Derramamiento de sangre
La sangre derramada no solo nos habla de enfermedades, nos habla de la lucha y del crimen.
Es imposible, por ejemplo, hablar de sangre derramada sin pensar en la sangre de Abel, vertida por Caín y que, según las Escrituras, subía a Dios clamando venganza.
La idea de la sangre derramada, de esa sangre que es parte del organismo y que le fue arrancada, en una especie de dilaceración profunda del ser; esa sangre derramada nos da la idea algo injusto, algo violento, algo inicuo, que es una profunda perturbación del orden y que clama a Dios por el restablecimiento del orden.
La sangre de Nuestro Señor
Cuando pensamos en la Sangre infinitamente Preciosa de Nuestro Señor Jesucristo, esa Sangre generada en el seno de Nuestra Señora, esta Sangre que sale de ese Cuerpo, de donde nunca debería haber salido; esta Sangre que, como todo en el Cuerpo de Cristo, está en unión hipostática con Él y que sale de Su sagrado organismo.
Esa Sangre, que es la sangre de David, que es la sangre de María, que es la Sangre del Dios-Hombre y que, a través de una serie de actos de violencia deicidas inexpresables, por la flagelación, por la coronación de espinas, por la cruz cargada, por los tormentos de toda especie. Peor que eso, por el tormento del alma cuando Nuestro Señor comenzó a sufrir en la agonía, y esa sangre fluyó de todo su Cuerpo.
Vigilad y orad
Esa Sangre, que se derrama por el suelo, es una tal manifestación de hasta dónde puede ir la maldad humana, es una manifestación del misterio de iniquidad, es una manifestación de cuánto tolera Dios. Este es un memorial para comprender la naturaleza humana decaída ‒especialmente cuando es dirigida por el pecado y dirigida por el demonio‒ que va hasta el final y no retrocede ante nada.
Siendo así, todas las desconfianzas son necesarias frente al mal. Esto está exactamente en el precepto: «Vigilad y orad».
Es necesario tener desconfianza, porque el mal es capaz de todo, es capaz de las peores infamias y todo se puede esperar de él y, contra él, se puede usar todas las violencias preventivas que se puedan emplear de acuerdo con la Ley de Dios y de los hombres.
Todo lo que sea dormir frente a él, todo lo que sea un optimismo tonto, todo lo que deja para más adelante su combate, todo esto es un verdadero crimen, porque hasta allá el mal fue capaz de llegar y, por lo tanto, fue capaz de todo.
Esta consideración es muy desagradable para nuestra índole complaciente, endulzada, amiga de pactar, enemiga de las divisiones. Pero debemos meditar, ante la Preciosa Sangre, hasta dónde llega la Revolución. La Revolución no retrocede ante nada. Y es bastante evidente que ya fue una manifestación de la Revolución ‒la peor de ellas‒ la que se volvió contra el Dios-Hombre.
Una misericordia infinita
Esta sangre derramada nos muestra la misericordia de Dios, que quiso que esta sangre se derramara y se derramara en una abundancia inaudita. Toda la sangre que estaba en el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo se vertió para mostrar que esa sangre se dio y se dio sin reservar una sola gota, por completo, por el inmenso deseo de Nuestro Señor de salvarnos.
Una gota de su sangre habría sido suficiente, pero derramó toda Su sangre. Incluso la que restaba, se vertió junto con agua cuando la lanza de Longinos traspasó su costado. El no quiso que quedara nada, para redimirnos.
Esta abundancia de sangre, esta abundancia de sufrimiento, esta completa entrega de sí mismo, recuerda una palabra de Nuestro Señor: » “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13). La Preciosa Sangre ante nosotros afirma: nadie puede ser más amigo de cada uno de nosotros que el que da su vida por nosotros.
Meditación política sobre el Triunfo y Pasión del Hijo de Dios
Pero Él, no solo dio Su vida, sino que también quiso sufrir la muerte por los golpes, por la angustia, por cada gota de sangre que salió de su cuerpo sagrado. En ese sentido, cada gota de sangre que cae es como una pequeña muerte, porque es una gota de vida que se desvanece. Quiso pasar por todas esas muertes para mostrar hasta que punto infinito nos tenía amistad.
La raíz de la confianza
De esto nace la confianza en Su misericordia. Si tanto quiso salvarnos, debemos comprender que cubriéndonos con Su Sangre y presentándonos al Padre Eterno podemos pedir perdón por nosotros, debemos tener la confianza de que podemos pedir este perdón.
Pero, por otro lado, muestra el horror del destino eterno del condenado. Para evitarnos este destino eterno, Nuestro Señor llegó a este punto. Vean cuán grave es el mal del que Él quería liberarnos. Así, podemos medir la profundidad del Infierno al considerar una gota de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
No es posible hablar de este asunto sin recordar las lágrimas de María, vertidas junto a la Sangre de Cristo. Nuestro Señor no quiso que Nuestra Señora derramara una gota de Su sangre. Y habiendo permitido que se hiciera todo contra Él, no permitió que los poderes del mal tocaran siquiera con la punta de un dedo a Su Madre Inmaculada.
Por lo tanto, Ella no sufrió un tormento físico, y de su sangre nada vino para la humanidad, ni tendría la fuerza redentora de la Sangre Infinitamente Preciosa de Cristo. Solo sería una especie de complemento.
Pero Nuestra Señora derramó una forma de sangre: fueron Sus lágrimas. Se puede decir que las lágrimas son la sangre del alma y que Ella sufrió todo el dolor de la muerte de su Hijo. Por eso, es imposible pensar en la Sangre de Cristo sin pensar, al mismo tiempo, en las lágrimas de María que fue el primer tributo de la Cristiandad para completar Su Pasión: el sufrimiento de los fieles, para que numerosas almas se salvaran.
La Sangre de Cristo y la Eucaristía
Finalmente, es necesario pensar en la Sagrada Eucaristía. Esta sangre de Cristo fue derramada por las calles, por las plazas, en el Pretorio de Pilatos, en la cima del Calvario, y ella está entera en la Sagrada Eucaristía. Y cuántos de nosotros tal vez hayamos recibido ayer, hoy, mañana, en no sé cuántos días, la Sangre de Cristo.
Entonces, cuando recibimos el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, debemos recordar esto. Esta Preciosa Sangre, derramada por nosotros, es recibida por nosotros. Él está dentro de nosotros pero no para reclamar castigo, sino para clamar misericordia por nosotros. Entonces, recibamos la Eucaristía con gran confianza, con mucha alegría, porque recibimos la Sangre de Cristo que asciende al Cielo y clama intercediendo por nosotros.
(*) La antigua Anxanum conserva desde hace más de doce siglos el primero y más grande Milagro Eucarístico. Tal Prodigio tuvo lugar en el siglo VII en la pequeña Iglesia de S. Legonziano. Un monje dudó de la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía.
Hecha la consagración, la hostia se transformó en Carne viva así como el vino en Sangre viva, coagulándose en cinco glóbulos irregulares de distinta forma y tamaño.
La Hostia-Carne es ligeramente parda y adquiere un tinte rosado si se ilumina por el lado posterior. La Sangre coagulada tiene un color de tierra que tiende al amarillo ocre. La Carne, desde 1713, se conserva en un artístico Ostensorio de plata. La Sangre está contenida en una rica y antigua ampolla de cristal de Roca.
Los Frailes Menores Conventuales tienen bajo su custodia el Santuario desde 1252. En 1258 los Franciscanos construyeron el templo actual que en 1700, fue transformado del estilo románico-gótico al barroco.
https://es.wikipedia.org/wiki/Milagro_de_Lanciano
Adaptación de Conferencia del 1° de julho de 1965