La Santísima Virgen creyó sin vacilación en la divinidad de su Hijo a pesar de las apariencias materiales más contrarias a la Fe.
Ella superó esa triple prueba del modo más heroico.
En efecto, vio a su Hijo en el establo de Belén y creyó que era el Creador del Universo.
Lo vio huir del Rey Herodes y no dejó de creer que era el Rey de los Reyes.
Lo vio nacer en el tiempo y creyó que era Eterno.
Lo vio niño y creyó que era Inmenso.
Lo vio pobre, necesitado de alimentos y de ropa, y creyó que era Señor del Universo; lo vio débil, llorando sobre el heno y creyó que era Omnipotente.
Lo vio, finalmente, maltratado y crucificado, morir sobre el más ignominioso patíbulo, y creyó siempre en su Divinidad.
Mientras los otros vacilaban en la fe, Ella permaneció siempre firme, no vaciló jamás.
(Cf. P. Gabriel María Roschini, O.S.M. «Instrucciones Marianas», Ediciones Paulinas, São Paulo, 1960, p.162)