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La glorificación de Nuestro Señor el Domingo de Ramos nos recuerda nuestra inconstancia: lo glorificamos y luego lo crucificamos con nuestros pecados o con la aceptación indiferente a la implantación de leyes inicuas en nuestro País.
Indiferencia a las fiestas religiosas
Es un hecho que, infelizmente, las conmemoraciones religiosas cada vez marcan menos a nuestra sociedad.
Antiguamente la Semana Santa constituía para todas las familias católicas, e incluso para aquellos que no lo eran o que no practicaban, un período de recogimiento, de seriedad y piedad.
Tanto era así, que el Viernes Santo, como algunos auditores recordarán, las programaciones de radio y de televisión sólo pasaban música sacra o películas religiosas, muchas de ellas relativas a la conmemoración de la Pasión de Nuestro Señor.
Con la paulatina laicización de la sociedad, esta costumbre fue desapareciendo, y cada vez más, la Semana Santa es ocasión de un feriado más largo que se aprovecha para descansar antes del trabajo del otoño e invierno, cada vez más extenuante.
Cada vez más trabajo, cada vez menos piedad.
Los hombres nos hemos ido transformando en una especie de hormigas que trabajamos de sol a sol, pero que somos incapaces de tener una mirada más alta que la labor que realizamos, de mirar un poco más allá, de trascender aquello que nos es inmediato.
Domingo de Ramos – Un triunfo que precede a la muerte
En el Chile de nuestros abuelos, la vida era más difícil, las comunicaciones más escasas, la pobreza más general; pero al menos, todos eran más ricos en el sentido trascendente de la vida.
Nuestros padres entendían que la vida no se reducía a trabajar
Ellos sabían que era necesario trabajar, pero que la vida no se reducía a eso. Se trabajaba para vivir, mientras que hoy se vive para trabajar.
Por eso, cuando llegaba la Semana Santa, o las diversas fiestas religiosas –mucho más frecuentes que las pocas que quedaron en el calendario‒ sabían conmemorarlas con verdadero espíritu de Fe.
Ellos tenían reciedumbre porque tenían fe
Y esto les proporcionaba un sentido más alto para continuar a enfrentar los sinsabores de la vida y de la rutina diaria.
Así se fue forjando una personalidad austera pero resistente a las inclemencias de terremotos y de dificultades de todo tipo.
La Fe y la resignación cristiana, que impregnaban los ambientes y las fiestas religiosas, les daban la fuerza de que necesitaban para continuar con tesón.
Los pueblos que vacilan en su Fe, pierden no sólo sus valores morales y religiosos, sino también el ímpetu para enfrentar con resolución las adversidades, y por eso comienzan a decaer en todos los sentidos de la vida.
Para evitar esa decadencia en nuestras familias y en nuestra sociedad, le ofrecemos este texto del profesor Plinio Correa de Oliveira relativo al Domingo de Ramos.
Esta Fiesta marca el comienzo de la Semana Santa, y que conmemora la entrada triunfal de Nuestro Señor Jesucristo en Jerusalén, acogido por el pueblo de la Ciudad Santa que lo aclamaba “Hosanna, hosanna, el Hijo de David”, mientras ponían ramos en el camino por el cual Él pasaba.
Pocos días después ese mismo pueblo gritaría: “Crucifícale, Crucifícale” y lo dejaría morir en el Patíbulo de la Cruz.
Es sobre este cambio de actitud, tan brusco y tan contradictorio que trata el comentario de Plinio Corrêa de Oliveira, escrito a mediados del siglo pasado, pero que, como Ud. verá, guarda entera vigencia para nuestros días.
Le pasamos la palabra al autor:
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La inconstancia del pueblo judío nos recuerda la nuestra
«Un defecto que disminuye frecuentemente la eficacia de las meditaciones que hacemos, consiste en meditar los hechos de la vida de Nuestro Señor sin hacer ninguna aplicación a lo que sucede con nosotros o a nuestro alrededor.
«Así, nos sorprende la versatilidad e ingratitud de los judíos, ya que éstos, después de proclamar, mediante una solemnísima recepción, el reconocimiento que debían al Salvador, lo crucifican en seguida con un odio que a muchos llega a parecer inexplicable.
«Sin embargo, esa ingratitud y esa versatilidad no existieron solamente en los judíos de los tiempos de la existencia terrena de Nuestro Señor. Aún hoy, ¡en el corazón de cuántos fieles tiene Nuestro Señor que soportar esa alternancia de adoraciones y vituperios!
«Y esto no sucede únicamente en la intimidad, en general inescrutable, de las conciencias. ¿En cuántos países, Nuestro Señor ha sido sucesivamente glorificado y ultrajado, en cortos intervalos de tiempo?
«No empleemos nuestro tiempo en horrorizarnos exclusivamente ante la perfidia del Sanedrín y de sus cómplices. Para nuestra salvación nos será utilísimo reflexionar sobre nuestra propia perfidia. Puestos los ojos en la bondad de Dios, podremos así, conseguir la enmienda de nuestra vida.
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Gravedad del pecado y de nuestra indiferencia
«Nadie ignora que el pecado es un ultraje hecho a Dios. Quien peca mortalmente expulsa a Dios de su corazón, rompe con Él las relaciones filiales que le debemos como criaturas, y repudia la gracia.
«Así, hay una marcada analogía entre el gesto de los romanos y judíos, matando al Redentor, y nuestra situación cuando caemos en pecado mortal.
«En efecto, ¡cuántas y cuántas veces, después de haber glorificado ardientemente a Nuestro Señor por nuestros actos, o al menos después de haber tomado con los labios aires de quien lo glorifica, caemos en pecado y lo crucificamos en nuestro corazón!
«Lo mismo se da con muchas naciones contemporáneas. Realizan manifestaciones católicas imponentes, en que glorifican públicamente a Nuestro Señor.
«Al mismo tiempo, los estadistas que el pueblo elige y mantiene en el poder traman, ora en silencio, ora de manera apenas disfrazada, ¡la ruina de las instituciones católicas y la demolición de la civilización contemporánea, en sus lineamientos aún católicos!
«Así, mientras tales católicos proclaman su amor a la Iglesia de Cristo, por su negligencia, por su tibieza, por su indiferencia, permiten que la Iglesia sea lentamente maniatada, que su influencia sea sabiamente solapada, que su actividad sea engañosamente coartada, a fin de que, el día en que suene la hora del ataque violento la reacción se haya tornado enteramente imposible.
«Evidentemente, pueblos como esos, después de haber aclamado a Nuestro Señor como Rey, o incluso mientras lo hacían, preparaban persecuciones y tristezas que poco diferían de la grande y divina tragedia de Semana Santa.
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Necesidad de la reparación
«Gracias a Dios, sin embargo, no es sólo la versatilidad y la perfidia de los contemporáneos de Jesús lo que sobrevive en nuestros días.
También se encuentran – y cómo son conmovedores – gestos que recuerdan de modo irresistible la piedad de la Verónica, tan dulce hacia Cristo y tan audaz frente a sus perseguidores.
«Si es cierto que nuestra época se caracteriza por grandes e inesperadas defecciones, no es menos cierto que, en el futuro, los historiadores verán en ella una época de grandes santos, admirables por la virtud de la fortaleza, de la prudencia, de la templanza y de la justicia, de las cuales el mundo parece tan radicalmente olvidado.
«Nuestro Señor, indudablemente, es muy ultrajado en nuestros días. Seamos nosotros algunas de aquellas almas reparadoras que, si no por el brillo de nuestra virtud, al menos por la sinceridad de nuestra humildad – humildad inteligente, razonable, sólida, y no sólo humildad de palabrerío sonoro y cuello torcido – reparemos en estos días santos, junto al trono de Dios, tantos ultrajes que, incesantemente, le son infligidos.
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Estimado oyente, le deseamos a Ud. y familia una muy Santa Pascua y que celebremos la victoria de Nuestro Señor Jesucristo sobre la muerte y el pecado.