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Este próximo 15 de agosto se celebra en todo el orbe católico la Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María a los Cielos.
La fecha también es celebrada bajo el nombre del “Tránsito”, es decir de la subida de la Madre de Dios desde esta Tierra al Cielo. Por ello, muchas niñas, son bautizadas con el nombre de “Tránsito” o de Asunción, o de Asunta.
Enviamos a todas ellas un cordial saludo en este día y les ofrecemos algunas consideraciones sobre lo que significa su bendito nombre.
Nos parece importante resaltar, en primer lugar, que, al contrario de lo que muchos piensan, existe entre el Cielo y la Tierra una comunicación mucho mayor y fácil de lo que los ojos sensibles nos permiten ver.
Precisamente el nombre “Tránsito” nos indica esta comunicación, pues donde hay tránsito, como es obvio, existe camino, y un camino, que para todos está abierto.
Podrá algún auditor, un poco influido por el positivismo, objetar esta última afirmación de que sea un camino abierto a todos.
Él dirá que Nuestro Señor ascendió a los Cielos por sus propias fuerzas sobrenaturales y que la Virgen Santísima fue asunta al Cielo, llevada por los ángeles, pero que para los pobres mortales y pecadores que somos los demás descendientes de Adán y Eva este es un camino vedado, la prueba es que después de ellos ningún hombre jamás lo transitó físicamente. Y si nadie fue al Cielo físicamente, se puede dudar que se pueda ir espiritualmente.
La objeción nos parece importante, pues ella está en las cabezas de muchos católicos que viven con los ojos vueltos para la Tierra, sin jamás invocar los santos del Cielo, y por ello es más que oportuno recordar algunas verdades de nuestra fe.
La Iglesia nos enseña que en consecuencia del pecado original todos los hombres somos mortales y nuestros cuerpos no resucitarán sino por ocasión del Fin del Mundo, cuando Nuestro Señor vendrá a “juzgar a los vivos y a los muertos”, y llamará a gozar del Cielo eternamente a quienes no se hayan avergonzado de Él en esta vida, y enviará a la condenación eterna, a quienes no lo hayan querido reconocer.
Sin embargo, a pesar de nuestra situación de viajeros en este mundo, Dios nos está permanentemente comunicando su gracia y enviándonos todas las ayudas naturales y sobrenaturales necesarias para el bien de nuestras almas y para la seguridad de nuestros cuerpos. “Yo estaré con Vosotros hasta el fin de los tiempos”, nos prometió Él antes de su ascensión a los Cielos.
Y Él se sirve de su Santísima Madre como Tesorera Universal de todas las gracias para concedernos lo que nos quiere proporcionar.
Imagine que Ud. es hijo o hija de la Tesorera de un rey riquísimo, que tiene en sus manos esa prerrogativa de concentrar riquezas fabulosas y que es, al mismo tiempo, una Madre tiernísima, un Auxilio en todas las dificultades, y una Consoladora en las mayores aflicciones, y que, por eso mismo, desea poder comunicarle, a Ud. y a todos aquellos que la invoquen con confianza, todas esas riquezas de que dispone.
¿No cree Ud. que si tomásemos a serio esa verdad que nos enseña la Iglesia, recurriríamos con mucho más frecuencia y seríamos mucho más ayudados de lo que somos?
Ahora, el recurrir a la ayuda de Dios a través de los ruegos de María Santísima supone precisamente transitar, sino con el cuerpo, al menos con el alma, con la voluntad, incluso con la sensibilidad, desde esta Tierra hasta el Cielo.
Es en ese sentido que para todos está abierto este “Tránsito” entre el Cielo y la Tierra.
Pero, nos podrá objetar otro auditor: “Eso es sólo para los católicos muy virtuosos, para aquellos que rezan mucho, no para la gran mayoría que no consigue siquiera rezar una Avemaría con piedad”.
Le respondemos a nuestro objetante, que este es otro error muy dañino y muy generalizado, pues paraliza a una gran cantidad de personas y las endurece en esa posición.
La verdad es precisamente lo opuesto. Nuestro Divino Redentor nos enseñó que no vino a salvar a los justos sino precisamente a los pecadores, y que hay más alegría en el Cielo por un pecador que se convierte que por cien justos que perseveran.
Por esa misma razón, Nuestra Señora es llamada “Refugio de los pecadores” y no “premio de los justos”. Ella quiere indicarnos con esa invocación, que su primer papel como Madre es cuidar de los hijos más débiles, y en materia de vida espiritual, los más débiles son los más pecadores.
A lo anterior queremos agregar otro aspecto del tema, y que no es debidamente tomado en consideración.
Todo hombre tiene sed de lo absoluto, de lo pleno, de lo total. Delante de los bienes, queremos todo, ya y para siempre. Desde el más pequeño de los niños hasta el más poderoso de los hombres aspiran a esta totalidad.
Naturalmente que primero las personas buscan esa totalidad en las cosas terrenales: fama, riqueza, placer, y las mil solicitudes que permanentemente las asaltan. Pero, cuando no las encuentran o cuando se decepcionan con su vacío, muchos comienzan a buscarlas en el más allá. Y como han cerrado sus almas al tránsito para el Cielo, las abren para el tránsito al infierno.
Eso es lo que explica que hoy sea tan recurrente la presencia de lo infernal, del demonio como objeto de atracción en la propaganda, en la música, en el comercio, en los proyectos de ley de asesinato de los inocentes o de la negación de la identidad con que Dios nos creó, etc. Hay un verdadero culto a lo feo, a lo grosero, a lo bajo, a lo vulgar, a lo obsceno. A decir verdad, no hay espacio público que no esté marcado por grafitis que tienden a glorificar al promotor de estos vicios que es el padre de la mentira, Satanás.
Es todo lo contrario de los bailes que se realizan en la Tirana y que son conocidos como “diabladas”, durante los cuáles los devotos de la Virgen del Carmen elevan su mente al Cielo y combaten a los demonios que vienen a interrumpir la devoción de sus hijos, combate que es representado por el baile. Para que el espectáculo sea bonito, los demonios no son representados del modo en que ellos son, espíritu de tinieblas, sino al contrario, con trajes de luz. Naturalmente se debe a una concesión al gusto estético más que a la realidad teológica. Lógicamente que, en esta representación siempre terminan venciendo los devotos, como para indicar que el bien siempre triunfa sobre el mal.
Pero detrás de una costumbre ancestral, que tiene mucho de folklore popular, se esconde una profunda verdad teológica.
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En conclusión, debemos ver que los hombres estamos permanentemente invitados a realizar dos “tránsitos” diametralmente opuestos.
El “tránsito” al Cielo, del cual la Fiesta de la Asunción nos da el ejemplo más luminoso. O, al contrario, el “tránsito” al infierno, con la promesa de que en las obscuridades siniestras del maligno, encontraremos solución a nuestras contingencias.
Que las alegrías puras de la Fiesta de la Asunción, nos ayuden a comprender que el camino al Cielo está al alcance de nuestras manos. Es la gracia que en esta conmemoración pedimos para todos nuestros oyentes y para sus queridas familias.