad»
Hoy queremos presentar un breve extracto de la Encíclica «Quas Primas» de Pío XI que nos parece especialmente ilustrativo de este aspecto.
Las Fiestas de la Iglesia
Porque para instruir al pueblo en las cosas de la Fe y atraerlo por medio de ellas a los íntimos goces del espíritu, mucho más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio.
Estas sólo son conocidas, las más veces, por unos pocos fieles, más instruidos que los demás; aquéllas impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas -digámoslo así- hablan una sola vez, aquéllas cada año y perpetuamente; éstas penetran en las inteligencias, aquéllas afectan saludablemente a las inteligencias, a los corazones, al hombre entero.
Además, como el hombre consta de alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover necesariamente las solemnidades externas de los días festivos, que por la variedad y hermosura de los actos litúrgicos aprenderá mejor las divinas doctrinas, y convirtiéndolas en su propio jugo y sangre, aprovechará mucho más en la vida espiritual.
En el momento oportuno
Por otra parte, los documentos históricos demuestran que estas festividades fueron instituidas una tras otra en el transcurso de los siglos, conforme lo iban pidiendo la necesidad y utilidad del pueblo cristiano
Esto es, cuando hacía falta robustecerlo contra un peligro común, o defenderlo contra los insidiosos errores de la herejía, o animarlo y encenderlo con mayor frecuencia para que conociese y venerase con mayor devoción algún misterio de la Fe, o algún beneficio de la divina bondad.
Así, desde los primeros siglos del cristianismo, cuando los fieles eran acerbísimamente perseguidos, empezó la liturgia a conmemorar a los Mártires para que, como dice San Agustín, las festividades de los Mártires fuesen otras tantas exhortaciones al martirio
Más tarde, los honores litúrgicos concedidos a los santos
Confesores, Vírgenes y Viudas, sirvieron maravillosamente para reavivar en los fieles el amor a las virtudes, tan necesario aun en tiempos pacíficos. Sobre todo, las festividades instituidas en honor a la Santísima Virgen contribuyeron, sin duda, a que el pueblo cristiano no sólo enfervorizase su culto a la Madre de Dios, su poderosísima protectora, sino también a que se encendiese en más fuerte amor hacia la Madre celestial que el Redentor le había legado como herencia. Además, entre los beneficios que produce el público y legítimo culto de la Virgen y de los Santos no debe ser pasado en silencio el que la Iglesia haya podido en todo tiempo rechazar victoriosamente la peste de los errores y herejías.